El desarrollo humano implica una reiteración constante

Negación e integración como mecanismos evolutivos clave en las transiciones de fase


El desarrollo humano se divide en fases, bautizadas de diversas formas por autores como Jung o Wilber. El paso de una fase a la siguiente se efectúa siempre mediante mecanismos de descentramiento afectivo y negación, que permiten al individuo romper vínculos y lazos, para crear otros . Cualquier nueva fase integrará aquello que se había negado, además de lo nuevo. La Realidad aparece entonces como Una; y susceptible de ser descrita por diversos tipos de lenguajes, entre ellos los aparentemente antagónicos de la religión y de la ciencia. Por Sinesio Madrona.


Sinesio Madrona
07/02/2014

La teoría de la libido desarrollada por Jung (1913) articula tres fases en la misma: protolibido, libido familiar y libido sexual. Asimismo, Wilber (1977, 1983) especifica tres estados del desarrollo humano: prepersonal, personal y transpersonal.

El estado pleromático descrito por Wilber (1980) es la manifestación más humana de la protolibido junguiana. La libido familiar de Jung sería otra forma de ver lo que Wilber llama etapa prepersonal. La libido sexual es asimismo otra mirada sobre la fase personal del Wilber.

Por último, la preocupación espiritual de Jung, mayoritaria en toda su psicología, se corresponde con lo que Wilber y otros muchos llaman transpersonal. De hecho Grof (1985) es el creador del término y concepto transpersonal, aunque su origen se remonta tan lejos como a William James (1981).

Finalmente aquí apuntaremos, como aportación personal interpretando a Jung y a Wilber, que la protolibido o libido primordial es la base energética, aún con las diferencias que explica Wilber (falacia pre-trans, 1983) y que especificaremos más adelante, tanto de la etapa prepersonal como de la transpersonal.

La ausencia de separación entre exterior e interior

Jung (1913) describe el desarrollo de la libido desde una perspectiva filogenética. Así, una característica básica de la protolibido es la fecundidad indiferenciada. La encontramos en todas las formas vivas en las que la procreación es indistinta. Es decir se producen indiscriminadamente, como por ejemplo en muchos seres marinos, los óvulos y los espermatozoides, en una fecha y lugar determinados. La fecundación se efectúa de manera indiferenciada sin ningún control sobre ella.

Así, el estadio de la protolibido implica una indiferenciación del individuo con el entorno. Es curioso ver qué efecto tiene esta no diferenciación individual, por ejemplo, en los bancos de peces. Tal como nos muestran las imágenes de los documentales marinos, los peces se mueven como si fueran un solo organismo. Como es obvio, sólo el ser humano tiene conciencia de su diferencia respecto al entorno.

En su gestación, el ser humano pasa por toda la filogénesis de las especies. Así incorpora profundamente en sus genes esta fase de protolibido. En su caso se expresa básicamente a través de su indiferenciación con el entorno. Así pues, al nacer incorpora esta forma indistinta –prehumana podríamos decir– de relación con el entorno.

Es la fase plerómática; la primera que describe Wilber (1980):

“Para el neonato no existe en absoluto una separación real entre el interior y el exterior, el sujeto y el objeto, el cuerpo y el medio ambiente. No es exactamente que el niño nazca en un mundo de objetos materiales que es incapaz de reconocer sino que, desde el punto de vista infantil, no existe todavía objeto alguno” (pág. 22).

La relación indiferenciada con el entorno, propia de la protolibido, es la fijación energético-emocional-libidinal que configura esta fase. Una fijación que, podemos decir, se efectúa sobre la propia ‘materia’. “...el neonato [es] incapaz de discernir entre dicho mundo material y sus acciones en el mismo” (Wilber, 1980). Mencionar esta fase como ‘prehumana’ es para decir que, posteriormente, se entenderá como humana una incipiente consciencia diferenciada, aunque sea mínima, del entorno y del sí mismo.

Mecanismos de cambio de fase: la negación y el desapego

A lo largo de este artículo veremos dos mecanismos básicos de cambio de una fase a la siguiente: la negación y el desapego. Se efectúan sobre la fijación de la fase anterior para acceder a la siguiente. La negación es una actitud básica: se niegan y combaten los lazos desarrollados en la fase anterior para tener la libido libre y acceder a la fijación de la etapa siguiente.

