El cerebro no es sólo materia

Es capaz de generar espiritualidad, un concepto más amplio que el de religión


El cerebro no es sólo materia, ya que es capaz de generar espiritualidad, un concepto más amplio que el de religión. La espiritualidad es la conciencia de la segunda realidad o consciencia límbica, dominante en la humanidad primitiva y compartida con el reino animal. Es una facultad mental más, como la inteligencia o el lenguaje, una proyección de lo que genera el cerebro, que puede o no conducir a la religión. Por Francisco J. Rubia (*).


Francisco J. Rubia
08/05/2017

A la pregunta de si el cerebro es sólo materia, tengo que responder claramente que no. Experimentos realizados no hace mucho tiempo confirman que cuando se estimulan eléctrica o electromagnéticamente ciertas regiones cerebrales conocidas como el sistema límbico, o si quieren el cerebro emocional, se producen en el sujeto experimental experiencias espirituales e incluso experiencias místicas, que a mi entender son las experiencias espirituales más intensas.

A mi juicio, esto es de enorme importancia, porque significa que el cerebro, compuesto de materia consistente en células nerviosas, sus conexiones y las sustancias químicas que actúan como neurotransmisores, ese cerebro también es “espítiru” capaz de generar espiritualidad.

Cuando hablamos de espiritualidad la solemos asociar a la religión o a la religiosidad, pero esto es sólo en parte correcto, pues si es cierto que no se concibe la religión sin espiritualidad, sí se concibe, y de hecho existe, espiritualidad sin religión, como lo muestran lo que se han llamado “corrientes filosóficas”, como el budismo, el jainismo, el sintoísmo, el taoísmo, el confucianismo y algunos formas de hinduismo, que no tienen dioses y que, por tanto, no se consideran religiones.

Espiritualidad, felicidad y endorfinas

Si la religión es espiritualidad, pero la espiritualidad no tiene por qué ser religión, entonces la espiritualidad es un concepto más amplio. Y ¿qué se entiende por espiritualidad?

En las definiciones que se encuentran en los diccionarios encontramos un grupo que menciona el mismo término en la definición como “Espiritualidad es la cualidad de lo que es espiritual”. Y si buscamos la palabra espiritual encontramos: perteneciente o relativo al espíritu. Pero si vamos a la palabra espíritu, aún es peor, porque la definición de espíritu es: ser inmaterial y dotado de razón. Un ser inmaterial que, por definición, no tiene cerebro, ¿cómo puede tener razón? Estas definiciones no aclaran nada, aparte de ser incorrectas.

Un segundo grupo define la espiritualidad como un término antitético de la materialidad. Pero como estas definiciones están basadas en un dualismo materia-espíritu, entendiendo por espíritu algo inmaterial que controla el cuerpo físico, tampoco nos valen, por lo que decidí dar una definición más de acuerdo con mi propio pensamiento.

En mi libro El cerebro espiritual he definido la espiritualidad de la siguiente manera:“El sentimiento o impresión subjetiva de alegría extraordinaria, de atemporalidad y de acceso a una segunda realidad que es experimentada más vívida e intensamente que la realidad cotidiana y que está producida por la hiperactividad de estructuras del cerebro emocional”.

Esta definición, que como todas las definiciones no suelen abarcar todo el fenómeno, sin embargo alude a algunas características típicas de muchas experiencias espirituales, desde las más simples, como puede ser la observación de la belleza, tanto en la Naturaleza como en las artes plásticas, la música que puede conmovernos profundamente, hasta las más intensas como son las experiencias místicas que han experimentado los místicos y los fundadores de todas las religiones.

La alegría y felicidad que se experimentan en estas experiencias sabemos que se deben a la producción de endorfinas, sustancias parecidas a la morfina que el cerebro produce como analgésicos y sin las cuales los que realizan esfuerzos físicos extenuantes serían incapaces de realizar por el dolor que produce el ácido láctico en la musculatura.

Sabemos que cualquier situación de estrés es capaz de multiplicar por equis la cantidad de endorfinas que se producen. Por eso muchos atletas de alto rendimiento, como los corredores de maratón, alpinistas, etc., son adictos a esos ejercicios extenuantes.

