Aspectos subjetivos e inconscientes podrían resolver la ‘paradoja del mal’

La psicología aporta una respuesta alternativa a un problema abordado durante años sin éxito por la filosofía, las religiones y la ética


El problema del mal (o paradoja del mal) ha sido abordado sin éxito por la filosofía, las religiones y la ética durante años. La respuesta que aporta la psicología a este problema es que la identificación del yo individual con un ‘yo cultural’ puede impulsar los actos más atroces (por ejemplo, en nombre de una idea o en defensa de una verdad). Por eso, desde esta perspectiva se considera que atender a aspectos subjetivos e inconscientes podría resolver esta paradoja que tanto se resiste a la razón. Por Sinesio Madrona.


Sinesio Madrona
05/10/2015

"El grito", de Edvard Munch. Fuente: Wikipedia.
El tema del bien y el mal es frecuente y perenne en las exposiciones y discusiones sobre filosofía, religión y ética. Lo cierto es que el asunto es una vieja cuestión en el pensamiento humano, expresada últimamente en varios artículos de Tendencias21 [1] A mi modesto entender, creo que en el terreno de la filosofía este tipo de controversias ya fueron reveladas como estériles [2] por la filosofía escéptica de Sexto Empírico (1993), por lo que no se trata de seguir discutiendo lo que no tiene solución racional, sino de ir más allá (ataraxia, nirvana...) y promover un salto de consciencia que dé solución de una vez por todas a lo que en el terreno racional no la tiene.

Calificar la realidad en términos abstractos y absolutos es una construcción racional que nos muestra un ‘mapa’, no la realidad misma, como he desarrollado asimismo en un artículo anterior publicado en esta misma revista. La cuestión es que mientras intentemos describir la realidad en términos exclusivamente racionales (o eso nos creemos) nunca estaremos en ella, sino en un mapa de la misma.

Como psicólogo, me interesa otra fuente de conocimiento del mal. El conocimiento del ser humano empieza por uno mismo. Pero la sociedad obnubila ese conocimiento y conduce a la persona a adoptar las normas de la cultura para evitar el sentimiento de soledad y para beneficiarse del apoyo y de los recursos que los vínculos emocionales nos proporcionan (Hearn y Madrona, 2015). Este vínculo, esta identidad con el ‘yo cultural’, es el que puede hacer que se cometan las más atroces barbaridades en nombre de una idea o en ‘defensa’ de una ‘verdad’.

Así pues, visto desde la psicología, ni el lenguaje de la religión ni el de la filosofía nos aclaran la dimensión profunda de las raíces del ‘mal’ en nuestra realidad humana. No podrá haber conocimiento de la realidad sin conocimiento interior, por muy subjetivo y no aceptable que ese conocimiento les parezca a los racionalistas y científicos. Sin conocimiento personal, ese conocimiento descalificado por ‘subjetivo’ no hay verdadero conocimiento real.

El ‘Amor’ del que habla González de Cardedal, según Pedro Leiva Béjar (Tendencias21 ), es visto, desde esta perspectiva, desde una nueva fase de la consciencia humana que trasciende la paradoja. En el ‘Amor’ los contrarios ‘trabajan’ juntos para construir una realidad más global que incluya al ‘bien’ y al ‘mal’ en una comprensión diferente a la metafísica.

Quizá la psicología pueda sacar, desde su observación de lo cotidiano más próximo, a la filosofía de ese fracaso abstracto del que habla Garagalza, pues la psicología puede asumir el bien y el mal en sus manifestaciones reales, no como construcciones de la religión y de la metafísica. Al fin y al cabo, estas construcciones no dejan de ser un ‘mapa’ teórico de la realidad, no la realidad misma.

Un mapa que nunca será el terreno que dibuja. De ahí la importancia de la subjetividad a la hora de entrar en la realidad. Subjetividad de la que sabemos muy poco porque la tenemos como la pariente pobre del conocimiento. Subjetividad que, sin embargo, es de una importancia primordial en nuestras vidas y en el conocimiento de la realidad. De ahí el éxito de obras como Inteligencia emocional , (Goleman, 1995) que nos describen un aspecto de la realidad total que nunca ha sido tenido en cuenta en las investigaciones ‘científicas’. Así nos lo dice también otro artículo más de Tendencias21.