Esta negación es más clara en la etapa adolescente (personal): el niño-joven niega los lazos afectivos con sus padres y se alía emocionalmente con sus iguales. Es asimismo clara, a nivel institucional, en la fase de acceso a la etapa transpersonal. En este caso son las religiones, históricamente, las que niegan de una u otra manera la fijación al ego individualista de la etapa adolescente y adulta (lo que la filosofía budista llama específicamente desapego). Es la negación que nos trasladará a la etapa transpersonal.

El concepto de desapego está ligado en la filosofía budista al desapego del ego. Pero es un mecanismo más amplio, se manifiesta en todo el proceso de desarrollo y se llama más específicamente en psicología evolutiva descentramiento afectivo.

Este proceso de desapego-negación repetido sobre la fase anterior es lo que hace que consideremos la existencia de un mecanismo de autosimilitud, uno de los rasgos básicos de la autoorganización. La evolución humana es uno de tantos sistemas autoorganizativos (Moriello, Madrona) que se desarrolla al borde del caos, de la ruptura o transición de fase.

La filosofía budista tiene una meta específica, por eso fija su atención en el desapego sólo en el paso de la etapa personal a la transpersonal. Pero más allá de esa meta podemos observar fácilmente, si prestamos atención a ello, cómo el desapego, –descentramiento afectivo– es un mecanismo presente en todos los procesos.

A este mecanismo de desapego lo podríamos comparar con lo que en física se llama transiciones de fase (hay un ‘desapego’ hacia la fase sólida de la fase la líquida y posteriores de la materia), sólo que aplicando este término a los fenómenos de la conciencia.

En la materia, la energía –el calor en este caso– hace que se pase de un estado más cohesionado a otro cada vez más libre: sólido, líquido, gaseoso, plasma. No resulta difícil hacer un paralelismo con la conciencia. A través de las distintas fases que describe la Espiral dinámica se observa, tal como nos cuenta Villalba (Tendencias21) que la conciencia va hacia estados de mayor energía y libertad.

En cada una de estas etapas se produce una fijación afectivo-mental a los ‘significados’, tanto emocionales como racionales, que constituyen el núcleo o nivel de autoorganización de la etapa. Con esta fijación funcionamos ‘dentro de los parámetros’ de la etapa.

La fijación es, pues, un mecanismo básico de identificación con aquello que estamos viviendo. Sentimos y pensamos de acuerdo a lo que ‘se debe’ sentir y pensar en función del estado de la conciencia en el que nos encontramos. Para pasar a la siguiente etapa debemos, entonces, que ‘destruir’ la fijación actual (mediante negación y desapego) para buscar y acceder a una nueva fijación. Por el propio mecanismo evolutivo esta nueva fijación siempre es más amplia que la anterior y anida a ésta en su seno.

Cambio hacia la libido familiar

El apego de la fase de protolibido es una identificación emocional con la materia, como vimos más arriba. El proceso de cambio hacia la libido familiar lo efectúa básicamente la familia del niño y su entorno inmediato. Se llama ‘educación’ y su finalidad es más amplia que hacer que el/la niño/a sea una persona ‘educada’.

Cuando a través de nuestra influencia en su crecimiento intentamos que el/la niño/a sea ‘educado/a’ hacemos algo más que eso. Con nuestras instrucciones (¿qué se dice?, ¿qué se hace?), verbalizaciones y demás hacemos algo al menos tan importante, si no más, que ‘educar’ (en su sentido restringido) al niño: desarrollamos su mente y su conciencia del mundo exterior.

Así podemos decir que negamos su tendencia a ‘no-ver/no-verse’ en el mundo que existe en la fase pleromática material (prehumana, según la vemos aquí). Llamamos su atención sobre el mundo exterior y ejercitamos su mente con las verbalizaciones que le hacemos y el énfasis en poner nombre a las personas y las cosas.

Le proveemos, asimismo, de objetos con los que experimentar sonidos, acciones, etc. Educamos el control de sus esfínteres, respondemos a sus preguntas sobre qué son las cosas y, en una fase más avanzada, a los por qué son así... En definitiva hacemos cualquier cosa que llame su atención hacia los objetos externos, categoría en la que cae tanto su cuerpo como las personas y cosas ajenas. Distinguir su cuerpo es una de las primeras fases del desarrollo de su yo (yo tifónico de Wilber).