Una característica de las experiencias espirituales profundas es la pérdida del sentido del tiempo y del espacio que dependen de la actividad normal de ciertas regiones de nuestro cerebro.

Segunda realidad

He mencionado asimismo el acceso a lo que he denominado “segunda realidad” para diferenciarla de la primera realidad, que sería la realidad cotidiana. Hoy sospechamos que esta primera realidad es en gran medida producida por nuestro cerebro. Con otras palabras, que “ahí afuera” no existen ni los colores, ni los sonidos, olores, sabores, ni el frío y el calor al tocar. Esto ya lo decía el filósofo napolitano Giambattista Vico en el siglo XVIII.

Y mucho antes, Demócrito de Abdera, Galileo, Descartes, Locke y Hobbes ya habían dicho que las cualidades o propiedades secundarias de las cosas, es decir sonidos, colores, olores, etc. no se encuentran en las cosas mismas, sino que son atribuciones del cerebro a los impulsos que llegan de los órganos de los sentidos.

Los sentidos son, pues, neutros; vemos, oímos, olemos gustamos y sentimos el frío y el calor con el cerebro, no con los órganos sensoriales. Los órganos sensoriales son transductores de distintos tipos de energía a la energía eléctrica, los potenciales de acción, que son todos iguales vengan de cualquier órgano sensorial. Es el cerebro el que se encarga de darle a los objetos percibidos esas cualidades o propiedades secundarias.

Se suele referir la anécdota de los discípulos del empirista irlandés, el filósofo y obispo George Berkeley. Estos discípulos discutían sobre si cuando un árbol cayese en el bosque se oiría algún ruido si nadie estuviese presente. La conclusión era que por supuesto no se oiría ningún ruido. Hoy se dice que tampoco se vería ningún árbol caer si no había nadie presente para verlo.

En este mismo sentido, el científico y cibernético austríaco Heinz von Foerster, conocido constructivista, ha acuñado la siguiente frase: “La objetividad es la ilusión de que las observaciones pueden hacerse sin observador”. Algo por cierto que hoy plantea la física cuántica, a saber que la realidad depende del observador.

Curiosamente, aunque aceptamos que la primera realidad es en gran medida una construcción cerebral, no hacemos lo mismo con la segunda realidad y pensamos que se debe a entidades metafísicas o a la acción de seres sobrenaturales.

Que la segunda realidad se viva más vívida e intensamente que la primera se debe sin duda a la hiperactividad de la amígdala, una estructura del cerebro emocional que se encuentra en la profundidad del lóbulo temporal y que es la que etiqueta lo percibido con un sentido de familiaridad y de emocionalidad. Su hiperactividad es responsable asimismo del fenómeno conocido como déjà vu.

Así que el cerebro es capaz de producir espiritualidad. Por eso acuñé en el libro antes mencionado el término “espiriteria”, o sea la contracción de espíritu y materia, para referirme al cerebro. El dualismo metafísico queda así descartado. Se trata de que de la materia cerebral surge como propiedad emergente la espiritualidad.

La trama del Universo y la idea de progreso

Quisiera aquí mencionar algunas palabras del jesuita Pierre Teilhard de Chardin que decía en su libro El corazón de la materia, que representa una autobiografía de su pensamiento: “No hay en el Mundo ni Espíritu ni Materia: la ‘Trama del Universo’ es Espíritu-Materia”.

(Teilhard de Chardin tuvo un Monitum del Santo Oficio de 30 de junio de 1962 que obligaba a retirar sus libros de las bibliotecas de estudiantes y escolares porque sus obras y las de sus secuaces representaban un peligro para los jóvenes. Sin embargo, hoy parece que se le está rehabilitando o está rehabilitado).

En El corazón de la materia, Teilhard de Chardin habla del “primado del Espíritu, o lo que viene a ser lo mismo, el primado del Futuro”. Aquí se introduce lo que es un hilo rojo en toda su obra, a saber, la aplicación de la evolución a la consciencia.