Por tanto, las cuestiones que se plantea la filosofía y la religión sobre el bien y el mal y el papel de ‘Dios’ en el asunto, son cuestiones racionales. Son un mapa de la realidad, no la realidad misma. Son cuestiones que se plantea el yo. Un yo que por definición está dividido, dado que no acepta más que una parte de la realidad [3]. Partición que, precisamente, lo define como “yo”.

Trascendiendo la paradoja

Esta división es la naturaleza de la consciencia personal. La consciencia personal es un estado del ser necesario en el desarrollo que implica la preponderancia de la racionalidad en sus criterios de realidad. Más allá de ellos el ser humano evoluciona hacia niveles de consciencia que Dokushó Villalba describe como trans-racionales. La paradoja entre el bien y el mal (como cualquier otra paradoja) sólo es posible entenderla, resolverla, vivirla, trascenderla... en este nivel trans-racional.

Cuando nos planteamos la cuestión eterna de los enfrentamientos duales (humanismo-ciencia, bien-mal, espíritu-materia, determinismo-libertad...) lo hacemos desde la perspectiva de un yo, por naturaleza parcial, que sólo puede atender-entender un aspecto de la realidad. En nuestro estado evolutivo como especie este yo está dominado en la mayoría por la racionalidad (por la mente), es un “yo-mental”, según todas las descripciones de la psicología evolutiva.

Así pues el reconocimiento de la paradoja bien-mal como fuente de conocimiento y de desarrollo personal y colectivo empieza por la deconstrucción del propio yo (de la propia racionalidad sobre todo). Ese conocimiento nos lleva a reconocer la naturaleza del bien y del mal de una manera diferente a como lo habíamos hecho hasta ese momento. Los términos dejan de ser absolutos. En esa deconstrucción el reconocimiento del ‘mal’ ignorado que hay en nosotros es una fase fundamental del proceso. En una cultura que valora sobre todo la extroversión y la autoexpresión la reflexión interior no es lo que predomina.

El reconocimiento del mal

Según Jung, el mal configura un arquetipo que denomina sombra. La sombra [4] contiene todos los rasgos de la personalidad que no son asumidos por el yo consciente [5]. Otra forma de verlo es a través de lo que Assagioli (1971) llama subpersonalidades. Cada subpersonalidad es un ego o rasgo diferente de la persona. Según esta forma de verlo hay un ego dominante y varios subegos (tantos como rasgos humanos); algunos de ellos son admitidos por el yo y otros ignorados, infradesarrollados e, incluso, perseguidos por el ego dominante.

La perspectiva de Jung puede inducirnos, aunque sea equivocadamente, a creer que la sombra es única. En la práctica a lo largo de nuestro desarrollo descubrimos numerosas sombras en nuestra estructura psíquica. El planteamiento de Assagioli es pues, a mi modo de ver, más claro para encarar los diferentes rasgos de personalidad que constituyen sombras en nuestra psique. Assagioli no habla específicamente de sombra por lo que podemos sumar este concepto junguiano al planteamiento de Assagioli y entender cada uno de los egos enfrentados al yo, o ignorados por el mismo, como una sombra en nuestra psique.

Ese ‘mal’ puede ser, entonces, cualquier rasgo de personalidad con el que otra parte de nuestro ser no esté de acuerdo. Por ejemplo el egoísmo en una persona cuyo yo sea altruista o, viceversa, el altruismo en una persona con un yo egoísta; la debilidad en un yo identificado con la fuerza o el poder o, por el contrario, la fuerza y la agresividad en un yo identificado con la dulzura y la bondad. Y así mil rasgos más, cualquiera puede ser objeto de la sombra. En particular en las culturas occidentales (‘del Libro’), la sexualidad es, por ejemplo, un motivo más que reconocido de sombra y de doble moral. Otro motivo para perseguir a los que no siguen nuestras ‘reglas’.

