Cósmosis y "Caoscopia", de Yaiza Martínez

La autora indaga en este poemario en el lenguaje y el orden emergentes de lo aparantemente aleatorio


El último libro de la poeta canaria Yaiza Martínez, “Caoscopia” (Colección Once, Ed. Amargord, 2012), coincide con algunos de sus poemarios anteriores en el interés por la indagación en la estructura, la forma y la geometría; así como en la fractura del lenguaje. Y en él de nuevo está también la “escucha”, en este caso, a un “goteo de la conciencia” que genera una curva semántica suave (mantra en el libro: "el ser, el no-ser, voz del amor, en el lenguaje"), del mismo modo que el goteo caótico de un grifo roto acaba generando un patrón. Por Juan Carlos Friebe.




1. ICOSAEDRO

Imagínese el lector que ha olvidado qué es un icosaedro, y recurre a la wikipedia -por ejemplo- para comprender qué es y cómo es semejante volumen: así, se trata de un poliedro [1] de veinte caras, cóncavo o convexo. Si las veinte caras del icosaedro son triángulos equiláteros, iguales entre sí, el icosaedro es convexo y se denomina regular, siendo entonces uno de los llamados sólidos platónicos. El poliedro conjugado [2] del icosaedro es el dodecaedro.

Sin embargo, para entender la definición, quizá necesite más datos: a saber, qué es un poliedro, y qué un poliedro “conjugado”: centrémonos, en primer lugar, en el sustantivo.

[1] Un poliedro es, en el sentido dado por la geometría clásica al término, un cuerpo geométrico cuyas caras son planas y encierran un volumen finito. Los poliedros se conciben como cuerpos tridimensionales, pero hay semejantes topológicos del concepto en cualquier dimensión. Así, el punto o vértice es el semejante topológico del poliedro en cero dimensiones, una arista o segmento lo es en una dimensión, el polígono para dos dimensiones; y el polícoro el de cuatro dimensiones. Todas estas formas son conocidas como polítopos (3), por lo que podemos definir un poliedro como un polítopo tridimensional. (2) Se llaman poliedros conjugados aquellos en que el número de caras de uno es igual al número de vértices de otro y viceversa. Según el teorema de Euler deben tener, el mismo número de aristas.

Ahora sabemos que un poliedro es un polítopo tridimensional: pero qué es un polítopo.

[3] En geometría polítopo significa, en primer lugar, la generalización a cualquier dimensión de un polígono bidimensional, o un poliedro tridimensional. Además, este término es utilizado en varios conceptos matemáticos relacionados. Su uso es análogo al de cuadrado, que puede usarse para referirse a una región del plano de forma cuadrada, o sólo para sus límites, o aún para una mera lista de sus vértices y lados junto con alguna información acerca de la forma en que están conectados.

Quizá algunos lectores se hayan perdido: no se preocupen, yo también, en algún momento, aunque uno de los ejercicios de pretecnología que más repetía en el colegio era lograr un icosaedro perfecto. El lenguaje de la ciencia no es sencillo y, aunque ni yo mismo podría definirlo con precisión, sé perfectamente qué es un icosaedro: un volumen de veinte caras compuestas por veinte triángulos equiláteros. Incluso yo mismo advierto que, pues soy capaz de representármelo, es un sólido platónico y, como tal, existe en sí, independientemente de mi capacidad de representación de la idea de un ente geométrico, pues este tiene magnitud.

De igual manera que hice al principio, al iniciar una descripción de un icosaedro -que es un poliedro, y es poliedro conjugado del dodecaedro, y es polítopo- Yaiza Martínez se aventura, desde el lenguaje poético, a urdir una trama compuesta de elementos sustantivos metafóricos que se adentran en sí mismos hasta conquistar un territorio lingüístico que, seguramente, debamos explorar en nosotros. Como en una matrioska, encapsulados, encontraremos poemas dentro de poemas que contienen imágenes dentro de imágenes que la poeta despliega y repliega en sus versos.