Algo parecido está presente asimismo en el libro del psiquiatra canadiense, Richard Maurice Bucke, del siglo XIX, titulado Cosmic Consciousness, en el que habla de tres tipos de consciencia: una consciencia simple que tendrían los animales no humanos, la autoconsciencia de los humanos y la consciencia cósmica, que podríamos equiparar a lo que llamo segunda realidad, o a lo que Sigmund Freud en una carta al Premio Nobel francés Romain Rolland llamó sentimiento oceánico. Para Bucke este tipo superior de consciencia cósmica es al que con el tiempo llegaría toda la humanidad.

Personalmente considero un error suponer que el término evolución equivalga a progreso, ya que existen numerosos ejemplos de regresión en muchos animales, regresión bien documentada por biólogos y paleontólogos. Visto así, asumir que la evolución es siempre de lo simple a lo complejo es ver solamente una parte de la realidad. Es un efecto de la idea de progreso que impregna todo el siglo XIX.

Esta idea del progreso se aplicó a muchos campos, entre ellos a la evolución de las especies, no teniendo en cuenta los ejemplos de regresión que la evolución muestra. Teilhard de Chardin no es ajeno a esta idea y la expresa a menudo en toda su obra. Él mismo confiesa haber sido impactado en su juventud por la lectura de L’Évolution creatrice de Henri Bergson.

No voy a entrar aquí en su hipótesis de que toda la evolución se dirige al Punto Omega que sería Cristo. No es una hipótesis científica y no puede ni confirmarse ni falsarse, como dice el filósofo Karl Popper.

Pero como neurofisiólogo me resulta difícil aceptar que una experiencia oceánica, trascendente, numinosa, mística, como quieran llamarla, que surge del cerebro emocional, represente un progreso frente a la consciencia egoica, sabiendo como sabemos que el cerebro emocional o sistema límbico es filogenéticamente muy anterior a la corteza cerebral, a la que se le atribuye ser la base de la consciencia egoica, de nuestra capacidad de racionalidad y de juicio. Por esta razón, para mí esa consciencia límbica representa una regresión y no un progreso.

Volviendo al tema de la emergencia: El filósofo estadounidense, Prof. Philip Clayton, de la Claremont Lincoln University de California, distingue entre emergencia fuerte y débil. La emergencia fuerte sostiene que la evolución en el cosmos produce nuevos niveles ontológicamente distintos, que se caracterizan por sus propias leyes, regularidades o fuerzas causales distintas.

La emergencia débil sostiene que cuando surgen nuevos patrones, los procesos causales fundamentales siguen siendo los de la física. En mi opinión, el surgimiento de la espiritualidad en el cerebro respondería a un proceso emergente débil.

Estados alterados de consciencia

Estoy convencido que con el tiempo tendremos que modificar palabras como materia, espíritu, etc. para crear otras nuevas que estén más de acuerdo con los resultados de la investigación científica. Muchas de ellas, como dice la filósofa estadounidense Patricia Churchland, pertenecen a lo que se llama “psicología popular”, pero que no son adecuadas hoy día.

En mi libro El cerebro espiritual planteaba que el origen de la espiritualidad en el ser humano estaría históricamente relacionado con aquellos estados alterados de consciencia que se producen durante el éxtasis o trance. Estos estados se alcanzan algunas veces de manera espontánea, pero también utilizando ciertas técnicas activas o pasivas, o ingiriendo sustancias alucinógenas, que también han sido llamadas enteógenas por el profesor de filología clásica de Estados Unidos Carl Ruck. Etimológicamente la palabra enteógena significa “dios generado dentro de nosotros”, lo que en la Antigüedad se llamaba “entusiasmo”.
 
Deberíamos haber sabido mucho antes que la espiritualidad se genera en el cerebro porque las llamadas drogas enteógenas modifican la química cerebral. Esas drogas naturales que se encuentran en la naturaleza y que han servido para acceder a la realidad espiritual, la segunda realidad o la realidad trascendente, modifican la química cerebral y, por tanto, esas experiencias necesariamente tienen que generarse en el cerebro.

Desde que el ser humano experimentó por vez primera esa “segunda realidad” ha buscado siempre trascender la realidad cotidiana por las razones que antes he expuesto. Y esta búsqueda nunca fue interrumpida, lo que supone que ha sido un rasgo universal que se ha dado en todos los tiempos y en todas las culturas.

