Cuenta pendiente: ‘c r a k’, un texto de Ignacio Miranda

La Asociación Poética Caudal publica un libro tan contingente como necesario, que alcanza la altura de acontecimiento


Hace un año, el poeta Ignacio Miranda presentó su magnífico ‘c r a k’ en la colección “Señales de vida” de la Asociación Poética Caudal. Se trata de un texto tan contingente como necesario que cuestiona lo que somos y en lo que nos convertimos. Una de las escasas lecturas poéticas que, actualmente, alcanzan la altura de acontecimiento. Por Sarah Martín.




¿Cuánto dura un libro? ¿Cuánto dura un libro de poemas? ¿Cuánto dura un poema? Lo pregunto porque parece que los libros cada vez duran menos, que los libros de poemas cada vez duran menos que los libros, que cada vez duran menos, y el poema, ¿qué poema? ¿Qué (decir) del poema?

c r a k (“Señales de vida” de la Asociación Poética Caudal, 2015) de Ignacio Miranda  (Madrid, 1981) resiste un año después de su publicación, perdura su resistencia un año después, perdura su detonación y hasta su evanescencia, que es la del signo y la del individuo, la del lenguaje y la de la dignidad. ¿Cuánto dura un individuo? ¿Cuánto dura como individuo? ¿Cuántos individuos duran como individuos? ¿Cuánto de individuo dura en el individuo? ¿Qué dura entonces del individuo? ¿Qué queda del individuo?

El individuo es algo distinto del sujeto, del que se dice algo, del que se predica, entonces. El individuo es un ser con dignidad, con una existencia digna. Se supone. Por definición. Por indefinición no podría ser, podría ser los ignorados que aparecen en c r a k, o sus trocitos, fragmentos de sujeto vaciado en el pronombre, o los números que se descuentan y se cuentan, o las víctimas de los accidentes aéreos, los pedazos después de todo esfumados.

Claro, es difícil definir del todo la dignidad (el diccionario da vueltas sin llegar a término, literalmente). Pero es fácil entender que las cosas no pueden ser o no dignas, que la dignidad solo afecta a los seres, a los individuos. Se sigue entonces que si los seres, que si los individuos, pierden su dignidad, entonces empiezan a parecerse a las cosas. La dignidad tiene que ver por ende con aquello que hace a los seres individuos.

El signo. En la portada de c r a k, la letra k está en cursiva, todas las letras separadas −aire−, el nombre del autor en un cuerpo menor −aire− firma el título, título y rúbrica en una columna formada por cuatro columnas formadas por números discontinuos −aire− que se descuentan en una serie. No quiero contar este libro. No quiero que se cuenten los libros de poemas. No quiero que se diga qué cuenta el poema si es que cuenta algo. Estos cuentan, ya se ha dicho, y descuentan.

cuenta las bocas
103
 
divide el agua en 102 partes iguales
 
cuenta las bocas
102
 
divide el polvo
 
cuenta las bocas
101
 
reparte hasta que el error dé 0
aplica un n-1 hasta que
 
cuenta las bocas
100
y dé 0
 
sigue
 
[de «n-1»]

Mejor dar cuenta

Este libro cuenta, descuenta, ajusta cuentas, rinde cuentas, da cuenta. Una cuenta atrás, una cuenta adelante, un (des)orden del discurso, con un reguero de referencias: Debord, Foucault, Butler, ya dentro del orden; los otros, Capitán Charles Richaud, Comité Invisible, Garçons #5, todavía fuera del orden.

Las líneas son difusas pero siempre atrapan. “¿Qué es imposible pensar y de qué imposibilidad se trata?” preguntaba Foucault en El orden del discurso. El orden del discurso, tan inclusivo, delimita y excluye todas las exclusiones, todos los excluidos. Solo cabe salir afuera −desorden, descontrol, imposible−, a una exterioridad radical: intemperie.

Creo que es el espacio de la escritura o del texto de Ignacio Miranda. Bendita intemperie que nos deja respirar, que nos concede un poquito de lacra frente a tanto simulacro –aire. No cielo−. Pero a qué precio. La desolación y la miseria: la preciada intemperie es aterrador desamparo. Aterrador desamparo, radical, sin –(aire) puro(,) veneno−: qué imposibilidad impensable, qué indecible dentro del orden del discurso… Habrá que desordenar, re-crear las series, contar y descontar, incluir y excluir, repartir… pedir cuentas. Pero afuera no hay nadie. A quién reclamar. Cuando no hay a quien reclamar, solo queda el duelo. La intemperie, la asunción de la desaparición radical, la desolación no, el desamparo: su terror, rodeado de amor. De muerte. En círculo.

A cuenta de una estructura en espejo. Un espejo nunca devuelve la imagen sin luz −aire−: así que no hay imagen sin reflejo, simulacro de la visión. Reflexión. El primer poema de c r a k:

qué harás cuando el delirio
te carcoma la fibra que te ancla a lo real
 
me meteré en un tubo
 
diré nombres
y los sujetaré con piedras
 
y qué harás cuando confundas
lo sujeto con lo oprimido
 
miraré el grumito azul
extenderse por la piel de las palabras
 
calo
palo
calo
 
mi abuela ya solo decía oclusivas

La porción del delirio
 
Desde el principio, c r a k comprende el cierre: la oclusión en el signo, el estrangulamiento del individuo. En realidad, pensándolo un poco, va de suyo en (el) c r a k −la oclusiva en cursiva. La abertura conlleva −aire−, por tanto, una clausura –no cielo−, la del orden del discurso, por cierto; obstáculo sin el que no hay colisión, de hecho.
 