2. CAOS

“Caoscopia” de Yaiza Martínez nos propone un ejercicio similar pero infinitamente más complejo que la observación de un sólido de veinte facetas, puesto que lo elabora desde el lenguaje. Toma una idea y le insufla vida poética al pensamiento de algunos de los científicos más osados de nuestro tiempo: de Ralph Abraham, matemático y teórico del caos (una definición popular de una rama del conocimiento matemático y físico, entre otras ciencias, que observa cómo afectan en los sistemas dinámicos las variaciones en las condiciones iniciales, lo que impide cualquier predicción a largo plazo de los comportamientos futuros), de Terence McKenna, aunque no lo mencione en su obra (filósofo, etnobotánico y psiconauta, explorador de los límites de la consciencia) y de Rupert Sheldrake, a quien la autora citará en dos ocasiones a lo largo del libro como “el científico británico”. Abraham, McKenna y Sheldrake forman uno de esos triángulos equiláteros que conforman el icosaedro del pensamiento científico, y poético, de vanguardia.

“Caoscopia”, sí, se nutre de la vanguardia científica y se coloca en una vanguardia poética a años luz de la poesía que, habitualmente, consideramos como tal (sea lo que esta sea para cada uno de nosotros) y que sus editores enmarcan dentro de una colección incompleta de libros que, acertadamente, sitúan en los márgenes de una poesía normalizada. “Caoscopia” supone, en el conjunto de la obra de su autora, un paso muy arriesgado, en su personalísimo, turbador, complejo –y exquisito- proceso de decantación poética del lenguaje.

Para Ralph Abraham la caoscopia es un método: debemos visualizar un grifo, que gotea de forma aleatoria, y convertir el espacio que dista entre gota y gota en números, que formarán una secuencia impredecible; después haremos una copia de esta y, de la segunda secuencia, eliminaremos el primer número, para que de esta forma obtengamos dos columnas de series. Para Yaiza Martínez ese método, a través de la poesía, se acrisola en lo que ella misma denomina “una curva semántica suave”.

Como bien observa la también poeta Mar Benegas en su excelente reseña del libro [4] las distintas partes del poemario (El ser, El no-ser, Voz del amor, En el lenguaje, El Ser, El no-ser, Voz del amor, En el lenguaje, El ser, El no-ser, Voz del amor, En el lenguaje) se conforman como un insistente goteo. Su propia estructura genera un hipnótico, repetitivo mantra, una suerte de salmodia ritual, mágica, que parece conectarnos a un tiempo con lo ancestral y genesiaco. Sin embargo, mientras el mantra –voz sánscrita que proviene de manas y traiate, de mente y de liberar- carece de contenido semántico, la poesía de Yaiza Martínez libera significados y nos sume en nuevos estados de consciencia.

Al mismo tiempo, en mi opinión, establece una conexión con los campos morfogenéticos de Sheldrake, que transmiten información de los hábitos de la Naturaleza: también, de la naturaleza de la autora: en última instancia, de la naturaleza del ser humano.

(El ser El no-ser Voz del amor En el lenguaje)

Una posible lectura de la estructura de “Caoscopia” siguiendo el modelo del goteo de Ralph Abraham produciría nuevos “campos mórficos”: nuevas transmisiones de información.

Sheldrake, como apunta Yaiza al final del libro, es el creador de la teoría de la formación causativa, que “establece la existencia de campos mórficos, campos de información aplicables, a través del espacio y del tiempo, a sistemas con algún tipo de organización inherente”: sea lo que sea el universo, solo podemos constatar que desde su origen produce repeticiones de un patrón inalterable de esos campos mórficos: de información, no de energía. Las formas no se rigen por leyes físicas ni matemáticas: las formas se auto-organizan en función de hábitos inherentes a ellas. La poesía, su poesía, funciona así: incluso si reflexionamos sobre las diferentes partes del título el goteo de su consciencia produce ondas y ecos, que prolongan y reverberan en la consciencia del lector.

“el paso del tiempo, manuscrito por la repetición”,

escribirá

3. ESCHER

Klimen en Dalen es una representación de Escher de una escena arquitectónica habitada por extraños personajes. A la izquierda, en el primer nivel –que esconde otros niveles que sirven a un extraordinario juego de perspectivas- un preso, desesperado, saca la cabeza por el cuadrado que forma la intersección de rejas horizontales y verticales, que lo confinan y conforman otro cubo imposible que, otro hombre, libre, a su derecha, trata de descifrar.

