Imagen: toubibe. Fuente: Pixabay.
Usando la técnica de registro de imágenes con resonancia magnética (IRM) en bebés con hermanos mayores con autismo, un equipo de investigadores ha logrado predecir, con un 80% de acierto, qué bebés podrían desarrollar autismo a los dos años de edad.
El estudio, publicado en Nature, es el primero en demostrar que es posible identificar qué niños -entre los que tienen hermanos mayores con autismo- serán diagnosticados con este mismo trastorno a los 24 meses.
La determinación ha sido posible gracias a biomarcadores tempranos del desarrollo del cerebro, que de ahora en adelante podrían resultar muy útiles en la identificación de bebés con un riesgo de autismo más alto, incluso antes de que los síntomas conductuales vinculados a este trastorno aparezcan, explica el psiquiatra de la Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill Joseph Piven, autor principal de la investigación.
"Por lo general, el diagnóstico de autismo más precoz suele hacerse entre los dos y tres años. Pero, para los bebés con hermanos mayores autistas, nuestro método de imagen puede ayudar a predecir el autismo incluso durante el primer año de vida de los pequeños”, continúa diciendo Piven.
Cambios en el cerebro
En la presente investigación han participado cientos de niños de todo EEUU. En ella, Piven, junto a investigadores de diversos centros e instituciones de investigación estadounidenses, realizaron exploraciones de resonancia magnética a bebés a los seis, 12 y 24 meses de edad.
Descubrieron así que los bebés que más tarde desarrollaron autismo habían experimentado una hiperexpansión de la superficie de sus cerebros entre los seis y los 12 meses de edad, en comparación con los bebés que tenían un hermano mayor con autismo, pero que no mostraron evidencias de padecer el trastorno a los 24 meses o dos años.
Los científicos han relacionado ese aumento de la tasa de crecimiento de la superficie cerebral durante el primer año de vida de los niños con una mayor tasa de crecimiento del volumen cerebral total en su segundo año de vida. Además, establecieron que ese crecimiento excesivo del cerebro estaba relacionado con el surgimiento de déficits sociales autistas en el segundo año de vida de los pequeños.
Por último, los científicos tomaron los datos recopilados (resonancias magnéticas del volumen cerebral, área superficial, grosor cortical a los 6 y 12 meses de edad y sexo de los niños) y utilizaron un programa informático para clasificar a los bebés con mayor probabilidad de cumplir con los criterios para el autismo a los 24 meses.
De este modo, hallaron que las diferencias cerebrales a los 6 y 12 meses de edad en bebés con hermanos mayores con autismo predecían con bastante exactitud qué niños cumplirían con los criterios del austismo a los dos años. Previamente, se había detectado el autismo en niños analizando patrones dinámicos de la actividad cerebral con magnetoencefalografía (MEG), pero no en una etapa tan temprana.
El estudio, publicado en Nature, es el primero en demostrar que es posible identificar qué niños -entre los que tienen hermanos mayores con autismo- serán diagnosticados con este mismo trastorno a los 24 meses.
La determinación ha sido posible gracias a biomarcadores tempranos del desarrollo del cerebro, que de ahora en adelante podrían resultar muy útiles en la identificación de bebés con un riesgo de autismo más alto, incluso antes de que los síntomas conductuales vinculados a este trastorno aparezcan, explica el psiquiatra de la Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill Joseph Piven, autor principal de la investigación.
"Por lo general, el diagnóstico de autismo más precoz suele hacerse entre los dos y tres años. Pero, para los bebés con hermanos mayores autistas, nuestro método de imagen puede ayudar a predecir el autismo incluso durante el primer año de vida de los pequeños”, continúa diciendo Piven.
Cambios en el cerebro
En la presente investigación han participado cientos de niños de todo EEUU. En ella, Piven, junto a investigadores de diversos centros e instituciones de investigación estadounidenses, realizaron exploraciones de resonancia magnética a bebés a los seis, 12 y 24 meses de edad.
Descubrieron así que los bebés que más tarde desarrollaron autismo habían experimentado una hiperexpansión de la superficie de sus cerebros entre los seis y los 12 meses de edad, en comparación con los bebés que tenían un hermano mayor con autismo, pero que no mostraron evidencias de padecer el trastorno a los 24 meses o dos años.
Los científicos han relacionado ese aumento de la tasa de crecimiento de la superficie cerebral durante el primer año de vida de los niños con una mayor tasa de crecimiento del volumen cerebral total en su segundo año de vida. Además, establecieron que ese crecimiento excesivo del cerebro estaba relacionado con el surgimiento de déficits sociales autistas en el segundo año de vida de los pequeños.
Por último, los científicos tomaron los datos recopilados (resonancias magnéticas del volumen cerebral, área superficial, grosor cortical a los 6 y 12 meses de edad y sexo de los niños) y utilizaron un programa informático para clasificar a los bebés con mayor probabilidad de cumplir con los criterios para el autismo a los 24 meses.