La psicología evolutiva no suele emplear en esta fase el término negación para describir lo que ocurre, lo que se hace. No obstante, dado el paralelismo de su proceso con otras fases posteriores, me parece indispensable concebirlo así para unificar criterios. Es decir, ‘negamos’ en el bebé su adhesión emocional a la materia para abrirlo al apego emocional hacia el grupo en la siguiente fase.

Esta fase del desarrollo está tan asentada en la cotidianeidad humana que resulta difícil concebir que estemos haciendo un acto de ‘negación’. Pero si nos fijamos en esa naturalidad de los comportamientos comunes de esta fase, podremos, quizá, entender entonces que también sean naturales las negaciones del adolescente y las de las instituciones religiosas para conducirnos a las fases posteriores.

Sólo tenemos nosotros también que distanciarnos emocionalmente, como observadores, de los conflictos que generan estas fases posteriores para verlos como algo natural y común en el desarrollo humano.

De la libido familiar a la racionalidad concreta

Según la visión filogenética de Jung, la libido familiar es algo que ya existe en la naturaleza animal. Es obvio que hay un progreso o un proceso que va desde la libido indiferenciada en la fecundación indistinta a la libido regulada por vínculos familiares y el cuidado de la prole. Tal como nos cuenta Jung ya no es necesaria esa fecundidad asombrosa. El hecho de cuidar a las crías hace que su desarrollo sea más viable y no se necesiten ya millones de fecundaciones para conseguir la supervivencia de unos pocos seres.

En el ámbito humano hemos pasado de la libido ligada a la materia a la libido ligada a la madre, la familia y el entorno inmediato. Es una libido grupal, sociocéntrica (Francisco J. Rubia) y prepersonal (Wilber). En el terreno mental entramos en una fase en la que se desarrolla la dualidad y el simbolismo (2-3 años) y la capacidad para las operaciones concretas (7-9 años).

Con la capacidad simbólica, el niño adquiere la facultad de separarse de las cosas y las personas por el mero hecho de nombrarlas. Ya no necesita, como el bebé, tener contacto visual y/o físico directo con ellas. Pero precisamente por eso las palabras tienen en este momento una enorme carga afectiva (carga afectiva, al menos de algunas palabras, que seguimos sufriendo y utilizando de adultos).

Con el lenguaje, el niño adquiere una herramienta extraordinaria. El gran interés mental-verbal hacia el entorno le permite controlarlo conceptualmente y dominar las pulsiones que le están angustiando y de las que ahora empieza a ser consciente.

Anteriormente el bebé berreaba cuando estaba incómodo, ahora el niño utiliza la negación verbal para manifestar su disgusto. Su adhesión emocional a la materia ha pasado a ser adhesión emocional a las palabras. Este mero hecho, la adhesión emocional a las palabras, lo sitúa de lleno en el contexto humano y social.

Asimismo en este proceso desarrolla su incipiente conciencia de la dualidad (niños y niñas, papás y mamás). Ambos logros, capacidad verbal y simbólica y conocimiento dual, le permiten adquirir sus primeros atisbos de conciencia y distanciarse de su fusión con la materia.

la racionalidad concreta muestra un curioso, podríamos decir, retroceso hacia la materialidad. El niño es incapaz de hacer operaciones si no es manipulando los objetos. La palabra sigue hacia los 7-8 años todavía confundida con el objeto que nombra. Por eso la palabra trueno es ‘fuerte’ (Piaget, 1926).

Sólo uno o dos años más tarde el niño comprenderá que lo que es fuerte es el trueno mismo, no la palabra que lo nombra. La palabra en sí misma, sea cual sea, es aséptica (o eso queremos creer los adultos, si fuera realmente aséptica no nos enfrentaríamos enfervorecidamente por distintas concepciones de la realidad).

La libido sexual, la etapa personal, la racionalidad abstracta

El mecanismo de negación del adolescente hacia el mundo de sus padres y adultos en general es algo que no necesita ser descrito pues todos lo conocemos. Ese mecanismo de negación es parte del proceso de descentramiento afectivo, (desapego emocional), que el adolescente efectúa sobre su apego o fijación anterior para acceder al nivel de identificación y apego de esta etapa.

