Igual que hay novelas de ideas, existen los cuentos de ideas. El último y muy recomendable libro de cuentos de Lola López Mondéjar, Qué mundo tan maravilloso (Páginas de Espuma, 2018), además de leerse de un tirón, está lleno de sabiduría.
El título remite, claro, a la célebre canción de Louis Armstrong, What a Wonderful Life, pero se me ocurre que también conoce la apelación a la vida y la bondad del ser humano del cine de Frank Capra (It's a Wonderful Life, 1946), aunque en López Mondéjar no asome la visión cristiana de Capra sino un soleado epicureísmo, un hedonismo humanista teñido de melancolía.
A modo de pórtico del libro, unas palabras iniciales del filósofo Emmanuel Lévinas ("Cualquiera que sea el mensaje transmitido por el discurso, el hablar es contacto") apuntan al leit motiv que veremos recorrer todos los cuentos: la necesidad de que los seres humanos se junten, se abracen, se comuniquen.
Que el primero, "Si empezásemos a pensar con el corazón", vaya precedido a su vez de una cita de la Carta de Lord Chandlos, de Hoffmansthal, primer texto moderno en tematizar la insuficiencia del lenguaje de la razón para dar cuenta de la riqueza y complejidad de la vida, es toda una declaración de intenciones de por dónde van a discurrir las ideas del libro.
Vemos a una artista cansada, una artista en crisis que ya no crea por necesidad sino por una decisión racional: no toleraría la angustia si dejase de pintar. Tiene una cierta edad, ha criado a los hijos, ha logrado construir una trayectoria profesional consolidada, pero se da cuenta de que sigue sin sanar la herida narcisista de la infancia y su vanidad y su necesidad de reconocimiento son insaciables. El dolmen prehistórico que fascina a la protagonista me hace pensar en "La isla a mediodía" de Cortázar.
El dolmen --como la isla en el cuento cortazariano-- simboliza aquí el sueño del abandono de la vacía e insatisfactoria vida occidental en busca de un contacto más puro con la vida, ese mundo perdido donde no existiría hipertrofia alguna de la razón. Pero la narración no exhorta a fundirse en holística comunión con la naturaleza, sino que simplemente explora esa posibilidad. La explora en la forma de oración desiderativa del título, aunque en tono menor, no dogmático, de manera más reflexiva que impositiva.
El título remite, claro, a la célebre canción de Louis Armstrong, What a Wonderful Life, pero se me ocurre que también conoce la apelación a la vida y la bondad del ser humano del cine de Frank Capra (It's a Wonderful Life, 1946), aunque en López Mondéjar no asome la visión cristiana de Capra sino un soleado epicureísmo, un hedonismo humanista teñido de melancolía.
A modo de pórtico del libro, unas palabras iniciales del filósofo Emmanuel Lévinas ("Cualquiera que sea el mensaje transmitido por el discurso, el hablar es contacto") apuntan al leit motiv que veremos recorrer todos los cuentos: la necesidad de que los seres humanos se junten, se abracen, se comuniquen.
Que el primero, "Si empezásemos a pensar con el corazón", vaya precedido a su vez de una cita de la Carta de Lord Chandlos, de Hoffmansthal, primer texto moderno en tematizar la insuficiencia del lenguaje de la razón para dar cuenta de la riqueza y complejidad de la vida, es toda una declaración de intenciones de por dónde van a discurrir las ideas del libro.
Vemos a una artista cansada, una artista en crisis que ya no crea por necesidad sino por una decisión racional: no toleraría la angustia si dejase de pintar. Tiene una cierta edad, ha criado a los hijos, ha logrado construir una trayectoria profesional consolidada, pero se da cuenta de que sigue sin sanar la herida narcisista de la infancia y su vanidad y su necesidad de reconocimiento son insaciables. El dolmen prehistórico que fascina a la protagonista me hace pensar en "La isla a mediodía" de Cortázar.