Ni el egoísta ni el altruista se imaginan, muchas veces [6], que tienen un ego contrario en su personalidad que está socavándola incesantemente. Por ello ‘mantener la fachada’ no es tanto una decisión consciente como inconsciente. Aunque exista sospecha en ellos de su otra inclinación siempre son ‘malos pensamientos’, ‘ideas de debilidad’ o cualquier otra justificación religiosa o moral. Nunca podrán imaginar hasta qué punto ése es un rasgo de su personalidad básica desatendido, como bebé que intenta manifestarse berreando con fuerza a la menor oportunidad. Por ello ‘mantenerlo callado’ exige un esfuerzo denodado y, muchas veces también, sustitutivos que lo aplaquen y ‘entretengan’ sin hacerse cargo del problema real.

Con frecuencia el rasgo, o la ‘virtud’, más positivo de la persona encierra en su interior las más poderosa sombra. Parece que ese refrán castellano “dime de qué presumes y te diré de qué careces” tiene razón al fin y al cabo. Es por lo tanto extremadamente difícil llegar a ser consciente de ello. Y lo es porque llegados a ese nivel de consciencia nos damos cuenta de que todo aquello que nos identifica y en lo cual apoyamos nuestro yo se derrumba por completo, lo que nos lastima hasta niveles indecibles [7] se necesita, por lo tanto, una gran humildad interna para ello. Además ese tipo de sombra tan inconsciente es una manifestación que otras personas ven clara y manifiesta, pero que es inconcebible para el individuo que la tiene.

Lo interior refleja lo exterior y viceversa

Otra forma de exponer el asunto es describir la naturaleza interior del ser humano como compuesta por una “sociedad interna”. Esta sociedad está formada por los diferentes egos de la persona, lo que, como hemos dicho, Assagioli llama subpersonalidades. Según este enfoque cada ego es una ‘persona’ dentro de esa sociedad interna. Y en esa sociedad interna –en paralelo a la ‘sociedad externa’– hay egos que tienen el poder y otros –marginales– que están sometidos, despreciados o perseguidos.

Así la persona que tiene sometidos y perseguidos en su interior determinados egos, hará lo mismo en la “sociedad externa”. Es decir, rechazará y perseguirá en el exterior a las personas que muestren un yo con preponderancia de esos rasgos. Para ese individuo cualquier persona con ese yo será una encarnación del mal, la tentación, el pecado, lo inadmisible, etc.

Por lo tanto en la paradoja (cualquier paradoja) el conocimiento interior es una parte substancial del proceso de integración de los opuestos. Esto nos lleva a reconocer que interior y exterior es otra división. Lo que hay fuera está también dentro.

Comprendiendo el mal en nosotros

Así pues todo aquello que rechazamos en nosotros se convierte en un aspecto inconsciente de nuestro ser, en un ego (subpersonalidad) oprimido. Lo que Jung identifica con el arquetipo de la sombra.

Al construir el yo en nuestro desarrollo, puesto que se trata de un yo personal, hay cosas con las que nos identificamos y tenemos por buenas para nosotros que incorporamos al mismo. Las que consideramos negativas o nos han educado para rechazarlas las dejamos fuera de nuestro yo y pasan a un ‘lugar’ interior del que no tenemos consciencia. Forman una ‘casta inferior’ a la que tenemos sometida, las más de las veces sin tener plena consciencia de ello, y otras ‘porque es lo natural’.

En este ‘lugar’ se encuentran todas las cosas que nos han prohibido, las que nos han dicho o hemos identificado como ‘malas’ (diferentes en cada familia y cultura), los impulsos reprimidos, etc. Todo aquello que identificamos como impropio de nuestro yo construido. Pues eso es, al fin y al cabo, el yo, una construcción. Construcción que tiene, aunque necesario, un papel pasajero y subordinado en el desarrollo pleno de la consciencia.

Pero el caso es que fuera del yo hay cosas que somos y que no expresamos (los egos o personalidades reprimidos o infravalorados de esa sociedad interna). Cosas que no aceptamos, que rechazamos, que negamos, que perseguimos en nosotros... para que no salgan a la luz y nos pongan en vergüenza, dañen la imagen que tenemos de nosotros mismo, nuestro yo, o impliquen un rechazo de los demás.