Cierra el, en apariencia, primer nivel, una cortesana que parece sacada de El infierno de El jardín de las delicias de El Bosco, acompañada por un gentil que le invita a subir la segunda escalinata. Todos ellos, el preso, el hombre que reflexiona sobre una figura cúbica impracticable, y la pareja palaciega, están situados en un plano dominado por una solería en damero como piezas en una partida de ajedrez. Dos alfiles, desde la siguiente planta, presidida por el Rey, suben por una escalera a un tercer nivel, donde se encuentra la Reina. Estas figuras miran, desde sus atalayas, en direcciones que no convergen con el paisaje del espectador: miran hacia un lugar que no vemos. Abajo, en un nivel sub-1, encontramos otra escalera que solo sabemos a dónde llega, pero no de dónde viene. La escena es plausible, pero imposible. La escala, colocada sobre el primer piso y apoyada en perpendicular sobre el segundo, no puede conducir a los alfiles de un piso a otro porque, en realidad, las dos plantas del conjunto se encuentran, una sobre otra, en un mismo plano horizontal y vertical.

Es un universo en apariencia plausible pero inverosímil. Los juegos de perspectiva y los detalles, sin embargo, le conceden apariencia de verosimilitud a simple vista. Lionel y Roger Penrose simplificarán la litografía original, esquematizándola, logrando un objeto tridimensional de una escalera por la que se sube o baja.

Yaiza Martínez, del mismo modo, rompe con la geometría estática de la poesía de su tiempo, multiplicando las dimensiones de una posible, de cualquier lectura, en un ejercicio de creación poética en un espacio íntimo con un volumen que tiende al infinito: a ese ocho tumbado al que la poeta susurra…

bailaba escondida
en escalera de Escher

lo culminaba nunca


escribirá.

4. V´GER

Antonio Gamoneda expuso que poesía y ciencia no eran realidades necesariamente antitéticas y advirtió que “desde la Antigüedad la sabiduría englobaba materias tan equidistantes como la ciencia y la poesía” [5]. El adverbio acentuaba, en rigor, la distancia que todos imaginamos entre estas materias, una distancia que tiende al infinito y las convierte en opuestos no equiparables: experiencias distintas en dimensiones distintas que vibran, al unísono, de forma refractaria.

Pero, ciertamente, no siempre fue así: algo sucedió, en algún momento de nuestra historia, que generó una brecha y que, tal vez, se encuentre en la Poética de Aristóteles: "Porque incluso aquellos que escriben tratados de medicina o filosofía natural en verso son denominados poetas: sin embargo, Homero y Empédocles no tienen nada en común excepto su métrica; el primero, entonces, merece justamente el nombre de Poeta; mientras el otro debe ser llamado más fisiólogo que poeta", como traduce Carlos A. Duarte Cano de un artículo de Jonathan Vos Post. En el mismo artículo el autor advierte que la poesía tiene una prehistoria anterior incluso al establecimiento, y ya hablamos de una experiencia artística visionaria, de la ciencia ficción como género [6].

La objetividad científica clásica posee un peso específico tan poderoso que convierte el mundo del conocimiento empírico en un universo cerrado, acorazado, que explica todas sus leyes y estudia sus excepciones de tal forma que, si estas no terminan encajando en los principios generales son desechadas, al menos hasta que se descubran leyes nuevas que completen, o refuten, a las anteriores. Quizá en el universo rijan las excepciones pero, entretanto, en nuestro universo conocido, las leyes físicas que entendemos nos gobiernan constituyen un alfabeto básico que nos permite entender muchas palabras, y no pocos sustantivos, del Cosmos.

Las teorías poéticas no tienen cabida en el patrón científico, y desde este modelo general las prácticas poéticas de las unidades de carbono (como la sonda de V´ger, Lia, podría haber resumido la producción literaria de los seres humanos en Star Trek TMP, de haberse interesado en ello) constituirían una innecesaria originalidad en un organismo diseñado para su reproducción sistemática, un agujero negro en el universo bioquímico de un ser humano concreto: nada aplicable a la realidad, simple subjetividad pura, un error en la repetición de modelos bioquímicos estables cuya única función es reconvertirse en materia útil y abono de nuevas generaciones de unidades de carbono. Sin embargo, la unidad de carbono Yaiza Martínez representa una innovación en esa originalidad inútil y sobrante para la supervivencia de la especie, e insignificante para el Cosmos, que es la poesía.

