Crónica de una ejecución anunciada

Tomás Gayo Producciones presenta "La Familia de Pascual Duarte", con detalles de buen teatro y regusto por las adaptaciones


La Familia de Pascual Duarte sirve una vez más para materializar el regusto por las adaptaciones teatrales tomadas de otras obras literarias o cinematográficas. Ingeniería mercantil o, sencillamente, falta de imaginación, son las premisas para esta reflexión sobre la necesidad (o no) de saturar nuestros escenarios con adaptaciones. Por gärt.




Momento de la representación. Fuente: Tournee.
La adaptación de la adaptación: ese era el temor que un lector y espectador de cine experimentaba antes de entrar en el teatro. Pero no hubo tal, porque en este caso estaríamos hablando de (tan solo) una adaptación.

La que se ha hecho desde una obra narrativa con cierta trascendencia académica, hasta otra obra escénica que probablemente no tendrá trascendencia más allá del mero producto cultural.

Nos hemos saltado, en este caso, la versión cinematográfica que, por razones cronológicas, orbita en medio de aquellas dos. Cierto; esta versión de Gerardo Malla no aprovecha el pretérito tirón de la cinta de Ricardo Franco (1976), premiada en Cannes y elevada a los altares por buena parte de la crítica internacional.

Gerardo Malla ha versionado su propia lectura, la ha teatralizado y la ha encerrado entre las paredes descarnadas de una estancia que bien puede ser una celda, un modesto dormitorio o un lugar de transición, gracias a los juegos de luces. Al fondo, una ventana enrejada con los cristales sucios, sin paisaje, sin posibilidad de escape.

Hasta ahí todo parecía marchar bien, sobre todo en los detalles de buen teatro que se dejaban ver entre grito y grito. Si lo de gritar con tanta frecuencia era por lo del tremendismo de la novela, no hubiera sido necesario; hubiera bastado ya con el catálogo de atrocidades que encierra la narración del protagonista.

Pero esas atrocidades no fueron descritas por Camilo José Cela como un intento de escarbar en las raíces de la tragedia, sino como algo verazmente normalizado. Pascual Duarte es parte de lo que habitaba en los (largos) tiempos del hambre y la aspereza rural. Existía en cada casa, en cada esquina, en cada pago de la rancia España del cacique y los siervos.

Pascual Duarte mata a su madre después de limpiar tranquilamente su escopeta. Sin previo aviso. Nunca se revela la razón. Tal vez porque fue ella quien lo trajo al mundo y, por tanto, el origen de todas sus desgracias. Y sin embargo, toda esta sucesión de crueldades nada tienen que ver con la tragedia.

Al menos en el sentido dramático del término. La tragedia emprende su marcha con un dilema y aquí, en el autorretrato de Pascual Duarte, no hay otro camino que el que sigue el protagonista. El destino está echado desde el primer momento. El garrote vil es el único desenlace posible.

La mayor parte del público no se sorprenderá de lo que está contemplando. Por qué: porque a la crónica de una ejecución anunciada se une la celebridad de la obra original. Y ahí está el problema.

Haciendo recuento de las adaptaciones teatrales de los últimos diez años, podría dar la sensación de que en España apenas se producen textos originales. Las únicas obras que se estrenan por parte de las compañías independientes son de cosecha propia.

Obviamos al dramaturgo de forma sistemática. Tal vez de esa manera nos ahorraremos el diez por ciento que le correspondería de sus derechos. El autor de teatro es ya una criatura en vías de extinción. Los más avezados crean su propia compañía y estrenan sus textos -con frecuencia en paupérrimas condiciones- más por amor al arte que por necesidad.

Se encargan obras de teatro a poetas, a cineastas y a novelistas, amigos, cuñados o simpatizantes del cargo político de turno. Pero los auténticos dramaturgos viven, o parecen vivir, del aire.

Tenemos que esperar a que alguna compañía centroeuropea nos dé lecciones, importando fantásticas producciones creadas por teatros estatales, municipales o fundaciones culturales, para brindar la alternativa a buena parte de sus creadores. Los resultados suelen rayar en torno a la excelencia.

La adaptación teatral podría ser un hecho interesante. Podría ser incluso una forma de reflexión sobre la obra original que aportara nuevas respuestas que se sumaran a las implícitas y explícitas del original. No lo dudo.

Pero estas adaptaciones con clara motivación populista y, por tanto, comercial, no aportan nada nuevo; no logran más allá de media vuelta de tuerca. Son, eso sí, una buena excusa para abrir un debate sobre la pertinencia de una programación recalcitrante, frente a una creatividad enmudecida por la mediocridad.

Referencia:

Obra: "La familia de Pascual Duarte", de la compañía Tomás Gayo Producciones.
Lugar: Teatro Isabel la Católica de Granada.
Fecha: 11 a 13 de mayo de 2012.


Miércoles, 16 de Mayo 2012
gärt
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