De vez en cuando la amenaza de una pandemia catastrófica se extiende por nuestro mundo globalizado.
Tenemos miedo. Y hay razones para ello: las enfermedades infecciosas cambiaron el curso de la historia, destruyendo incluso a las civilizaciones más avanzadas.
Hagamos un viaje en el tiempo hasta la Atenas de Pericles, en pleno auge de las matemáticas, la filosofía, el teatro, el arte, la medicina, la democracia… A punto de comenzar el verano del año 428, Atenas está en todo su esplendor: es, con mucho, la ciudad más avanzada de la Tierra.
Antecedentes devastadores
Atenas es una potencia militar de primer orden que dispone de un formidable ejército: sus 30.000 hoplitas y 15.000 jinetes son una fuerza de élite que, junto a su poderosa armada, la convierten en invencible. Están preparados para aniquilar a la liga del Peloponeso que, capitaneada por Esparta, una vez más, ha desatado las hostilidades.
Atenas es la ciudad más global de su tiempo: sus naves traen cotidianamente productos de todos los lugares del mundo.
Sin saberlo, una de ellas acaba de traer un microorganismo patógeno desde las costas de Asia: desatará la destrucción de la gran ciudad Estado. Matará a más del 90% de sus soldados, destruirá a sus jinetes y marinos, acabará con la mayoría de sus ciudadanos. Incluso matará a Pericles.
Atenas nunca se recuperará.
Siglos más tarde, Cartago sufrirá un destino similar al de Atenas, lo que contribuirá a su derrota en las guerras púnicas.
También la poderosa Roma de Marco Aurelio, acabará devastada por una enfermedad infecciosa que incluso se llevará por delante al emperador.
Una terrible pandemia asolará el imperio Bizantino en pleno esplendor de Justiniano.
En medio del temor de Dios, las pandemias medievales mataron a casi el 40% de los europeos. Los imperios americanos languidecieron por las enfermedades infecciosas…
Podríamos seguir hasta hoy. Pero se puede resumir en un dato: las enfermedades infecciosas mataron a más seres humanos que todas las formas de violencia juntas, incluida la guerra.
¿Devastador Wuhan?
¿Podría ahora el coronavirus de Wuhan devastar nuestro mundo?
Empecemos averiguando que es un coronavirus.
Se trata de un virus. Los virus solo pueden reproducirse dentro de su huésped específico, una célula animal, vegetal, o una bacteria. Cuando entran en su diana se apropian del control de su maquinaria molecular y la ponen a fabricar nuevos virus. Finalmente, la célula infectada se rompe liberando centenares de nuevas copias del virus.
Además, es un RNA virus. Todos los organismos de la Tierra tienen ADN como material genético, excepto los virus RNA que usan RNA como material hereditario. A partir del RNA sintetizan su DNA una vez dentro de la célula utilizando la polimerasa inversa. Los coronavirus son los virus RNA con el genoma más grande de todos los virus RNA conocidos.
Antes del virus de Wuhan se conocían 6 tipos diferentes de coronavirus humanos. Algunos tipos solo producen en resfriado típico de los inviernos cuyos síntomas suelen incluir malestar general, fiebre, dolor de cabeza y garganta, secreción nasal y tos.
Pero otros son más graves, como el que produjo el síndrome respiratorio agudo grave (SARS) que afectó al sudeste asiático en 2003, o el que causó el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) en 2012 en Arabia Saudita.
Estas variantes de coronavirus pueden producir enfermedades respiratorias muy graves que a veces terminan en edema pulmonar y llevan a la muerte de la persona afectada.
Pero los coronavirus infectan a casi cualquier tipo de animales, incluidos animales domésticos, donde causan muchos problemas.
Tenemos miedo. Y hay razones para ello: las enfermedades infecciosas cambiaron el curso de la historia, destruyendo incluso a las civilizaciones más avanzadas.
Hagamos un viaje en el tiempo hasta la Atenas de Pericles, en pleno auge de las matemáticas, la filosofía, el teatro, el arte, la medicina, la democracia… A punto de comenzar el verano del año 428, Atenas está en todo su esplendor: es, con mucho, la ciudad más avanzada de la Tierra.