Su libro, “Caoscopia”, es una especie de “mind meld”, de fusión de consciencias no solo con su propia especie sino con la física teórica de vanguardia que, en apenas treinta años, ha subvertido el discurso científico clásico, del que hablaba antes. Más aún, y sigo pensando en “Caoscopia”, quizá la ciencia solo pueda entenderse desde la poesía: Kart Weierstrass, matemático alemán, a quien se considera el padre del análisis moderno, escribió que "un matemático que no es al mismo tiempo un poco poeta nunca será un matemático completo."

Atiende: abre las venas de los mundos

escribirá.

Klimmen en Dalen, Escher.
5. ALFA-1

Nada menos alejado de la realidad objetiva que la exploradora y fascinante física teórica contemporánea, por más que se requiera un ánimo predispuesto y receptivo para percibir sus poderosos estímulos: no solo su trascendencia científica, también poética. La nómina de escritores de todos los tiempos, extraordinarios, que se han asomado en sus obras a la ciencia de su tiempo, es tan extensa que merecería un tratado a parte. Los poetas que han tomado principios teóricos científicos de primera línea para armar sus poemarios no tanto, y esto es un hecho invaluable y destacadísimo en “Caoscopia”.

No obstante, me gustaría al menos reseñar dos ejemplos de nuestra lírica, muy alejados de la práctica poética de Yaiza Martinez, y entre ellos mismos. Pienso, concretamente, en Gabriel Celaya y en el magnífico estudio del profesor Antonio Chicharro Chamorro sobre “Lírica de Cámara” “De ciencia y poesía en Gabriel Celaya: Lírica de Cámara y la Física Cuántica” y en buena parte de la obra de Rafael Guillén, en este caso, como el mismo subraya en la misma revista, porque son sus críticos quienes advierten esa presencia de la ciencia en su poesía, que el poeta integra plena, y conscientemente en su obra, sin aludir a los planteamientos teóricos propios de las disciplinas científicas [7].

“Lírica de cámara” comenta Celaya, “gira entorno a la constatación de que, como la física nuclear nos muestra, estamos sumidos en un mundo de estructuras que funcionan al margen de cuanto humanamente podemos comprender”. El primer poema, ALFA-1, se encabeza con el siguiente texto.

“Durante su movimiento en la Cámara de Wilson, la partícula elemental ioniza las moléculas de gas que hay en ella, y entonces éstas se convierten en centros de condensación de gotas macroscópicas visibles o fotografiables. Este es el principio de la Lírica de Cámara: hace posible ver las trayectorias de las partículas elementales aisladas que poseen una carga, o bien, las de los átomos ionizados”. Rafael Guillén, reflexiona: “existe un tema para mí muy querido: el de los huecos.

Los huecos en el espacio; los huecos en el tiempo; los huecos en la materia. El negativo de cada cosa es un hueco en el aire con sus mismos contornos”. Y poco antes, hablado sobre “Límites” dice que “se aborda entre otros muchos emparentados con la ciencia, el conocido tema del efecto mariposa, producido por cualquier tipo de interacción entre dos componentes del universo, tal como lo define Alastair”.

Carl Sagan, uno de los más brillantes divulgadores de la Ciencia, resumió su búsqueda, nuestra búsqueda, de científicos y poetas, como un solo ser humano: “...Y entonces, un día, llegó una criatura cuyo material genético no era muy diferente de las estructuras moleculares reproductoras de cualquier otra clase de organismos del planeta, que dicha criatura llamó Tierra. Pero era capaz de reflexionar sobre el misterio de su origen, de estudiar el extraño y tortuoso sendero por el cual había surgido desde la materia estelar. Era el material del Cosmos contemplándose a sí mismo. Consideró la enigmática y problemática cuestión de su futuro. Se llamó a si mismo humano. Y ansió regresar a las estrellas”.

había que deshilachar la certeza, hundir el rostro en la carne
pedirle a la carne
su lenguaje a gritos


escribirá.

