Ana Belén, en el papel de Medea. Fuente: Teatro Español.
El viernes se estrenó en la primaveral Plaza de Santa Ana y frente a la estatua de Lorca esta desvaída versión de la Medea clásica, la de Eurípides e, incluso, la de Séneca.
Habría que preguntarse por qué, como en la célebre reseña de Marqueríe. Sobre todo cuando tenemos aún tan reciente en el recuerdo la gloriosa interpretación de Aitana Sánchez Gijón en la Abadía, que los lectores de esta nota pueden ahora mismo disfrutar en Barcelona, llena de fuerza, furor báquico y posesión dionisíaca.
Por el contrario, la reescritura que de la tragedia ha hecho Molina Foix, además de plana, aburrida y, a trancos, ridícula consiguió que un teatro hasta la bandera diera sus cabezaditas poco interesado en los pormenores del pedagogo sumerio (personaje que se pone ahí para relatar la gesta del vellocino de oro y que sirve para sembrar la somnolencia del respetable) y los afanes de la nodriza, una extraordinaria Consuelo Trujillo que se llevó, con todo merecimiento, los pocos sinceros aplausos del final.
El tono pedagógico de la obra, encarnado por estos personajes, no le hace ningún favor, pues se deteriora la fuerza irresistible y vehemente del mito originario. La figura de Medea y su vertiginosa y aterradora decisión se deshilacha bajo el fárrago pretencioso de un texto exánime y sin pulso teatral, al que se le ha cercenado el conflicto en aras de una revisitación feble y culturalista del mito.
Habría que preguntarse por qué, como en la célebre reseña de Marqueríe. Sobre todo cuando tenemos aún tan reciente en el recuerdo la gloriosa interpretación de Aitana Sánchez Gijón en la Abadía, que los lectores de esta nota pueden ahora mismo disfrutar en Barcelona, llena de fuerza, furor báquico y posesión dionisíaca.
Por el contrario, la reescritura que de la tragedia ha hecho Molina Foix, además de plana, aburrida y, a trancos, ridícula consiguió que un teatro hasta la bandera diera sus cabezaditas poco interesado en los pormenores del pedagogo sumerio (personaje que se pone ahí para relatar la gesta del vellocino de oro y que sirve para sembrar la somnolencia del respetable) y los afanes de la nodriza, una extraordinaria Consuelo Trujillo que se llevó, con todo merecimiento, los pocos sinceros aplausos del final.
El tono pedagógico de la obra, encarnado por estos personajes, no le hace ningún favor, pues se deteriora la fuerza irresistible y vehemente del mito originario. La figura de Medea y su vertiginosa y aterradora decisión se deshilacha bajo el fárrago pretencioso de un texto exánime y sin pulso teatral, al que se le ha cercenado el conflicto en aras de una revisitación feble y culturalista del mito.
La identificación es imposible
Como todos saben, estamos en Corinto, Jasón, el héroe de los argonautas, ha decidido casarse con la hija del rey, Creusa, y, de ese modo, heredar el reino en un futuro y asegurarlo para sus hijos.
A cambio, el pequeño detalle de repudiar a su esposa Medea, la maga, la extranjera de la Cólquide, la hechicera seguidora de Hécate, la tía de la bruja Circe. Medea no es solo la madre de sus hijos, es quien propició, merced a sus artes, que se hiciera con el anhelado vellocino de oro, para lo cual ella, enamorada de Jasón, traicionó a los suyos, y huyó con él. Ahora, el héroe se lo paga abandonándola, condenándola a morir o a errar sin patria.
El personaje de Medea, en esta versión dirigida por el gran José Carlos Plaza (que nos merecía todo el crédito a juzgar por su trayectoria impecable), es protagonizado por una gran Ana Belén que no puede hacer más con un papel y un texto que han convertido su tragedia en una especie de melindre de salón.
Creo que no se lo cree y eso hace que en ningún momento consigamos identificarnos con su ultrajada condición de repudiada, que no vivamos ni su tragedia, ni su abandono, ni nos abismemos en la sima de su furor y asistamos, desde él, aterrados, a su deseo irrefrenable de venganza. Todo queda insulso, superficial, torpe y desangelado.