En este sentido hay que mencionar la figura importante en la época en la que los humanos eran cazadores-recolectores, es decir época en la que el ser humano ha pasado más del 90% de su vida sobre la tierra; me refiero a la figura del chamán que, como dice el historiador de las religiones Mircea Eliade, es el especialista en la técnica del éxtasis.

Mediante técnicas activas, como la percusión de tambores o la danza rítmica, podían entrar en trance. Las técnicas pasivas, también útiles, son el aislamiento, la privación sensorial como por ejemplo la huida al desierto, el ayuno, la meditación o la privación del sueño. Cuando estas técnicas fallaban, el chamán recurría a la droga enteógena. Al chamán se le ha considerado como el mediador entre las dos realidades: la realidad cotidiana y la segunda realidad o realidad espiritual o trascendente.

Yo he llamado a esa consciencia de la segunda realidad la consciencia límbica, y he supuesto que el cazador-recolector vivía probablemente más tiempo sumido en ese tipo de consciencia. Es la opinión también del filósofo italiano Remo Cantoni, quien en su libro Il pensiero dei primitivi (El pensamiento de los primitivos) hace alusión a la posible existencia en el hombre primitivo de formas de pensamiento que todavía están presentes en el hombre contemporáneo, pero que están relegadas, inhibidas por estructuras cognitivas más modernas. En algunas circunstancias se puede producir una regresión y generarse pensamientos arcaicos. En contraste con la consciencia límbica estaría lo que podemos llamar consciencia egoica, que caracteriza al hombre moderno.

En el hombre arcaico la tendencia hacia la espiritualidad estaría más marcada que en el hombre moderno. El antropólogo francés Lucien Lévy-Bruhl decía que una característica del hombre primitivo era la participation mystique, la participación mística con los animales y con la Naturaleza en general.

Desde esos tiempos primitivos, los homínidos han tenido la necesidad de entrar en esa segunda realidad que los ponía en relación con los antepasados fallecidos, los espíritus, los dioses y los demonios.

Sensación de eternidad y neuroteología

Consciencia límbica y consciencia egoica, pues, que parecen ser antagónicas por lo que en condiciones normales el acceso a la consciencia límbica no resulta fácil. Pero cuando se accede a ella, la consciencia egoica desaparece y el sujeto se identifica con el universo, la Naturaleza o su dios.

El escritor francés Romain Rolland, en la correspondencia que mantuvo con el psicólogo vienés Sigmund Freud, sostenía que muchas personas habían tenido esa experiencia espiritual intensa, un sentimiento, decía, que le agradaría designar como sensación de eternidad; un sentimiento como de algo sin límites ni barreras, en cierto modo oceánico. Para Rolland, este sentimiento oceánico tendría el valor de ser la fuente última de la religiosidad.

Hoy se estudia intensamente el tema de la espiritualidad y la religiosidad en el cerebro y se ha acuñado el término “neuroteología” para ello, término que considero completamente equivocado ya que la neurociencia no busca a Dios en sus estudios sobre el cerebro, sino las fuentes de la espiritualidad. Dios no es ninguna hipótesis científica, ya que según el filósofo austríaco Karl Popper lo que no es demostrable ni falsable no puede ser una hipótesis científica.

El término “neuroteología” fue acuñado en 1984 por James B. Ashbrook, del Seminario Teológico Evangélico Garret, en Evanston, Illinois, en la revista Zygon. Yo me inclinaría más por llamar “neuroespiritualidad” a este intento de buscar las bases neurobiológicas de las experiencias que llamamos espirituales, místicas, numinosas, divinas, religiosas o trascendentes.

Antes mencioné el hecho de que la consciencia límbica y la consciencia egoica parecen estar reñidas en el sentido de que la consciencia egoica parece inhibir la consciencia límbica. Efectivamente, el acceso a la consciencia límbica no es fácil y ya hemos hablado de las diversas técnicas que el chamán necesita para poder acceder a ella. También en la filosofía oriental se dice que para acceder a la segunda realidad es necesario eliminar el yo y de esta manera poder desinhibirla.

Si consideramos la evolución de nuestro cerebro, el sistema límbico o cerebro emocional es filogenéticamente más antiguo que la corteza cerebral. Y aunque hay actividades corticales que no van acompañadas de consciencia, se considera que esa consciencia egoica está ligada a la actividad de ciertas estructuras corticales.