6. CÓSMOSIS

No creo que haya existido jamás mirada humana que, al contemplar la Luna, no haya experimentado el vértigo del Cosmos. Tardamos cientos de miles de millones de años en llegar a ella y apenas un instante en mirar, solo un poco, más allá. El Almagesto ptolemaico consagró una idea geocéntrica en la que la Tierra era el centro de un universo compuesto por la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno que no cambió hasta Copérnico: ni siquiera han pasado quinientos años. Pero esos quinientos años, vertiginosos en nuestra historia humana, lo han cambiado todo. Hemos observado, gracias a potentes instrumentos ópticos, el corazón de un universo inasible, incomprensible y, probablemente, inabarcable para nuestra inteligencia: no para nuestra poesía.

En la actualidad una sonda enviada de la Tierra a la Luna tardaría solo dos días en llegar. A nuestro lejano y próximo hermano, Marte, según ciertas circunstancias teóricas, no debería tardar mucho más de un año. Nuestro Sistema es parte de otro Sistema que se ordena entorno al Sol, cuya luz, si se extinguiera, seguiría iluminando nuestro mundo durante ocho minutos de vida. Hemos llegado, sin embargo, muy lejos. La Voyager 1, junto con su sonda hermana Voyager 2, lanzadas en 1977 se encuentra ahora a 20.000 millones de kilómetros del Sol. Tardamos 30 horas en recibir sus datos antes de que lleguen a la red de la NASA en la Tierra. Entre ambas sondas han explorado todos los planetas gigantes del sistema solar, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, y todas o casi todas sus lunas. Siguen viajando, con una huella de nuestra especie. El año pasado atravesaron un fenómeno llamado “mar turbulento”, un mar en el espacio formado por burbujas magnéticas, en la llamada “heliopausa”, y se aproximan al arco de choque, “bow shock”, que separa la frontera del viento solar, el final de la influencia del Sol, y el espacio interestelar.

Más allá de nuestros planetas existen objetos lejanos, y el sistema Solar más próximo al nuestro, Alfa-Centauri, se encuentra a cuarenta billones de kilómetros. Alrededor del Sol hay ochenta sistemas que contienen otras tantas estrellas y, junto a nuestros vecinos estelares, formamos parte de una galaxia a la que llamamos Vía Láctea: una especie de disco que contiene 200.000 millones de estrellas. Nuestra galaxia forma parte del grupo local, que contiene casi cincuenta galaxias, y este solo es un destello en el Supercúmulo local de Virgo donde estamos integrados, y que mide cien millones de años luz de diámetro. Todas las galaxias de nuestra región se dirigen hacia una anomalía gravitacional, hacia una región del cielo llamada el Gran Atractor, cuya geometría y naturaleza desconocemos, de la que los Supercúmulos de Hércules y Perseo, atraídos por otras fuerzas, se alejan.

Cada una de las formas de existencia biológica, consciente o no, que pueblan esa excepción que es la forma , que no es materia obscura, el más abundante material del universo, forma parte de un todo que, quizá, no sea el único todo que exista. Hablamos de un universo, pero ya comenzamos a pensar en un multiverso que ya hemos clasificado en cuatro niveles, y en cada multiverso posible consideramos la posibilidad de que existan mundos paralelos.

La esencia del Cosmos gotea, secretamente, en cada uno de nosotros, en nuestra consciencia, y como estalactita y estalagmita forma columnas de una fragilidad extrema que, no obstante, conforman los pilares del universo. La poesía lo sabe: la ciencia lo intuye. Yaiza Martínez lo comprende y para explicarse, explicarnos, y explicar ha recurrido a la poesía: esto es, a la ciencia intuitiva: a la metáfora.

Multiversos en diapasón, arpa de lágrimas, molino y fe que derrumba el infinito temor que en negras ramas hablantes hemos oído

escribirá.

7. MATRIOSKA

La aparición de la matrioska rusa, una popular muñeca hueca que se abre por la mitad y dentro contiene otras iguales, cada una de ellas igual pero más pequeña que la anterior, me parece peculiarmente significativa en la concepción de “Caoscopia”, de Yaiza Martínez.