El dolmen --como la isla en el cuento cortazariano-- simboliza aquí el sueño del abandono de la vacía e insatisfactoria vida occidental en busca de un contacto más puro con la vida, ese mundo perdido donde no existiría hipertrofia alguna de la razón. Pero la narración no exhorta a fundirse en holística comunión con la naturaleza, sino que simplemente explora esa posibilidad. La explora en la forma de oración desiderativa del título, aunque en tono menor, no dogmático, de manera más reflexiva que impositiva.
Fuera de la música no hay nada
A partir de aquí se despliega un conjunto de cuentos que tienen como protagonistas a mujeres del primer mundo, mujeres acomodadas que no saben qué respuestas dar a sus conflictos íntimos, y a las que el viaje a lugares exóticos (aunque se trate del viaje turístico, un viaje cuya virtualidad existencial intuimos necesariamente degradada) pone en posición de extrañamiento y vulnerabilidad, pero también de apertura de los sentidos a todo cuanto las rodea.
Surge así la posibilidad del cambio, incluso de la epifanía; la posibilidad, como mínimo, de plantearse cosas o de hallar respuestas. En medio de cada pequeña o gran crisis interior, estas mujeres maduras nos regalan un extraordinario catálogo de reflexiones sobre las relaciones de amor y de familia, un festín de sutilezas, algo común a toda la obra narrativa de Lola López Mondéjar.
El viaje permite que el mundo burgués y confortable se ponga en contacto con "el otro" o "lo otro". Esa otredad, ya lo hemos visto, puede ser el dolmen del mundo prehistórico, pero también la sibila remota que adivina el futuro, los animales, las ballenas, los delfines, como a Clarice Lispector le hubiese gustado, y también el inmigrante, el asilado que huye de la guerra en Siria. O la música y sus posibilidades dionisíacas de fusión de almas y cuerpos.
Pues el viaje, como en "Pedid un deseo de amor", puede a veces suceder sin salir de la propia ciudad, yendo de compras por París, por ejemplo. Bastará una incursión en alguno de los no lugares que pueblan la ciudad para que se produzca la posibilidad del punto de fuga de la mujer occidental hacia la anónima refugiada que huye de la guerra, hermanadas ambas por la música: "Fuera de la música no hay nada. Dentro está el mundo, un mundo rítmico y fluido, un mundo maravilloso".
A partir de aquí se despliega un conjunto de cuentos que tienen como protagonistas a mujeres del primer mundo, mujeres acomodadas que no saben qué respuestas dar a sus conflictos íntimos, y a las que el viaje a lugares exóticos (aunque se trate del viaje turístico, un viaje cuya virtualidad existencial intuimos necesariamente degradada) pone en posición de extrañamiento y vulnerabilidad, pero también de apertura de los sentidos a todo cuanto las rodea.
Surge así la posibilidad del cambio, incluso de la epifanía; la posibilidad, como mínimo, de plantearse cosas o de hallar respuestas. En medio de cada pequeña o gran crisis interior, estas mujeres maduras nos regalan un extraordinario catálogo de reflexiones sobre las relaciones de amor y de familia, un festín de sutilezas, algo común a toda la obra narrativa de Lola López Mondéjar.
El viaje permite que el mundo burgués y confortable se ponga en contacto con "el otro" o "lo otro". Esa otredad, ya lo hemos visto, puede ser el dolmen del mundo prehistórico, pero también la sibila remota que adivina el futuro, los animales, las ballenas, los delfines, como a Clarice Lispector le hubiese gustado, y también el inmigrante, el asilado que huye de la guerra en Siria. O la música y sus posibilidades dionisíacas de fusión de almas y cuerpos.
Pues el viaje, como en "Pedid un deseo de amor", puede a veces suceder sin salir de la propia ciudad, yendo de compras por París, por ejemplo. Bastará una incursión en alguno de los no lugares que pueblan la ciudad para que se produzca la posibilidad del punto de fuga de la mujer occidental hacia la anónima refugiada que huye de la guerra, hermanadas ambas por la música: "Fuera de la música no hay nada. Dentro está el mundo, un mundo rítmico y fluido, un mundo maravilloso".