Antecedentes devastadores
Atenas es una potencia militar de primer orden que dispone de un formidable ejército: sus 30.000 hoplitas y 15.000 jinetes son una fuerza de élite que, junto a su poderosa armada, la convierten en invencible. Están preparados para aniquilar a la liga del Peloponeso que, capitaneada por Esparta, una vez más, ha desatado las hostilidades.
Atenas es la ciudad más global de su tiempo: sus naves traen cotidianamente productos de todos los lugares del mundo.
Sin saberlo, una de ellas acaba de traer un microorganismo patógeno desde las costas de Asia: desatará la destrucción de la gran ciudad Estado. Matará a más del 90% de sus soldados, destruirá a sus jinetes y marinos, acabará con la mayoría de sus ciudadanos. Incluso matará a Pericles.
Atenas nunca se recuperará.
Siglos más tarde, Cartago sufrirá un destino similar al de Atenas, lo que contribuirá a su derrota en las guerras púnicas.
También la poderosa Roma de Marco Aurelio, acabará devastada por una enfermedad infecciosa que incluso se llevará por delante al emperador.
Una terrible pandemia asolará el imperio Bizantino en pleno esplendor de Justiniano.
En medio del temor de Dios, las pandemias medievales mataron a casi el 40% de los europeos. Los imperios americanos languidecieron por las enfermedades infecciosas…
Podríamos seguir hasta hoy. Pero se puede resumir en un dato: las enfermedades infecciosas mataron a más seres humanos que todas las formas de violencia juntas, incluida la guerra.
¿Devastador Wuhan?
¿Podría ahora el coronavirus de Wuhan devastar nuestro mundo?
Empecemos averiguando que es un coronavirus.
Se trata de un virus. Los virus solo pueden reproducirse dentro de su huésped específico, una célula animal, vegetal, o una bacteria. Cuando entran en su diana se apropian del control de su maquinaria molecular y la ponen a fabricar nuevos virus. Finalmente, la célula infectada se rompe liberando centenares de nuevas copias del virus.
Además, es un RNA virus. Todos los organismos de la Tierra tienen ADN como material genético, excepto los virus RNA que usan RNA como material hereditario. A partir del RNA sintetizan su DNA una vez dentro de la célula utilizando la polimerasa inversa. Los coronavirus son los virus RNA con el genoma más grande de todos los virus RNA conocidos.
Antes del virus de Wuhan se conocían 6 tipos diferentes de coronavirus humanos. Algunos tipos solo producen en resfriado típico de los inviernos cuyos síntomas suelen incluir malestar general, fiebre, dolor de cabeza y garganta, secreción nasal y tos.
Pero otros son más graves, como el que produjo el síndrome respiratorio agudo grave (SARS) que afectó al sudeste asiático en 2003, o el que causó el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) en 2012 en Arabia Saudita.
Estas variantes de coronavirus pueden producir enfermedades respiratorias muy graves que a veces terminan en edema pulmonar y llevan a la muerte de la persona afectada.
Pero los coronavirus infectan a casi cualquier tipo de animales, incluidos animales domésticos, donde causan muchos problemas.
Mapa de la expansión del coronavirus a 25 enero 2020. OMS. Click sobre la imagen para ampliar.
La mutación, clave
En general los virus RNA mutan con facilidad. Y como su número es ingente, las mutaciones pueden llegar a extenderse en sus poblaciones: las mutaciones que les permitan reproducirse más rápidamente que los otros genotipos irán extendiéndose en sus poblaciones.
Algunas de estas mutaciones les permiten infectar a otras especies que antes no infectaban. Pueden pasar así de animales a humanos (y viceversa).
Nosotros estamos acostumbrados a comer unas pocas especies. Pero en los mercados chinos o africanos puede verse a la venta todo tipo de animales, a menudo vivos, lo que entraña un riesgo potencial. Un coronavirus, con la mutación adecuada, puede pasar desde otra especie hasta el hombre.
Y una vez a infectado a un humano se le abren muchas posibilidades. Porque nuestro estilo de vida juega en nuestra contra.
Ambientes peligrosos y recursos preventivos
En los tiempos de la Grecia de Pericles era difícil que un coronavirus viajase mucho más de 50 kilómetros en un día si lo hacía por tierra, o de 200 kilómetros si viajaba por mar en una embarcación.