La figura aparece desde el inicio de la obra, inscrita en el corazón de su dedicatoria “a Cruz, matrioska que ya no está y / sigue”, que sugiere la pérdida de una mujer próxima a la autora, pero al mismo tiempo la continuidad de una saga de la que la poeta se siente parte y extensión. Esta figura matricial, como matriz de mujer y matriz matemática, no es ociosa -ninguna dedicatoria lo es-, sino consustancial a una obra que teje, como en un kílim, motivos entre el mundo de los vivos y el de los muertos desde un triángulo femenino atávico, sexual, nuclear (hija, mujer, y madre) y un doloroso, lúbrico y entrañable sistema de formas (cuerda, espiral, escalera) que nos remite a una concepción de la realidad que nos sobrepasa: el fractal, el multiverso, el caos.

La imagen de la matrioska, una mujer dentro de otra, y esta dentro de otra, y esta otra dentro de otra hasta la más pequeña de todas, la última, la poeta, parece enlazada con otro emblema recurrente en Caoscopia: Renacimiento y Ciclo:

“Sobre esta mesa confluirán cadáveres y alimento (1)

(1) Así velamos la vida y la muerte. A esta mesa nos sentamos los vivos, con nuestros muertos a la espalda. Y en cada gesto que reiteramos, se produjo la posesión. Las vetas del invento, ecos nuevos para sistemas resonantes (2)

(2) Así frotan su cuerda Renacimiento y Ciclo”.


y, de nuevo, hacia el final:

“escribe y lanza desde lo más antiguo una veta (86)”

(86) Así velamos Renacimiento y Ciclo, como en coro


“Caoscopia” es poesía, no ciencia, aunque en su esencia se nutra del matraz. De este modo, se articula alrededor de una idea científica avanzada, lo que le permite continuar su exploración sobre ese campo morfogenético especial que es el lenguaje: su poesía es holística, fractal, caótica, multiversal y por eso encaja, como la pieza de una matrioska, en sí misma: en el lenguaje. Caoscopia es un libro único: algo que se sale de la repetición estructural de la poesía, de su discurso horizontal, textual. Va más allá. Es una excepción, también en el mundo de la poesía que, si no rebasa sus límites sí rebosa la concepción de su forma.

Conocí la poesía de Yaiza Martínez a través de Siete-los perros del cielo, el día que su libro fue presentado en Granada. Recuerdo que llegué tarde, pero justo a tiempo de escuchar cómo su voz tersa recorría los poemas que compartió con el público asistente. Puesto que no había leído sus obras anteriores, y tampoco pude escuchar la introducción a la lectura, me acerqué a sus poemas desprovisto de expectativas previas: permítanseme una sucesión de expresiones tan poco profesionales, los escuché, limpio el sentido del oído, desde una bendita inocencia. Me subyugaron.

Quizá sea mejor llegar tarde a un autor, y mucho mejor aún llegar tarde a la presentación de su última obra, sobre todo si soy yo el encargado de hacerlo: admítame el lector, pues, un consejo. Lean esta aproximación a Caoscopia después de sumergirse en el poemario, y extraigan sus propias conclusiones. Aquella lectura despertó en mí un vivo interés por su producción anterior, y la lectura de sus poemarios me incitó a invitarla a participar en una actividad organizada por la Cátedra Federico García Lorca de la Universidad de Granada y la Biblioteca de Andalucía.

En aquella ocasión su presentador fue el magnífico poeta Antonio Mochón, quien desgranó con suma brillantez algunas de las claves del recorrido poético de Yaiza Martínez, entre las que mencionaré: estructura, forma, geometría, fractura del lenguaje y fractura interior [8], también presentes en Caoscopia, su última creación.

Sin embargo, más allá de esta recopilación de apuntes que he ido tomando de forma caoscópica, del propio goteo de mi propia consciencia al tiempo que veía y escuchaba el goteo de la suya, del Cosmos, del ser, del no-ser, de la voz del amor en el lenguaje, más allá de lo que han escrito unos, de lo que dijeron otros, más allá de cualquier experiencia científica, o poética, quisiera detenerme hoy –aunque no quisiera detenerme- en un hecho asombrosamente íntimo: Caoscopia me ha devuelto la fe en la ciencia con un libro que, técnicamente, es poesía pura.



Martes, 16 de Octubre 2012
Juan Carlos Friebe
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