Mística animal

Visto así, la consciencia límbica sería un tipo de consciencia más primitiva; es una consciencia fuertemente emocional, apenas expresable con palabras, pre-verbal. Por tanto, la segunda realidad podría considerarse como una regresión a un estadio arcaico de consciencia. La consciencia límbica podría ser una consciencia que compartimos con aquellos animales que poseen un sistema límbico, como son todos los mamíferos, aunque, como es lógico, haya diferencias cuantitativas entre ellos. Por esta razón yo no puedo excluir la posibilidad de que algunos animales, sobre todo aquellos mamíferos que están más cerca de nosotros, puedan tener experiencias espirituales. Tenemos, por ejemplo, la danza de la lluvia o la danza del fuego en chimpancés que han sido interpretadas como rudimentos de comportamientos religiosos.

Puede parecer insólito y extraño que piense en la posibilidad de que otros animales puedan tener experiencias espirituales. Pero también nos parece que la moralidad es una facultad exclusivamente humana y cada vez se aportan más indicios que apuntan a la posibilidad de que existan facultades precursoras de la moralidad en primates no humanos.

Si consideramos que muchos animales han ingerido drogas enteógenas, habría que suponer que con un cerebro parecido al nuestro, por lo que se refiere al cerebro emocional o sistema límbico, esos animales deberían tener experiencias si no iguales, al menos muy similares a las del ser humano. Por otro lado hay que preguntarse si esta costumbre inveterada de la ingesta de drogas enteógenas no ha sido la causa, como algunos autores sospechan, de que el cerebro humano posea receptores para sustancias opiáceas o psicoactivas.

El neurólogo estadounidense Kevin Nelson, en su libro The Spiritual Doorway in the Brain (La entrada espiritual en el cerebro) dice lo siguiente:

“Lo místico no está más allá del lenguaje en sentido neurológico. Está antes del lenguaje, residiendo en estructuras cerebrales arcaicas que tienen que ver con nuestra supervivencia darwiniana. Mi fuerte corazonada es que las experiencias místicas existieron mucho antes de que el lenguaje llegara a nuestra especie. Esto es un pensamiento bastante sorprendente. Significa que otros animales aparte de los seres humanos pueden hacer tenido sentimientos místicos”.

Lo que este autor subraya es que la consciencia límbica tiene que ser anterior a la consciencia egoica, como antes dije, basándose en el punto de vista evolutivo. Ahora se entiende que para Freud supongan una regresión.

El psicólogo suizo Carl Gustav Jung decía que el pensamiento mitológico, el pensamiento infantil, el pensamiento de los primitivos y el de los ensueños eran muy parecidos. Y afirmaba que este tipo de pensamiento se presenta cuando deja de funcionar lo que él llamaba el “pensamiento dirigido”, refiriéndose al pensamiento característico de la consciencia normal o de vigilia.

Una facultad mental más

Lo que quisiera repetir aquí es que estas experiencias de acceso a la segunda realidad son producto de la actividad de ciertas estructuras cerebrales. Prueba de ello es que en enfermos de Alzheimer o en la enfermedad de Parkinson, o en tumores cerebrales agresivos, personas que fueron muy espirituales o religiosas pierden esa capacidad a medida que avanzan estas enfermedades que, como es sabido, son degenerativas y progresivas.

En otro orden de cosas quisiera decir que si tenemos estructuras cerebrales capaces de generar espiritualidad, entonces se puede considerar la espiritualidad como una facultad mental más, como la inteligencia, la música o el lenguaje. Naceríamos con una predisposición genética para ellas y se desarrollarían de manera diferente de un individuo a otro. Por eso existen personas más inteligentes o más musicales o más espirituales que otras. Y como todas las facultades mentales necesitarían un entorno adecuado para desarrollarse. Suelo mencionar el caso del lenguaje, donde se ha podido constatar que si los niños no tienen un entorno parlante, como ocurrió con aquellos casos de niños criados por lobos, nunca llegan a hablar correctamente.