He de aclarar que a la etapa anterior la llaman pre-racional en la Espiral dinámica de Graves, Beck y Cowan adaptada por Wilber (Villalba, Tendencias21). Asimismo, califica de racional a la etapa presente. Como ha quedado claro en la etapa anterior existe una racionalidad simbólica y concreta por lo que calificarla de pre-racional puede inducir a equívocos. De ahí mi distinción entre la racionalidad concreta de la etapa anterior y la racionalidad abstracta de ésta. Ambas son ‘racionales’ aunque su racionalidad sea diferente.

La racionalidad abstracta, pues, supone un cambio importante en la visión que el infante tiene de sí mismo y del mundo. A mi modo de ver tan importante como la capacidad simbólica desarrollada en la etapa anterior. Ambas implican un desapego sobre la materialidad de los objetos en diferentes momentos del desarrollo.

La capacidad verbal y simbólica saca al niño, como vimos, de su apego a la materia física. La capacidad abstracta saca al niño ahora de su apego a la materia para realizar operaciones mentales. Hay cierta similitud entre ambos logros. El primero se efectúa sobre la mera materia. Este de ahora se efectúa sobre lo que podríamos llamar la ‘materia mental’; es decir sobre la necesidad del niño de disponer de elementos materiales (manzanas o naranjas, por ejemplo) para ‘hacer cuentas’.

Al mismo tiempo, el niño descubre aquí realmente al otro (Monedero, 1982). Por primera vez el otro empieza a ser realmente otro. Deja de ser una especie de extensión de sí mismo. Paradójica o consecuentemente descubre al mismo tiempo su yo. Al percibir un reflejo diferente en el otro puede verse también a sí mismo como diferente, como único.

Hasta ahora en la etapa prepersonal, sociocéntrica, el yo del niño se confundía con la familia y con el entorno. Podemos decir que su yo era grupal, una parte de su yo que seguirá siempre en su fondo por mucho que desarrolle la individualidad e independencia yoica.

La negación de sus lazos familiares del adolescente, el descentramiento afectivo general de lo jerárquico-familiar-tradicional y el desarrollo de su capacidad abstracta son manifestaciones del cambio que está teniendo lugar en el infante.

La libido espiritual, la etapa transpersonal, la racionalidad paradójica

La adquisición de la conciencia personal y del autoconcepto (el yo) van unidas a la individualidad y la independencia. La individualidad supone, pues, la inserción en una visión personal (yoica) de la realidad y de sí mismo. Por eso mismo esta visión es parcial. Pero ése es también uno de los rasgos y logros en el proceso de desarrollo humano (Tendencias21).

Para adquirir la conciencia global (no-dual, paradójica) que se preconiza en esta fase primero tenemos que adquirir la conciencia personal. Primero tenemos que separarnos de la unidad pleromática o protolibido para diferenciarnos. Luego tenemos que diferenciarnos de la familia, del grupo. Sólo llegados aquí, sabiéndonos diferentes y únicos, podremos volver a la unidad original sin sumergirnos ni ser absorbidos en ella.

El yo se opone al no-yo (a la realidad indiferenciada) en una dialéctica necesaria para operar en la conciencia transpersonal, no-dual o paradójica. De lo contrario caemos en la psicosis o somos absorbidos por las sectas o similares.

En la etapa prepersonal (sociocéntrica) la adhesión al grupo se manifiesta en todo tipo de devociones colectivas: familia, localidad, equipo, ideología, religión, raza, nación... y un largo etc. Incluso las corporaciones profesionales adultas (ya de la etapa personal) tienen este profundo lazo en muchos casos.

En la etapa personal las metas son más individuales. Así la ambición, el deseo de éxito, de reconocimiento, de riqueza, de sexo... son metas del yo. Tan intenso es ese deseo de reconocimiento que con las nuevas tecnologías una gran proporción de la población quiere aparecer, con la facilidad que ello da, en los medios públicos en donde se expone para ser vista y distinguida del resto. Por ejemplo, el libro Guinness de los records (los notorios esfuerzos para aparecer en él) es una de las manifestaciones más palmarias de ello.