Cuando esos rasgos los vemos en otras personas (o en otras culturas) nos identificamos –inconscientemente– con ellas. Nos vemos reflejados en la otra persona o cultura, sin tener consciencia de ello. Esa otra persona o cultura puede expresar sentimientos, actitudes, comportamientos, convicciones... que nosotros tenemos reprimidas, ignoradas, perseguidas o infradesarrolladas.

Esa represión implica un esfuerzo de energía psíquica enorme para mantenerla y para ocultar nuestros impulsos (que muchas veces llamamos ‘defectos’). Para estos impulsos cualquier manifestación externa de los mismos supone una ‘tentación’ muy difícil de soportar. Nos pide un gasto de energía que supera nuestras límites ya de por sí tensados. Así utilizamos la energía persecutora de que disponemos para perseguir en el exterior lo que –sin saberlo las más de las veces– perseguimos en nuestro interior.

La tensión de la paradoja

Éste es el resultado de una paradoja no resuelta. Sostener la tensión entre los polos opuestos para mantenerlos separados (el ‘bien’ expresado con el que identificamos nuestro yo y el ‘mal’ reprimido que queremos ‘erradicar’), exige un  enorme esfuerzo del que somos mayormente inconscientes.

Cuando lo natural, sano y vivificante es la manifestación conjunta de los polos opuestos (en eso consiste la naturaleza del campo unificado), resulta abrumadoramente agotador mantenerlos separados. La inyección de adrenalina y sentimiento de ‘justicia’ que supone perseguir ese mal en los demás es, visto y sentido así, una compensación de ese gasto que conllevan  nuestros esfuerzos por mantener la situación. Situación que en la naturaleza no se da (no hay electricidad sin polo positivo y polo negativo).

El desarrollo de la consciencia personal, de nuestro yo, implica esa tensión artificial que tanta energía nos requiere. Esa tensión es necesaria y característica del yo. Por ello una de las consecuencias de la experiencia mística o cumbre (o de cualquier experiencia real por mínima que sea) es la sensación de plenitud y de bienestar que se percibe. De pronto disponemos de la totalidad de una energía que hasta ese momento teníamos dividida y enfrentada entre si. Esta división implica un desgaste abrumador, tensión, ansiedad... y búsqueda de sustitutos de la energía natural a través de todo tipo de sustancias externas; los males de nuestra ‘vida moderna’. La experiencia es, pues, inolvidable [8].

Una de las manifestaciones de la sombra más espectaculares, una manera clara de saber que nos está afectando, ocurre cuando una situación banal o ligeramente ofensiva para la mayoría a nosotros nos afecta intensa y dramáticamente, y reaccionamos a ella vehementemente. Es una clara manifestación de que aquello que vemos en la otra persona o en una situación social es algo reprimido en nosotros y cuyo esfuerzo por controlar supone una tensión que nos abruma, y nos dispara a la menor provocación.

El aspecto social del problema

En esa situación nuestro control nos desborda y perseguimos, criticamos, despreciamos... a veces hasta la muerte y la destrucción de la persona, cultura o situación social que nos afecta de esa manera (Jung y otros, 1991). Matar y perseguir al extraño se convierte así en un sustituto de esa persecución y deseo de muerte del que hacemos objeto a nuestro extraño interior. Esa parte que también somos y que nuestro yo no quiere ver ni reconocer.

De esta manera actúan en el ser humano su fantasía, sus miedos y sus proyecciones. Como dice Jung los más aberrantes comportamientos humanos proceden de una ‘fantasía’ sobre lo que es la realidad.: “Si un hombre se figurase que yo soy su enemigo declarado y me matara, yo estaría muerto a causa de una mera fantasía” (Jung, 1947, p. 29).

La psique es una fuerza objetiva, por muy subjetivas que sean sus manifestaciones. Si no tomamos en cuenta la psique humana y sus ‘subjetividades’ nunca tendremos una visión real y objetiva del mal. Al fin y al cabo toda construcción de la realidad, tanto yoica como social, no es sino una ‘fantasía’ sobre lo que es la realidad.