Pero en el mundo globalizado de hoy en día, un coronavirus puede viajar en avión. En unas pocas horas puede dispersarse por casi todo el mundo.
También vivimos en lugares con elevadas densidades de población. Nos gustan las aglomeraciones en centros comerciales, cines, discotecas… y eso facilita el contagio.
Pero hoy tenemos un arma con la que la humanidad no pudo contar antes: el conocimiento. Sabemos lo que es un virus, lo que hace, cómo se contagia y cómo combatirlo.
Nos podemos contagiar a través de secreciones de personas afectadas dispersadas en forma de espray por la tos o los estornudos. También al tocar lugares donde hayan caído estas secreciones y llevarnos las manos a la nariz o a la boca.
Evitemos en lo posible las aglomeraciones, lavémonos las manos con frecuencia y si llega a ser necesario utilicemos las mascarillas adecuadas. Sigamos las recomendaciones de los expertos.
Ya se han tomado medidas inmovilizando a más de 40 millones de personas y desplegando controles en los aeropuertos.
Tenemos fármacos capaces de inhibir la replicación de retrovirus. Y en cuestión de meses podemos desarrollar una vacuna.
Pese a la tremenda insensatez de los colectivos acientíficos como los anti-vacunas, es el conocimiento lo que impedirá que vuelvan pandemias como las que tantas veces asolaron a la civilización.
En general los virus RNA mutan con facilidad. Y como su número es ingente, las mutaciones pueden llegar a extenderse en sus poblaciones: las mutaciones que les permitan reproducirse más rápidamente que los otros genotipos irán extendiéndose en sus poblaciones.
Algunas de estas mutaciones les permiten infectar a otras especies que antes no infectaban. Pueden pasar así de animales a humanos (y viceversa).
Nosotros estamos acostumbrados a comer unas pocas especies. Pero en los mercados chinos o africanos puede verse a la venta todo tipo de animales, a menudo vivos, lo que entraña un riesgo potencial. Un coronavirus, con la mutación adecuada, puede pasar desde otra especie hasta el hombre.
Y una vez a infectado a un humano se le abren muchas posibilidades. Porque nuestro estilo de vida juega en nuestra contra.
Ambientes peligrosos y recursos preventivos
En los tiempos de la Grecia de Pericles era difícil que un coronavirus viajase mucho más de 50 kilómetros en un día si lo hacía por tierra, o de 200 kilómetros si viajaba por mar en una embarcación.
Pero en el mundo globalizado de hoy en día, un coronavirus puede viajar en avión. En unas pocas horas puede dispersarse por casi todo el mundo.
También vivimos en lugares con elevadas densidades de población. Nos gustan las aglomeraciones en centros comerciales, cines, discotecas… y eso facilita el contagio.
Pero hoy tenemos un arma con la que la humanidad no pudo contar antes: el conocimiento. Sabemos lo que es un virus, lo que hace, cómo se contagia y cómo combatirlo.
Nos podemos contagiar a través de secreciones de personas afectadas dispersadas en forma de espray por la tos o los estornudos. También al tocar lugares donde hayan caído estas secreciones y llevarnos las manos a la nariz o a la boca.
Evitemos en lo posible las aglomeraciones, lavémonos las manos con frecuencia y si llega a ser necesario utilicemos las mascarillas adecuadas. Sigamos las recomendaciones de los expertos.
Ya se han tomado medidas inmovilizando a más de 40 millones de personas y desplegando controles en los aeropuertos.
Tenemos fármacos capaces de inhibir la replicación de retrovirus. Y en cuestión de meses podemos desarrollar una vacuna.
Pese a la tremenda insensatez de los colectivos acientíficos como los anti-vacunas, es el conocimiento lo que impedirá que vuelvan pandemias como las que tantas veces asolaron a la civilización.
(*) Eduardo Costas y Victoria López Rodas son Catedráticos de Genética en la Universidad Complutense de Madrid, donde llevan casi 30 años investigando juntos en genética evolutiva y biotecnología. Miembros del Consejo Editorial de Tendencias21, dirigen asimismo el Comité Científico del Club Nuevo Mundo.