Estas metas del yo son, por la misma naturaleza parcial del yo, parciales. En el fondo el ser humano aspira a la unidad primordial que experimentó en su origen. A través de las metas del yo pretende, inconscientemente por lo general, lograr reverdecer esa unidad primordial.

Cuando experimenta el éxtasis de una relación sexual plenamente lograda o la ocasión del éxito, la riqueza y el reconocimiento, reverdece por unos momentos la intensidad de una experiencia que es, en su mayor parte, un débil reflejo de esa unidad primordial.

El hecho de que muchas personas queden prendidas en ese momento y dediquen el resto de su vida a buscarlo, a veces mediante las drogas y otros medios destructivos, es un síntoma de esa intensa necesidad.

La unidad que se busca a través de las experiencias intensas del yo es, sin saberlo, la unidad y serenidad consecuente de la experiencia de estarse sintiéndose inmerso en un todo. Como la sensación, en parte, del niño en el útero materno. Como esa unidad nunca se logra del todo porque se busca a través de un medio parcial, yoico, diferenciado, la búsqueda se vuelve compulsiva. Así a través del yo y de la individualidad estaríamos buscando una unidad, una totalidad, que, por definición, es imposible en ese estado parcial individualista.

El desapego espiritual o descentramiento del ego

Vimos cómo los mecanismos de negación y descentramiento afectivo en las etapas anteriores nos permiten la transición de una etapa a la siguiente. Ahora esos mecanismos son descritos por las religiones y los caminos espirituales.

La negación del mundo, del sexo, de la riqueza, del ego..., la denuncia budista del mayaón) (ficción que tomamos por realidad) en el que nos encontramos, la atribución a ‘la mente’ de todos los males... son diferentes propuestas para negar el mundo del yo; es decir, la visión individualista y parcial.

Todo tipo de técnicas se nos ofrecen, asimismo, para lograr el desapego (descentramiento afectivo) necesario para superar la etapa anterior. Para efectuar la transición de fase.

Existen un sin fin de métodos para experimentar la emoción de la unidad y llevarnos hacia el desapego necesario sobre la fijación en el ego de la etapa anterior. Desde la meditación hasta la práctica de la virtud, así como la privación, los mantras letanías, los bailes o movimientos repetitivos (los giróvagosí sufíes), el aislamiento, las drogas específicas a tal efecto... y más.

Son técnicas que fomentan la transición de esta etapa. Podemos decir que cumplen el mismo papel que las ‘técnicas educativas’ de la infancia que propician, como hemos visto, la transición de conciencia que se precisa en ese momento. Etapas diferentes, técnicas cada vez más sofisticadas de creciente complejidad; pero que cumplen, todas, cada una a su nivel, el mismo papel evolutivo.

Los sentimientos de adhesión a la madre y al grupo, pertenecen a la etapa prepersonal. La pasión, no sólo sexual, es el sentimiento de la etapa personal. Los sentimientos de beatitud, paz, armonía... son las expresiones del estado de la nueva conciencia transpersonal. Son sentimientos naturales que fluyen con la percepción de la totalidad.

Existe un sentimiento y un apego a sus respectivos ‘mundos’ en las fases prepersonal y personal. El sentimiento que tiene lugar en esta etapa transpersonal se identifica como beatitud, bondad y virtud. Así pues, dentro de esta perspectiva general, el ejercicio de estas emociones, actitudes y sentimientos son parte del mecanismo necesario para acceder a la visión paradójica (no-dual, unitaria, gracia divina, nirvana...) de la realidad. De ahí las recomendaciones de las instituciones religiosas.

Similitudes y diferencias

Como hemos visto, dentro de la fase prepersonal de Wilber (1980) y de acuerdo con sus primeros estudios distingo una fase la pleromática, diferente del resto. Esta diferencia es importante como veremos. Es una fase ligada a la protolibido descrita por Jung. Es en un cierto sentido, muy claro por otra parte, una fase que podríamos llamar prehumana.

En la fase pleromática el niño está identificado con la materia. No hay en él conciencia de ningún tipo. en ese sentido califico a esta fase de prehumana, distinguiéndola del resto de la fase prepersonal. La confusión que Wilber certifica entre la experiencia prepersonal y transpersonal, está más ligada sobre todo, según sus propias descripciones, a la fase pleromática y aún en cierta medida a la urobórica subsiguiente.