Así se ha cometido a lo largo de la historia en nombre de una ‘causa noble’ (construida socialmente) mucho más mal que de otra manera: “...permanecemos inconscientes de la realidad del mal y esta ingenuidad puede explicar gran parte de las abominaciones realizadas por los seres humanos en nombre de una causa noble.” (Jung y otros, pág. 234).  La historia nos lo cuenta; actualmente tenemos la versión islámica de la misma; pero en nuestra propia historia los ejemplos se amontonan devastadoramente a lo largo de los siglos.

Para enfrentarnos a esta falsa vida construida necesitamos un yo fuerte que sea capaz de lidiar a diario con tensiones que a veces amenazan con desbordarnos y destruirnos. Este yo se ve reforzado por grupos con los que nos identificamos y por la cultura en la que estamos inmersos. Preservar, afianzar y reforzar el yo se convierte así en una de las principales tareas de nuestra vida, pues el reconocimiento ajeno es una gratificación de la que no podemos prescindir.

Como consecuencia de ello preservar los valores del grupo y la cultura en la que nos hallamos se convierte en una prolongación de esa tarea vital, en una necesidad de nuestro yo: “La persona que acepta los axiomas mayoritarios se encuentra vinculada afectivamente a una vasta red de apoyo social y recursos.” (Hearn y Madrona, 2015, p. 28). El miedo a perderlos puede colapsar nuestra creatividad e independencia y el desarrollo de nuestra consciencia. Según Jung (1947) “Es hecho bien conocido que en los manicomios los enfermos de miedo son harto más peligrosos que los impulsados por la ira o el odio.” (p. 82).

De esta manera descubrir nuestra sombra es así darnos cuenta de que podemos perder ese apoyo y reconocimiento del que tan necesitados estamos. Paralelamente ese descubrimiento nos induce a reconocer la sombra del grupo y/o la cultura en la que estamos inmersos. A descubrir la fantasía que rige nuestra vida y la de nuestro grupo y cultura.

Imagen: Thinkstock. Fuente: MIT.
El importante papel del reconocimiento

Así pues descubrir nuestra sombra sería el primer paso personal para enfrentar el mal propio. Sólo si reconocemos ese mal propio estaremos en condiciones de reconocer imparcialmente el mal de nuestra familia, grupo, cultura y sociedad. Toda expresión pasional de un rechazo a ciertas formas religiosas, culturales y políticas de un determinado grupo no es otra cosa que una manifestación de la sombra.

Si comprendemos el mal en nosotros no será necesario comprenderlo en ‘Dios’. Debemos ir más allá de los dogmas religiosos comunes y comprender el mensaje oculto de Cristo (oculto para nuestra conciencia yoica). Así dice Leiva Béjar : “Para los cristianos, la revelación ha llegado a su plenitud con Jesucristo. Pero eso no quiere decir que la Iglesia y los cristianos ya comprenden perfectamente toda la profundidad del misterio revelado.”

Definido desde la perspectiva psicológica ‘Dios’ es un símbolo de la integración de la consciencia.  No sólo su filosofía, sino también la vida –o el mito– de Jesucristo, el símbolo que representa su epopeya, en el mejor sentido clásico del término, nos quiere llevar más allá de la realidad y comprender la paradoja de la existencia humana. En base a la interpretación psicológica puedo postular el sacrificio de Cristo como el símbolo del autosacrifico del yo ideal al ‘yo malvado’ que también somos. La propia cruz simboliza una doble oposición, una doble paradoja, fuente al fin y al cabo de una comprensión integradora como meta de la evolución, como nueva fase de la consciencia humana.

La filosofía de Jesús trasciende el individualismo sin negarlo. Individualismo que todavía es la filosofía de nuestro presente. Sin embargo el individualismo, aunque necesario como una fase de la evolución de la consciencia, es una de las causas del ‘mal’: la explosión del ego hace unos seis mil años (Taylor, 2005) y el egoísmo modernista (Wheeler, 1991; Robine, 2004), causa de la soledad y la vergüenza. El camino es integrar la paradoja individuo-sociedad (o como dice la terapia gestalt el campo organismo-entorno) tanto individual como colectivamente en una forma cultural que sea capaz de tolerar las tensiones que produce la paradoja sin confinarlas en un extremo o en el otro.

