La evolución tiene implicaciones metafísicas, según el paleontólogo Simon Conway Morris. Fuente imagen: Wikimedia Commons.
Nicola Hoggard Creegan, profesora de Teología Sistemática del Laidlaw College de Nueva Zelanda, ha publicado recientemente en la revista The Global Spiral un artículo en el que reflexiona sobre la posibilidad de que los últimos avances científicos puedan servir para renovar el “sensus divinitatis” humano, entendido éste como la conciencia de una conexión llena de sentido con el mundo natural.
Cierto es, según Hoggard, que el siglo XX no resultó una época fácil para la teología de la naturaleza, pero a finales de dicho siglo y principios del corriente, parece que esta rama de la teología vuelve a cobrar importancia.
Esto se debe, en parte, al desarrollo de la llamada eco-teología y a la conciencia cada vez mayor de la fragilidad del planeta, que ha propiciado la aparición de un nuevo lenguaje teológico en autores como Alister McGrath o Anna Primavesi, explica la autora.
Pero también es debido a los últimos avances y descubrimientos científicos que han supuesto una reinterpretación de la realidad: la teoría de cuerdas o la teoría del caos, entre otros.
Nueva forma de diálogo
Para Hoggard, por todo, este momento resulta propicio para que la ciencia y la teología –incluida la escatología, que es la parte de la religión y de la teología que trata acerca del fin del mundo y de la vida individual- establezcan una nueva forma de diálogo más profundo.
Pensadores de la teología contemporánea han señalado ya posibles vías para que se produzca el establecimiento de dicho diálogo.
Hoggard menciona, por ejemplo, al teólogo J. Wentzel Van Huyssteen, que propone una “yuxtaposición transversal” de los discursos de la teología y de la ciencia. Según su método, las metáforas y el lenguaje de ambas disciplinas podrían interrelacionarse respetuosamente.
Así, ninguno de los lenguajes se vería reducido por el otro ni ninguna de las disciplinas “vencería” sobre la otra. La ciencia no podría apagar así el sentido de numinosidad de la naturaleza que aporta la teología, y entre ambas doctrinas surgiría una explicación más completa del mundo.
Convergencia evolutiva: una naturaleza no aleatoria
Entre los avances científicos que acercarían la teología a la ciencia y viceversa, Hoggard señala, en primer lugar, la aparición de una explicación sobre la evolución darviniana que va más allá de lo aleatorio como elemento implícito en la selección natural.
Hoggard se refiere a la aparición de novedosas explicaciones sobre los procesos evolutivos, como la aportada por el paleontólogo británico, Simon Conway Morris.
Morris habla en su libro “Life's Solution: Inevitable Humans in a Lonely Universe” de la llamada convergencia evolutiva, y hace hincapié en la evolución paralela de los sistemas sensoriales, por ejemplo la visión, el olfato, la ecolocación, y también la inteligencia, especialmente en los primates y los cetáceos.
Este libro, que ha supuesto un impacto considerable porque arroja serias dudas sobre una serie de presupuestos de moda en la evolución, como la predominancia de la aleatoriedad en los procesos evolutivos, apunta a que existen mecanismos aún desconocidos que guían dichos procesos hacia objetivos específicos. Por otro lado, el alcance de la convergencia evolutiva parece ser, en sí mismo, casi ilimitado.
Para Hoggard, esta perspectiva de la evolución como algo más que un mero proceso mecánico, posibilitaría la reconciliación entre la teoría evolutiva y algunos preceptos teológicos.
Cierto es, según Hoggard, que el siglo XX no resultó una época fácil para la teología de la naturaleza, pero a finales de dicho siglo y principios del corriente, parece que esta rama de la teología vuelve a cobrar importancia.
Esto se debe, en parte, al desarrollo de la llamada eco-teología y a la conciencia cada vez mayor de la fragilidad del planeta, que ha propiciado la aparición de un nuevo lenguaje teológico en autores como Alister McGrath o Anna Primavesi, explica la autora.