Desde el principio, se cuenta con la porción del delirio, nunca se olvida la porción del delirio, es determinante en el balance y en el cómputo; determinación del deterioro y de la transformación en residuo, residuo tóxico, aparentemente inocuo, a menudo disminuido por el lenguaje, y doblemente, también por el diminutivo. Así del grumito azul al gusanito, del gusanito al huequito; de la lluvia de maquinitas al huevito de paloma… De la corrupción a la corrosión, se produce la transferencia. Discontinua, carcomida o roída, devorada por lo orgánico minúsculo, por lo mecánico menguado, por lo lingüístico contiguo, la serie se releva.
 
El vaciado es subterráneo, ilegible, desierto. ¿Se trata de esa imposibilidad? Se asiste sin embargo al vaciamiento, a la perturbación. El inventario también picado, gastado, desgastado: la hendidura, el tajo, construye el hueco –aire, tubo− que da cabida a los otros, sin nombre, a los nombres que se escriben sobre los nombres, en vez de los nombres, por los nombres. Es su eco lo que se lee, lo que se escucha, entrecortado, difundido, transferido, difuso, diferido.
 
Este eco se amalgama con otros ecos −eco de ecos, aire y más aire nunca solo− que recogen los glosarios invisibles y metafóricos en un gesto acaso nietzscheano, devolviendo al concepto significado. Esta desproporcionada relación de impropios y ex-céntricos topónimos pervierte el orden y desembalsama el lenguaje −aire−. Se escribe lo no escrito con una emoción que permanece polifónica y singular, íntima y plural. Desde (el) afuera. La impopular música popular ayuda a escribir lo no escrito, se incorpora al habla, como el habla se incorpora a la música –refracción,  reflexión−. Todo se integra en la poesía como se desintegra en el mundo, nada de nada dura en lo efímero del poema, del libro de poesía, del libro, que se hace y se deshace como el mundo, como la vida, que se cuenta y se descuenta, en una doble desaparición: ¿cómo es posible que desaparezca el desaparecido?, ¿cómo es posible que desaparezca lo desaparecido? ¿Se trata de esa imposibilidad…?  
 
(
 
LUZ que
sin apropiación lingüística
lleva otro flujo
más parecido a ZLU
que a cualquier otra nombradía
 
)
 
 
abre un ciclo y el decir
 
no es un palo frío
 
que choca contra el cuerpo
 
 
(
 
eso es apuñalar a alguien y sostener
 
la navaja por el filo
 
)
 
el decir es un ruido
 
de   .   vért    ebra
a     .    vért   igo
 
 
(
 
acto de hablar con calor
 
y delirio en el esqueleto
 
)
 
 
¿Y cuánto dura una epifanía? ¿Y una revolución? ¿Desde cuándo se cuenta? ¿Y cuánto se descuenta? ¿Cuánto de revolución hay en el fracaso? ¿Y cuánto de epifanía? ¿Cuánto de individuo? ¿Cuánto de desaparecido que desaparece? ¿Cuánto de signo?, ¿Cuánto de cuerpo torturado?

¿Y dónde el aliento? El aliento, en la respiración –aire−. Implica el corte, la interrupción: de otro modo, no hay ritmo, ni hay nada –signo, individuo, poesía, ex-tensión, ¿duración?−. Nada de lo que nos queda puede ser todo. Nada de lo que nos queda permanece entero. Nada de lo que somos puede ser todo. Nada de lo que somos está entero. Nada de lo que decimos lo escribimos entero. Cuanto nos llegue de lo que se cuente y se descuente será insuficiente, paupérrimo.

El guarismo cifra permanentemente a la cosa como al ser en un boicot que se exhibe como existencia (pero el ser numerado, como la cosa, se desintegra como individuo). Todo es guarismo, que es nada que queda, que desaparece. El poema des-entraña intermitentemente al individuo en un complot que se erige como resistencia (pero la epifanía, como la revolución, se evapora como revelación). Aire, aire, aire, interrupción, corte, hendidura.  
 
una boca respira detrás del ojo de buey
lo mira como hablándole a un cable pelado
 
retina desprendida :  .
 
hace manualidad
con tarjeta
de conserva
 
con otras bocas hizo
la calle colectiva bajo la acción
sonora del vocablo
 
porque no quieren
que la bicha económica
carcoma el hueso /
corroa la piel
 
 
/ piel desprendida de piel
se seca al sol y no regenera /
 
y eso no
 
 
Eso no. Lean c r a k. Lean ese no. Escuchen c r a k, escuchen la cursiva, el cuerpo inclinado, su pendiente, sientan su vértigo. Escuchen a Ignacio Miranda. No sabrán cuándo empieza y dónde acaba, igualito que la vida. Vayan a escucharlo. El libro, el libro de poemas, el poema, ha guardado la voz en un mundo que no guarda el libro, el libro de poemas, el poema. Por eso, de cualquier modo, vayan a escucharlo. Es de las escasas lecturas poéticas que, actualmente, alcanzan la altura de acontecimiento.


Jueves, 13 de Octubre 2016
Sarah Martín
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