La fase prepersonal es, asimismo, sociocéntrica, cosa que no se puede decir de la pleromática (e incluso de la urobórica según la describe Wilber). El término sociocéntrico complementa, asimismo, desde el entorno social, la percepción autocentrada que supone el término prepersonal. Esta complementariedad entre lo social y lo personal añade realidad binocular a la situación descrita.

Wilber deja muy claro (la llama falacia pre-trans) que no se debe confundir la experiencia prepersonal con la transpersonal, por muchos parecidos aparentes que pueda haber entre ellas. Pero por otra parte hay muchas similitudes entre ambas etapas. Cosa a la que Wilber, me parece, no hace suficiente justicia, empeñado como está, quizá muy justificadamente, en diferenciarlas.

Estas similitudes se pueden concebir claramente si contemplamos la evolución humana desde un concepto general de energía. No suponen, pues, qué clase de conciencia se tiene de esa energía en cada momento de su desarrollo. Es decir la energía prepersonal (más específicamente la protolibido pleromática como se distingue aquí) y la transpersonal es sustancialmente la misma. No es la misma la conciencia que se tiene de ellas. Ahí está el factor humano.

En definitiva la energía es única, sólo son diferentes sus manifestaciones, la complejidad de las mismas. Pero a pesar de ser una energía única confundir sus manifestaciones es como no distinguir entre las mediciones newtonianas y las cuánticas o entre la percepción geocéntrica y la heliocéntrica. El punto de vista del observador (de la conciencia en este caso) cambia por completo. Ese cambio es el que define y distingue por completo lo prepersonal de lo transpersonal.

Si acaso podríamos añadir de este factor humano que es como el observador de los fenómenos cuánticos: su acto modifica la medición que se hace del fenómeno, pero no la energía del mismo. De la misma manera podríamos apuntar que la ‘medición’ que la conciencia hace sobre esa energía básica pleromática de la protolibido la modifica, la transforma (en nuestra percepción y consciencia), pero, como en física clásica, ni la crea ni la destruye. Las manifestaciones cambian, la energía tiene más armónicos que emergen en la etapa transpersonal.

Si fuéramos más allá diría que la energía es la misma en todos los estadios de la evolución, que lo que cambia es la información que sobre ellos tenemos; es decir la conciencia que vamos desarrollando de los mismos. Esta conciencia hace que de esa energía básica emerjan nuevas cualidades. Son cualidades de la conciencia que emergen al crearse nuevas redes de significado.

No obstante todo lo dicho debo añadir que la cuestión es más sutil que decir que la conciencia emerge de la materia. Apunto a que la ‘conciencia’ por decirlo así, ya existe en la materia; pero sólo aparece cuando las redes de información se desarrollan hasta un punto que la pone en evidencia en una estructura (la humana) a través de la cual accedemos a esa complejidad.

Quizá, como dice Bohm, la conciencia existe como orden implicado y sólo se despliega cuando hay suficientes redes explicadas para manifestarla.

Pero tampoco la cuestión es la de qué es antes si la materia (la ciencia objetiva) o la mente-espíritu (Dios). Es decir, si es la materia la que produce el espíritu o el espíritu el que produce la materia (la ‘creación de Dios’). Ésa es una cuestión que nace de la dualidad de la etapa personal. La respuesta está más allá de esa dualidad.

Resolver la paradoja de una situación dual es como resolver un ‘acertijo’ –koan– zen, pues su finalidad es la misma: romper las fijaciones de la mente dual. Esa solución-experiencia es la que nos revela la unidad que no se puede describir, pues la descripción, en tanto que mental, es parcial en sí misma.

Así pues descrita esta unidad concluimos y repetimos que la energía de la etapa prepersonal-prehumana (pleromática) y transpersonal es la misma. No es la misma la conciencia que tenemos de esa energía. Es decir en la etapa transpersonal se han construido una redes de información que no existían en la prehumana y eso, así como sus manifestaciones, es lo que las hace diferentes.

Así se confunden muchos fenómenos psicóticos con experiencias inefables. Por ejemplo en ambos estados se pueden tener percepciones de ‘luz’, pero la conciencia de las mismas es muy diferente. O viceversa, se atribuyen, como dicen Villalba en Tendencias21 o Fox Keller (1985), todos los fenómenos a la misma causa o estado de conciencia. Es decir, desde el nivel de conciencia personal, dado su desconocimiento de la experiencia-pensamiento transpersonal, se reducen todos a manifestaciones psicóticas prepersonales.