Pero también es debido a los últimos avances y descubrimientos científicos que han supuesto una reinterpretación de la realidad: la teoría de cuerdas o la teoría del caos, entre otros.
Nueva forma de diálogo
Para Hoggard, por todo, este momento resulta propicio para que la ciencia y la teología –incluida la escatología, que es la parte de la religión y de la teología que trata acerca del fin del mundo y de la vida individual- establezcan una nueva forma de diálogo más profundo.
Pensadores de la teología contemporánea han señalado ya posibles vías para que se produzca el establecimiento de dicho diálogo.
Hoggard menciona, por ejemplo, al teólogo J. Wentzel Van Huyssteen, que propone una “yuxtaposición transversal” de los discursos de la teología y de la ciencia. Según su método, las metáforas y el lenguaje de ambas disciplinas podrían interrelacionarse respetuosamente.
Así, ninguno de los lenguajes se vería reducido por el otro ni ninguna de las disciplinas “vencería” sobre la otra. La ciencia no podría apagar así el sentido de numinosidad de la naturaleza que aporta la teología, y entre ambas doctrinas surgiría una explicación más completa del mundo.
Convergencia evolutiva: una naturaleza no aleatoria
Entre los avances científicos que acercarían la teología a la ciencia y viceversa, Hoggard señala, en primer lugar, la aparición de una explicación sobre la evolución darviniana que va más allá de lo aleatorio como elemento implícito en la selección natural.
Hoggard se refiere a la aparición de novedosas explicaciones sobre los procesos evolutivos, como la aportada por el paleontólogo británico, Simon Conway Morris.
Morris habla en su libro “Life's Solution: Inevitable Humans in a Lonely Universe” de la llamada convergencia evolutiva, y hace hincapié en la evolución paralela de los sistemas sensoriales, por ejemplo la visión, el olfato, la ecolocación, y también la inteligencia, especialmente en los primates y los cetáceos.
Este libro, que ha supuesto un impacto considerable porque arroja serias dudas sobre una serie de presupuestos de moda en la evolución, como la predominancia de la aleatoriedad en los procesos evolutivos, apunta a que existen mecanismos aún desconocidos que guían dichos procesos hacia objetivos específicos. Por otro lado, el alcance de la convergencia evolutiva parece ser, en sí mismo, casi ilimitado.
Para Hoggard, esta perspectiva de la evolución como algo más que un mero proceso mecánico, posibilitaría la reconciliación entre la teoría evolutiva y algunos preceptos teológicos.
Emergencia, e imposibilidad de conocimiento
Pero la ciencia no sólo ha cambiado su perspectiva desde el punto de vista de la evolución. Otros aspectos de la ciencia de los últimos tiempos también permitirían el diálogo entre teología y pensamiento científico, según la autora.
En primer lugar, Hoggard menciona la teoría de la emergencia. Este concepto se relaciona estrechamente con los conceptos de autoorganización y superveniencia, y se define en oposición a los conceptos de reduccionismo y dualismo.
Reconocible en muchos de de los fenómenos naturales –por ejemplo, en la dureza del agua al congelarse-, la emergencia supone que, en cierto punto, puede ocurrir un fenómeno nuevo en un sistema que nunca podría haberse deducido a partir de los estados previos de éste.
Para Hoggard, la existencia de la emergencia en la naturaleza apunta a que existen realmente niveles ontológicos más elevados, y que la dirección y el movimiento hacia otros niveles no es sólo una ilusión.
Según la autora, una de las repercusiones teológicas de este concepto es que por mayor que sea nuestro conocimiento del universo, parece que siempre resultará muy escaso. Habrá siempre niveles emergentes que aparecerán en el futuro y de los que no podemos saber nada o muy poco en el presente.