La sombra social

Toda cultura, todo grupo, en tanto en cuanto ensalza unos valores y denigra otros tiene su propia sombra. Es la versión de un “yo”, social en este caso, construido por el consenso de los yos de un grupo numeroso. Parcial de la misma manera y en el mismo sentido que el yo personal.

El ser humano ha desarrollado a lo largo de la historia un conocimiento que lo libera de sus miedos y de la atribución de sus males a espíritus, hechizos, brujas y demonios... Nada más claro para ello que la medicina. Las ‘plagas de Dios’ son ahora enfermedades epidémicas tratables con fármacos y medidas adecuadas para cada una de ellas. Las grandes mortandades del pasado debido a ellas han reducido su número, en muchos casos, a cero, al menos en países desarrollados.

El que ese miedo y esa proyección se manifiesten social, cultural y religiosamente nos lleva a plantearnos la cuestión del bien y el mal como un debate racional. Pero la racionalidad abstracta [9] no es sino una huída de la realidad inmediata que, con frecuencia, nos resulta insoportable. La razón es un logro inmenso, pero como se dice en este artículo respecto a la virtud más positiva de una persona, lleva consigo una inconmensurable sombra. Cuando nos demos cuenta de ello –si lo hacemos, cosa por ver– la humanidad cambiará radicalmente.

Como dice Süel hasta las bacterias saben resolver los conflictos mejor que nosotros: “Todos nos enfrentamos al dilema social donde el apoyo a los demás, incluso a nuestros competidores, en última instancia puede hacer nuestra sociedad más fuerte. Podemos ser capaces de aprender más acerca de cómo resolver nuestros propios conflictos sociales mediante el estudio de las sociedades bacterianas”.

Las bacterias, se supone, no tienen ‘fantasías’, pues no tienen ego, origen de las fantasías. Fantasías cuya finalidad inconsciente más profunda  y última es completar la unidad que somos (trascender el yo), tanto individual como colectivamente.

Las consecuencias de la sombra

Pero mientras el ser humano sea incapaz de desarrollar su consciencia más allá de su yo la sangre seguirá corriendo por la faz de la tierra. No soy historiador ni erudito, pero como psicólogo no puedo por menos que preguntarme, en cuanto a las manifestaciones sociales del mal, si es el camino inevitable al que nos vemos abocados mientras no desarrollemos plenamente, tras-racionalmente, nuestra consciencia. Como dice Eckhart Tolle (1997), la maldad es inconsciencia.

Me pregunto y pregunto a los lectores –muchos de ellos, seguro, mejor informados que yo– si la actual Unión Europea no nace del horror de las guerras mundiales. Si la democracia española no es hija del trauma de la guerra civil y la dictadura. Tal parecería, pues, siguiendo esta línea de pensamiento, que el ser humano necesitara ‘que maten a alguien antes de poner el semáforo’. Así la liberación de la mujer en Europa tras la primera guerra mundial sería hija de esa situación. No hace mucho, unos meses, oí a un comentarista en televisión decir lo mismo de las mujeres sirias, la liberación e independencia que estaban consiguiendo seria un producto de la actual situación bélica en su país.

Así pues el ‘mal’ tendría una función después de todo: obligarnos a desarrollar un nivel de consciencia que por nosotros solos somos incapaces de comprender y aceptar responsablemente. Tal parecería que racionalmente se puede concebir la superación del mal, pero emocionalmente ya es otra cuestión, todo parece indicar que necesitamos un  fuerte estímulo (‘maligno’ las más de las veces) para trascender la dicotomía yoica y social que nos mantiene en el ‘mal’.

La comodidad nos tendría estancados en un estadio del desarrollo al no tener retos que combatir en el entorno. Como ocurre, a otro nivel, en ciertas islas aisladas: las especies vivientes en ellas no tienen defensas frente a otras especies invasoras, ya sean humanas o animales. Al fin y al cabo el sufrimiento es una de las vías para el desarrollo espiritual, o lo que es lo mismo, para el desarrollo de la consciencia.