La diferencias entre ambos es muy clara si nos atenemos a esta frase de Jesús: ‘por sus actos los conoceréis’. Los actos psicóticos son muy diferentes de los espirituales. En los primeros el individuo se ve dominado compulsivamente por la energía, en los segundos es la persona la que domina y equilibra sus estados energéticos.

Ésta es a mi entender la base energética de la denuncia de Wilber (1983) hacia la falacia pre/trans. Es decir la confusión entre fenómenos de una energía baja o simple (la que se da en la fase pleromática-prehumana) y los que se dan con una energía alta o compleja de la etapa transpersonal. Desde este punto de vista la diferencia entre ambas está en las redes complejas de información de la conciencia que existen en la etapa transpersonal.

También podríamos añadir que en esta etapa ya no hay ‘fijación’ a un estado emocional concreto, o bien que la fijación fluctúa entre diferentes estados sin detenerse en ninguno de ellos. La expresión emocional es libre, pues discurre por los diferentes niveles y es completa porque los contiene a todos.

Los niveles emocionales superiores y más abarcadores armonizan las tensiones de las emociones parciales y enfrentadas de los niveles duales. Dicho por Villalba: “El pensamiento holístico [...] advierte la interacción existente entre múltiples niveles y detecta los armónicos, las fuerzas místicas y los estados de flujo que impregnan cualquier organización.” (Tendencias21).

Podríamos añadir en la comparación con las transiciones de fase de la física aludidas antes, que las ‘moléculas de la conciencia’ se mueven más libremente en los estados de la conciencia más sutiles. Son capaces de establecer, por ello mismo, más relaciones. Si seguimos con la comparación es normal que una conciencia tenga miedo a perder el control si pasa del estado ‘sólido’, al ‘líquido’ y ‘gaseoso’ sucesivamente. No es de extrañar, pues, la resistencia al cambio, a la perdida de control.

Más allá de estas etapas

Hay un dicho zen que reza más o menos así: Antes de la espiritualidad las montañas son montañas y los ríos son ríos. Cuando emprendemos el camino espiritual, las montañas dejan de ser montañas y los ríos dejan de ser ríos. Una vez transitado este camino, las montañas y los ríos vuelven a ser montañas y ríos.

Traducido esto a términos psicológicos y de acuerdo con lo expuesto hasta aquí diríamos lo siguiente: Las fijaciones del ego hacen que la realidad sea la que vemos y experimentamos personalmente (las montañas son montañas), la realidad es la que es. Somos realistas.

Cuando dejamos el ego y sus fijaciones atrás, la realidad, ya sea desde cuestionamientos filosóficos, científicos o espirituales, deja de ser ‘real’. Somos entonces relativistas. Pero un punto más allá podemos, sin abandonar la relatividad anterior ni la experiencia (espiritual, científica u otras) que trasciende la realidad, volver a considerar la realidad concreta como un aspecto parcial de esa otra realidad global y relativa que la incluye (lo relativo y lo cuántico incluye a lo newtoniano).

Llegados a este punto podemos alcanzar a entender que hay una ‘R’ealidad que abarca a las anteriores: a la realidad absoluta (newtoniana) y a la realidad relativa (cuántica).

En religiosidad cristiana la frase de Jesús ‘Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’, se puede interpretar del mismo modo. César sería la conciencia personal, Dios la transpersonal y Jesús, ‘hombre y dios’, posee en sí mismo ambas realidades como una unidad. Así podríamos decir que la figura de Cristo simboliza la ‘Realidad’, la Totalidad. Es lo newtoniano y lo cuántico unidos, lo geocéntrico y lo heliocéntrico, cada uno cumpliendo su papel y sin conflictos entre ellos.

La realidad heliocéntrica no nos impide en la práctica seguir funcionando en muchas de nuestras actividades y apelativos de manera geocéntrica (el Sol, no la Tierra, ‘sigue’ levantándose y acostándose). O de otra manera, la realidad relativista o cuántica no hace desaparecer la forma newtoniano-cartesiana de realizar y describir nuestras operaciones cotidianas.