Teoría de cuerdas: la complejidad del universo
En segundo lugar, Hoggard habla de la teoría de cuerdas y de la teoría M, que básicamente señalan que el universo y la realidad estarían compuestos por varias dimensiones y que podrían existir universos paralelos.
Estas teorías, según Hoggard, presentan una visión del mundo que es mucho más extraña y maravillosa que cualquier otra visión anterior. Asimismo, aportan una noción de inmensidad a la mente humana, modificando nuestra perspectiva actual de la realidad en cuatro dimensiones y que, por tanto, debería ser revisada también desde la teología y la escatología.
Por último, la teoría del caos postula que existen sistemas complejos en los que diferencias muy leves provocan resultados muy diversos, por lo que no pueden ser predichos ni los resultados finales ni las condiciones iniciales, dando lugar a patrones que demuestran la belleza y la “libertad” de la realidad compleja.
Por todo, la ciencia de las últimas décadas aporta, para Hoggard, un sentido renovado de nuestra interconexión con todas las cosas, de nuestra relación con el mundo, de la numinosidad y de la extraordinaria profundidad y riqueza de la naturaleza.
El ser humano debe acercarse a este conocimiento de una forma científica, pero también espiritual, racional y emocional, de manera que nuestra conexión con la naturaleza y nuestro “sensus divinitatis” contengan elementos de todas las disciplinas del conocimiento posibles.
Pero la ciencia no sólo ha cambiado su perspectiva desde el punto de vista de la evolución. Otros aspectos de la ciencia de los últimos tiempos también permitirían el diálogo entre teología y pensamiento científico, según la autora.
En primer lugar, Hoggard menciona la teoría de la emergencia. Este concepto se relaciona estrechamente con los conceptos de autoorganización y superveniencia, y se define en oposición a los conceptos de reduccionismo y dualismo.
Reconocible en muchos de de los fenómenos naturales –por ejemplo, en la dureza del agua al congelarse-, la emergencia supone que, en cierto punto, puede ocurrir un fenómeno nuevo en un sistema que nunca podría haberse deducido a partir de los estados previos de éste.
Para Hoggard, la existencia de la emergencia en la naturaleza apunta a que existen realmente niveles ontológicos más elevados, y que la dirección y el movimiento hacia otros niveles no es sólo una ilusión.
Según la autora, una de las repercusiones teológicas de este concepto es que por mayor que sea nuestro conocimiento del universo, parece que siempre resultará muy escaso. Habrá siempre niveles emergentes que aparecerán en el futuro y de los que no podemos saber nada o muy poco en el presente.
Teoría de cuerdas: la complejidad del universo
En segundo lugar, Hoggard habla de la teoría de cuerdas y de la teoría M, que básicamente señalan que el universo y la realidad estarían compuestos por varias dimensiones y que podrían existir universos paralelos.
Estas teorías, según Hoggard, presentan una visión del mundo que es mucho más extraña y maravillosa que cualquier otra visión anterior. Asimismo, aportan una noción de inmensidad a la mente humana, modificando nuestra perspectiva actual de la realidad en cuatro dimensiones y que, por tanto, debería ser revisada también desde la teología y la escatología.
Por último, la teoría del caos postula que existen sistemas complejos en los que diferencias muy leves provocan resultados muy diversos, por lo que no pueden ser predichos ni los resultados finales ni las condiciones iniciales, dando lugar a patrones que demuestran la belleza y la “libertad” de la realidad compleja.
Por todo, la ciencia de las últimas décadas aporta, para Hoggard, un sentido renovado de nuestra interconexión con todas las cosas, de nuestra relación con el mundo, de la numinosidad y de la extraordinaria profundidad y riqueza de la naturaleza.
El ser humano debe acercarse a este conocimiento de una forma científica, pero también espiritual, racional y emocional, de manera que nuestra conexión con la naturaleza y nuestro “sensus divinitatis” contengan elementos de todas las disciplinas del conocimiento posibles.