El genetista norteamericano Dean Hammer, del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, en su libro The God Gene (El gen de Dios, título que por lo dicho anteriormente considero completamente inapropiado y erróneo) se refiere a que “la mayoría de la gente está dotada para la espiritualidad, que es una de las más omnipresentes y poderosas fuerzas del ser humano. Es, de hecho, un instinto”. Compara también la espiritualidad con el canto de los pájaros.

Otro autor que afirmó que la espiritualidad puede ser un rasgo universal humano fue el biólogo marino inglés Sir Alister Hardy, quien en las Gifford Lectures en la Universidad de Aberdeen en Escocia dijo que la espiritualidad tenía una base biológica que había surgido en el proceso de selección natural.

En los últimos años, el neurólogo indio afincado en Estados Unidos Vilayanur Ramachandran, de la Universidad de California en San Diego, y Eugene D’Aquili, psiquiatra ya fallecido y Andrew Newberg, de la Universidad de Pensilvania, identificaron áreas cerebrales que sirven de correlato de las experiencias espirituales.

Ramachandran, en su libro Phantoms in the Brain (Fantasmas en el cerebro) explica que está claro que ciertas regiones del lóbulo temporal juegan un papel más directo en la disminución de la actividad de la amígdala, lo que explica la situación de calma y serenidad que los sujetos experimentan. Según estos autores, la disminución de actividad de estas regiones es responsable de los estados de trascendencia. Esta disminución estaría relacionada con la privación de estímulos sensoriales.

Espiritualidad y dopamina

La implicación de las estructuras del lóbulo temporal que pertenecen al llamado sistema límbico o cerebro emocional es cada vez más evidente. Si se aumenta la actividad dopaminérgica del lóbulo temporal en algunos esquizofrénicos, este aumento se acompaña de hiperreligiosidad. Es sabido que las experiencias espirituales, religiosas o místicas van ligadas a una disminución de la serotonina y un aumento de la dopamina, sobre todo en esas estructuras límbicas. Recuerden lo que dije anteriormente: que en enfermos de Parkinson, la disminución de dopamina se acompaña de una pérdida de religiosidad en esos pacientes.

El psiquiatra y neurocientífico estadounidense Arnold Mandell, en un capítulo del libro The Psychobiology of Consciousness (La psicobiología de la consciencia) escrito en 1980 planteó la hipótesis de que los mecanismos serotoninérgicos eran responsables de los fenómenos espirituales o de trascendencia. Dos estructuras, a saber el hipocampo y la amígdala, ambos en la profundidad del lóbulo temporal, serían responsables de esos estados. Precisamente, la estimulación eléctrica y electro-magnética que se realizó posteriormente de estas estructuras fue capaz de generar las experiencias espirituales y místicas, así como la presencia de seres espirituales, siempre de la propia religión de los sujetos.
 
Por otro lado, que la dopamina  juega un papel también importante en estas experiencias lo apoyan los siguientes datos que menciono en mi libro El cerebro espiritual:

-  Un gen de la dopamina se asocia de manera significativa con las medidas de espiritualidad y auto-trascendencia.

-  Trastornos debidos a exceso de dopamina, como la esquizofrenia y el trastorno obsesivo-compulsivo se asocian a aumentos de espiritualidad o religiosidad. Los fármacos anti-psicóticos que bloquean la acción de la dopamina a nivel del sistema límbico disminuyen las conductas espirituales y religiosas de esos pacientes.

- Sustancias enteógenas que aumentan las experiencias místicas y religiosas también aumentan la transmisión de dopamina, como son la LSD y la DMT, que bloquean los receptores de serotonina, neurotransmisor que ejerce un efecto inhibidor sobre las neuronas dopaminérgicas. Curiosamente, el cerebro normal segrega normalmente DMT, llamada también la molécula espiritual, en la glándula pineal, aunque no sepamos aún por qué.

Otro argumento importante para el origen de la espiritualidad en el sistema límbico es el trastorno conocido como epilepsia del lóbulo temporal, un tipo no muy común, pero que produce fenómenos espirituales y religiosos. La relación entre la epilepsia y la religión es muy antigua. Aparte de que los griegos la consideraban una enfermedad sagrada también se ha considerado a los sujetos que la padecían como poseídos por algún ser sobrenatural, generalmente un espíritu o demonio.

