Crónica de un viaje a Costa Rica (III)

Fase II (B): gozar el “ocio” de leisure


Terminado el trabajo se abría un nuevo escenario: conocer el país. Tres días son pocos para una nación que encierra tantos bellos rincones, pero sirven para hacerse una idea, que era lo que yo aspiraba. Mi itinerario- que ahora vamos a seguir - lo diseñó gente experta, como experto era también mi guía Luis Soto. Y gracias a ellos he podido conocer casi un tercio de Costa Rica.


Rafael Alberto Pérez
09/12/2018


Bahía Ballena

Partimos de San José hacia Bahía Ballena en el Pacífico. Nuestra ruta coincidió durante un rato con el llamado “canal seco” por la que enormes camiones transportan  mercancías descargadas en el Pacifico para ser embarcadas de nuevo en el Caribe – y viceversa- hacia sus destinos finales. Pero pronto cambiamos de carretera y de paisaje. Y lo que había comenzado siendo un bosque húmedo (rain forest), pasó a ser un bosque seco (dry forest), con la consiguiente variación en el tipo de árboles, sus colores y sus alturas,

Como me explicó Soto, el nombre de Bahía Ballena le viene de que es el sitio elegido por las ballenas para parir y una vez lo han hecho se quedan algunos meses hasta que sus crías pueden acompañarlas de regreso.  Abunda en ese nombre de Bahía o Costa Ballena el hecho de que el perfil de la costa de Uvita dibuja también una cola de ballena  que ningún viajero que se precie puede perderse.
 




Es una costa llena de encanto natural que cuenta con algunas de las playas más impresionantes de Costa Rica. Generalmente, la gente visita Costa Ballena para poder observar las ballenas, pero nosotros no vimos ballenas, no era las fechas. Aunque, de camino, si pudimos apreciar monos cruzando por lo alto la carretera. Así como desde el puente sobre el río Tárcoles contemplamos una veintena de cocodrilos, algunos de hasta 6 metros de envergadura, descansando en la orilla.

Finalmente llegamos a La Cuisinga  Lodge, en Uvita, donde me instalé en un módulo-habitación justo en el acantilado con vistas a la Bahía.

 




Se trata de un hotel de costa ecológico que toma su nombre de La Cuisinga, de una variedad pequeña de Tucán y que está rodeado de los bosques lluviosos que bordean el Parque Nacional Marino Ballena, lo que le permite proveer a sus huéspedes de impresionantes vistas del océano y relajantes vacaciones de playa. La cena se servía  en el restaurante del hotel, un espacio muy grato con marisco, buena comida y vistas al mar.

Esa mañana no necesité despertador. Los gritos desgarradores de los monos aulladores me despertaron a eso de las 5.30 y así siguieron con olas de aullidos cada 15 segundos.   


(continuará)
 




Rafael Alberto Pérez
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