Son distintos lenguajes (religiosos y científicos) para describir la misma realidad. Si tenemos claros ambos niveles de explicación (interior-y-exterior) nada nos impide operar en ambos mundos a la vez y tener conciencia de ellos sin que constituya un conflicto. Supone también un desapego de la fijación al lenguaje, la experiencia es la misma por muy diferentes que nos parezcan los enfoques y los lenguajes con los que la describimos.

Y viendo esta realidad a la vez concreta y multidiversa tenemos que concluir que todos los niveles de conciencia expuestos son una misma realidad en diferentes manifestaciones. Como dice Villalba en la cita de más arriba: “El pensamiento holístico [...] advierte la interacción existente entre múltiples niveles y detecta los armónicos” (Tendencias21).

Dicho de otra forma: en este lugar de ‘Realidad’ podemos llegar a darnos cuenta de que lo que estamos haciendo es describir una misma realidad desde distintos lenguajes. Y así por muy diferentes que sean o nos parezcan los lenguajes religiosos y los científicos a la hora de describir la realidad, lo cierto es que la realidad que describimos es la misma. Podemos, entonces, inferir que habrá un modo en que ambos lenguajes se entiendan.

No hay otra realidad. Así lo que hace ‘diferente’ a la realidad (y con ella las discusiones filosóficas interminables, aunque necesarias en la evolución) es la conciencia y el enfoque que tenemos de ella. Trascendidas esas discusiones, esas fijaciones al ego, la Realidad es pues Una por muy múltiple y diversa que sea para distintos observadores.

Conclusiones

La dinámica del conflicto que enfrenta religión y ciencia, o cualquier otra dualidad existencial, es una fase completamente sana y necesaria del crecimiento humano. La respuesta a la controversia, a cualquier controversia, está un poco más allá de la esquina que nos impide ver al/lo otro. “Sin voluntad de entendimiento de lo opuesto no hay evolución ni personal ni social.” (Tendencias21).

La realidad es la misma. Como dice Villalba (Tendencias21). “La filosofía racionalista griega daría lugar al pensamiento científico y éste a la tecnología moderna, mientras que el racionalismo budista daría lugar a un conocimiento profundo de la conciencia humana y a una tecnología espiritual muy desarrollada...” (el subrayado es mío). Ambas tecnologías habrán de reunirse y el camino para ello está abierto en la actualidad.

Son distintos tipos de lenguaje, el científico y el religioso, para describir la misma realidad. Por muy enfrentados que nos parezcan. Desde posturas opuestas estamos viendo diferentes partes del elefante, pero no el elefante completo.

Bibliografía:

Fox Keller, E. (1985, ec. 1991). Reflexiones sobre género y ciencia. Ed. Alfons el Magnanim. Valencia.
Grof, S. (1985 ec. 1988). Psicología transpersonal: nacimiento, muerte y trascendencia en psicoterapia. Ed. Kairós. Barcelona.
Jung, C. G. (1913, ec. 1976). Teoría del psicoanálisis. Ed. Plaza y Janés. Barcelona.
Monedero, C. (1982). Psicología evolutiva y sus manifestaciones psicopatológicas. Ed. Biblioteca Nueva. Madrid.
Wilber, K. (1977, ec. 1990, ). El espectro de la conciencia. Ed. Kairós. Barcelona.
Wilber, K. (1980, ec. 1989). El proyecto Atman. Barcelona. Ed. Kairós.
Wilber, K. (1983-90, ec. 1991, ). Los tres ojos del conocimiento. Ed. Kairós. Barcelona.
James, W. (1981, 1983, ec. 1989). Principios de psicología. México. Ed. F.C.E.


Este artículo ha sido elaborado por un SOCIO DE TENDENCIAS21 y, por tanto, cuenta con su propio FORO DE DISCUSIÓN. Si lo deseas, puedes participar en él con tus opiniones y comentarios: Foro El futuro del “yo”, de Sinesio Madrona.



Sinesio Madrona es licenciado en psicología. Formado en terapia psicoanalítica, rogeriana y gestáltica. Autor de una teoría que describe el desarrollo de la conciencia como un proceso sucesivo de autoorganización de creciente complejidad.



Sinesio Madrona
Artículo leído 17501 veces



Más contenidos