De este modo, hallaron que las diferencias cerebrales a los 6 y 12 meses de edad en bebés con hermanos mayores con autismo predecían con bastante exactitud qué niños cumplirían con los criterios del austismo a los dos años. Previamente, se había detectado el autismo en niños analizando patrones dinámicos de la actividad cerebral con magnetoencefalografía (MEG), pero no en una etapa tan temprana.
Implicaciones
Las personas con trastorno del espectro autista (TEA) tienen déficits sociales característicos y demuestran una serie de comportamientos rituales, repetitivos y estereotipados.
Se estima que uno de cada 68 niños desarrolla autismo en los Estados Unidos. Para los bebés con hermanos mayores con autismo, el riesgo puede ser tan alto como de 20 casos cada 100 nacimientos. Hay alrededor de 3 millones de personas con autismo en los Estados Unidos y decenas de millones en todo el mundo.
A pesar de muchas investigaciones, hasta ahora había sido imposible identificar qué niños presentan un alto riesgo de autismo antes de los 24 meses de edad, que es lo más pronto que se pueden observar las características de comportamiento del TEA.
Sin embargo, para los niños con autismo la detección precoz resulta clave. Cuanto antes se comience con la estimulación y con las intervenciones, mayor probabilidad habrá de mejorar los resultados de los tratamientos, pues el cerebro de los niños es más maleable a esas edades tempranas.
Las personas con trastorno del espectro autista (TEA) tienen déficits sociales característicos y demuestran una serie de comportamientos rituales, repetitivos y estereotipados.
Se estima que uno de cada 68 niños desarrolla autismo en los Estados Unidos. Para los bebés con hermanos mayores con autismo, el riesgo puede ser tan alto como de 20 casos cada 100 nacimientos. Hay alrededor de 3 millones de personas con autismo en los Estados Unidos y decenas de millones en todo el mundo.
A pesar de muchas investigaciones, hasta ahora había sido imposible identificar qué niños presentan un alto riesgo de autismo antes de los 24 meses de edad, que es lo más pronto que se pueden observar las características de comportamiento del TEA.
Sin embargo, para los niños con autismo la detección precoz resulta clave. Cuanto antes se comience con la estimulación y con las intervenciones, mayor probabilidad habrá de mejorar los resultados de los tratamientos, pues el cerebro de los niños es más maleable a esas edades tempranas.
Referencia bibliográfica:
Heather Cody Hazlett, Hongbin Gu, Brent C. Munsell, Sun Hyung Kim, Martin Styner, Jason J. Wolff, Jed T. Elison, Meghan R. Swanson, Hongtu Zhu, Kelly N. Botteron, D. Louis Collins, John N. Constantino, Stephen R. Dager, Annette M. Estes, Alan C. Evans, Vladimir S. Fonov, Guido Gerig, Penelope Kostopoulos, Robert C. McKinstry, Juhi Pandey, Sarah Paterson, John R. Pruett, Robert T. Schultz, Dennis W. Shaw, Lonnie Zwaigenbaum, Joseph Piven, J. Piven, H. C. Hazlett, C. Chappell, S. R. Dager, A. M. Estes, D. W. Shaw, K. N. Botteron, R. C. McKinstry, J. N. Constantino, J. R. Pruett Jr, R. T. Schultz, S. Paterson, L. Zwaigenbaum, J. T. Elison, J. J. Wolff, A. C. Evans, D. L. Collins, G. B. Pike, V. S. Fonov, P. Kostopoulos, S. Das, G. Gerig, M. Styner, Core H. Gu. Early brain development in infants at high risk for autism spectrum disorder. Nature (2017). DOI: 10.1038/nature21369
Heather Cody Hazlett, Hongbin Gu, Brent C. Munsell, Sun Hyung Kim, Martin Styner, Jason J. Wolff, Jed T. Elison, Meghan R. Swanson, Hongtu Zhu, Kelly N. Botteron, D. Louis Collins, John N. Constantino, Stephen R. Dager, Annette M. Estes, Alan C. Evans, Vladimir S. Fonov, Guido Gerig, Penelope Kostopoulos, Robert C. McKinstry, Juhi Pandey, Sarah Paterson, John R. Pruett, Robert T. Schultz, Dennis W. Shaw, Lonnie Zwaigenbaum, Joseph Piven, J. Piven, H. C. Hazlett, C. Chappell, S. R. Dager, A. M. Estes, D. W. Shaw, K. N. Botteron, R. C. McKinstry, J. N. Constantino, J. R. Pruett Jr, R. T. Schultz, S. Paterson, L. Zwaigenbaum, J. T. Elison, J. J. Wolff, A. C. Evans, D. L. Collins, G. B. Pike, V. S. Fonov, P. Kostopoulos, S. Das, G. Gerig, M. Styner, Core H. Gu. Early brain development in infants at high risk for autism spectrum disorder. Nature (2017). DOI: 10.1038/nature21369