El caso de Jasón es peor aún, o el actor tuvo una mala noche o está mal dirigido o no da más de sí su personaje, pero les aseguro que rozaba el patetismo, deambulaba por el escenario, el pobre, dando tumbos, incapaz de asumir con una mínima dignidad su condición de traidor, de aprovechado, de oportunista demagógico, lo que sea. La escena final, llamando a la puerta pidiendo ver a sus hijos es de vergüenza ajena. El público lo premió con un discreto y elocuente silencio.
En definitiva, un gran tema, grandes actrices, gran y costosa producción, solvente director, y todo para subir a escena noventa minutos de molicie, banalización y desvarío. Un teatro abarrotado salió a la plaza con cara de, bueno, por lo menos no ha sido muy larga. Creo que hasta Lorca nos miraba con desconcierto desde lo alto de su pedestal.
Como todos saben, estamos en Corinto, Jasón, el héroe de los argonautas, ha decidido casarse con la hija del rey, Creusa, y, de ese modo, heredar el reino en un futuro y asegurarlo para sus hijos.
A cambio, el pequeño detalle de repudiar a su esposa Medea, la maga, la extranjera de la Cólquide, la hechicera seguidora de Hécate, la tía de la bruja Circe. Medea no es solo la madre de sus hijos, es quien propició, merced a sus artes, que se hiciera con el anhelado vellocino de oro, para lo cual ella, enamorada de Jasón, traicionó a los suyos, y huyó con él. Ahora, el héroe se lo paga abandonándola, condenándola a morir o a errar sin patria.
El personaje de Medea, en esta versión dirigida por el gran José Carlos Plaza (que nos merecía todo el crédito a juzgar por su trayectoria impecable), es protagonizado por una gran Ana Belén que no puede hacer más con un papel y un texto que han convertido su tragedia en una especie de melindre de salón.
Creo que no se lo cree y eso hace que en ningún momento consigamos identificarnos con su ultrajada condición de repudiada, que no vivamos ni su tragedia, ni su abandono, ni nos abismemos en la sima de su furor y asistamos, desde él, aterrados, a su deseo irrefrenable de venganza. Todo queda insulso, superficial, torpe y desangelado.
El caso de Jasón es peor aún, o el actor tuvo una mala noche o está mal dirigido o no da más de sí su personaje, pero les aseguro que rozaba el patetismo, deambulaba por el escenario, el pobre, dando tumbos, incapaz de asumir con una mínima dignidad su condición de traidor, de aprovechado, de oportunista demagógico, lo que sea. La escena final, llamando a la puerta pidiendo ver a sus hijos es de vergüenza ajena. El público lo premió con un discreto y elocuente silencio.
En definitiva, un gran tema, grandes actrices, gran y costosa producción, solvente director, y todo para subir a escena noventa minutos de molicie, banalización y desvarío. Un teatro abarrotado salió a la plaza con cara de, bueno, por lo menos no ha sido muy larga. Creo que hasta Lorca nos miraba con desconcierto desde lo alto de su pedestal.
Referencia:
Obra: Medea.
Autor: Texto dramático de Vicente Molina Foix.
Dirección: José Carlos Plaza.
Reparto: Ana Belén, Adolfo Fernández, Consuelo Trujillo, Luis Rallo, Poika Matute, Alberto Berzal, Olga Rodríguez, Leticia Etala, Horacio Colomé.
Próximas representaciones: En el Teatro Español, hasta el 10 de enero de 2016. De martes a sábado 20h. Domingos 19h.
Obra: Medea.
Autor: Texto dramático de Vicente Molina Foix.
Dirección: José Carlos Plaza.
Reparto: Ana Belén, Adolfo Fernández, Consuelo Trujillo, Luis Rallo, Poika Matute, Alberto Berzal, Olga Rodríguez, Leticia Etala, Horacio Colomé.
Próximas representaciones: En el Teatro Español, hasta el 10 de enero de 2016. De martes a sábado 20h. Domingos 19h.
De martes a sábado 20h. Domingos 19h.
De martes a sábado 20h. Domingos 19h.
De martes a sábado 20h. Domingos 19h.
De martes a sábado 20h. Domingos 19h.
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