Hiperreligiosidad y epilepsia

En el llamado síndrome de Gastaut-Geschwind los pacientes muestran hiperreligiosidad, conversiones súbitas, hipermoralismo e hipergrafia. A veces, si la epilepsia estaba producida por un tumor, al extraer el tumor desaparecía la hiperreligiosidad.

Dos autores estadounidenses, Saber y Rabin, publicaron un artículo titulado The Neural Substrates of Religious Experience (Los sustratos neurales de la experiencia religiosa) en el que mencionan una lista de personas que supuestamente padecían de este tipo de epilepsia, como Pablo de Tarso, Mahoma, Margarita Kempe, Juana de Arco, Teresa de Ávila, Catalina de Génova, Catalina dei Ricci, Joseph Smith, el fundador de la iglesia mormona, Teresa de Lisieux y muchos otros.

Hay muchos otros argumentos que no puedo referir aquí, pero que sí están recogidos en El cerebro espiritual que apoyan la afirmación de que nuestro cerebro genera experiencias espirituales, religiosas, místicas o trascendentes.

Es curioso que en el evangelio gnóstico de Santo Tomás, cuando le preguntan a Jesús que cómo alcanzar el Reino de los Cielos, responda: “Cuando convirtáis los dos en uno, cuando hagáis lo que está dentro igual a lo que está abajo, cuando convirtáis los masculino y lo femenino en una sola cosa…entonces entraréis en el Reino de los Cielos. Mi interpretación de estas frases: Cuando anuléis la consciencia egoica, dualista, podréis acceder a la consciencia límbica, aquí caracterizada como el Reino de los Cielos.

En la Biblia versión King James en el evangelio de Lucas, 17:21 se dice: The Kingdom of God is within you. Sin embargo en la Biblia Reina Valera, católica, este pasaje se transforma en el Reino de Dios está entre vosotros. No sé cuál es el original, pero me inclino por la primera versión que coincide con lo que Buda decía, a saber que todos somos Buda, es decir que todos podemos alcanzar la iluminación, aunque no lo sabemos. También San Agustín dice : Noli foras ire, in te ipsum redi, in interiore homine hábitat veritas (No vayas afuera, entra dentro de ti mismo, en el interior del hombre habita la verdad).

La espiritualidad como proyección cerebral

Por todo lo dicho es de suponer que la fons et origo de la espiritualidad y la religiosidad estaría en el sistema límbico, por lo que siempre existirá la espiritualidad que puede o no conducir a la religión. Como menciono en el libro El cerebro espiritual, estos hechos podrían transformar nuestra manera de ver las experiencias místicas, religiosas y espirituales en su conjunto. La conclusión podría ser que todas estas experiencias son proyecciones al exterior de lo que se genera dentro de nuestro propio cerebro.

Tradicionalmente, cuando el ser humano se enfrentaba a fenómenos que no podía explicar de manera natural, recurría a entidades metafísicas o a seres sobrenaturales. Es de esperar que, como ha ocurrido en el pasado con la explicación que se daba de los eclipses o de las erupciones volcánicas, para poner sólo dos ejemplos, también ocurra lo mismo con los fenómenos que hemos descrito. Ha sido una constante en el ser humano atribuir cualidades humanas a los dioses. Yo aprendí en Alemania una frase que trata más o menos este tema y que dice: “Cuando en la oscuridad del bosque el hombre silba, puede que ahuyente su miedo, pero no por ello va a ver más claro”.

Nos falta saber cuál ha sido la ventaja evolutiva de esos estados que dependen de estructuras más antiguas desde el punto de vista filogenético, como es el sistema límbico o cerebro emocional. Las hipótesis que hoy se manejan al respecto no terminan de ser totalmente satisfactorias. Pienso que cuando seamos capaces de explicar exhaustivamente estos fenómenos de manera natural, habremos dado un importante paso adelante en el conocimiento de nosotros mismos. 

(*) Francisco J. Rubia es Catedrático emérito de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad.  Miembro numerario de la Real Academia Nacional de Medicina y Vicepresidente de la Academia Europea de Ciencias. Es el editor del Blog Neurociencias de Tendencias21, donde pueden consultarse sus artículos, conferencias y sus libros.



Francisco J. Rubia
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