Cuenta la historia que Perls viajó desde Sudáfrica a Viena para presentar una conferencia sobre las defensas orales y sobre la agresividad, por la que fue descalificado por el colectivo psicoanalista y por el propio Freud. La agresividad es en la terapia gestalt uno de los motivos principales de trabajo. La agresividad de la destrucción del alimento se equipara con la agresividad necesaria para desmenuzar e incorporar el alimento intelectual y no tragarlo como introyección sin analizar. La agresividad implícita en los introyectos no desmenuzados por la consciencia, es proyectada al exterior en forma de violencia de todo tipo, en forma de ‘mal’.

El reto del futuro

Con ocasión de otro artículo mío se abrió un foro en Tendencias21 (El futuro del “yo”). En ese foro como respuesta a Carol Peinado que me preguntaba si el título del artículo no era exagerado le contesté esto: “El futuro de la humanidad depende de que no sigamos consumiendo un yo caducado”.

Tenemos dos opciones a seguir: o ‘seguir poniendo el semáforo después de que hayan matado a alguien’ o desarrollar esa consciencia que nos transporta más allá de la racionalidad y de la visión parcial y sesgada del yo. La visón del yo, tanto en el terreno familiar como en el social e internacional, es la que nos lleva a todos los horrores que las noticias nos cuentan cotidianamente, tanto a nivel personal como colectivo.

Quiero creer que hay un futuro consciente para la humanidad, tal como pregonan religiones y espiritualidades diversas. Pero ello no me impide considerar si el Apocalipsis del cristianismo y de otras religiones no es, en el fondo de la psique, la consciencia de que el ser humano es incapaz mayoritariamente de dar pasos en su desarrollo si no es a través de traumas y horrores sin cuento. Ése sería realmente el ‘mal’ al que estamos abocados: el de nuestra inconsciencia e ignorancia. Como dice Eckhart Tolle (1997):

“En estos tiempos, en lo que se refiere a la mayoría inconsciente de seres humanos, el camino de la cruz es el único camino. Sólo despertarán a través del sufrimiento, y la iluminación como fenómeno colectivo probablemente será precedida de grandes conmociones” (p. 216).

En desarrollar la consciencia que nos conduce más allá del ‘mal’ llevamos cientos de milenios (entre 500 y 800 según fuentes), desde que el ser humano descubrió cómo utilizar el fuego. Pero en términos de la evolución de las especies ese tiempo es apenas un instante. Por eso es cierto que también creo que si es posible ese renacimiento de una consciencia que según Taylor (2005) ya poseíamos, tardará, probablemente, eones en lograrse.

En este sentido es posible que las tragedias (el ‘mal’) aceleren ese proceso, pues de estar cómodos no se desarrollan nuevas ‘estrategias de supervivencia’. Así que según esta hipótesis el ‘mal’ tendría su papel también en la historia humana, al menos hasta que sepamos integrarlo y trascender nuestro yo en una visión de campo en la cual el yo sea sólo una ‘partícula’ que se manifiesta pasajeramente.

Eso no quiere decir que todas las sociedades, culturas y momentos históricos respondan positivamente a los retos a los que se enfrentan. Nos cuenta Jared Diamond (2005) en su libro Colapso cómo civilizaciones como los vikingos en Groenlandia y los habitantes de la Isla de Pascua no supieron responden a los retos de su situación y desaparecieron. Mientras que otras culturas: los inuit frente a los vikingos y los dominicanos frente a los haitianos en la misma isla, por ejemplo, son capaces de tomar consciencia del problema o la situación, adaptarse y superar o sobrevivir en circunstancias semejantes.

Así que ¿a qué grupo pertenece la humanidad global actual?, ¿a los que sobreviven porque saben aceptar los retos de su momento tomando consciencia de ellos o a los que desaparecen porque siguen rígidos en sus planteamientos vitales yoicos y no saben adaptarse a las circunstancias modificando su visión rígida de la realidad?

Bibliografía

Asagioli, R. (1971, ec. 1980).  Psicosíntesis, armonía de la vida. Ed. Diana. México.
Asagioli, R. (1988, ec. 1996). Ser transpersonal. Ed. Gaia. Madrid.
Diamond, J. (2005, ec. 2006). Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Ed. Círculo de Lectores. Barcelona.
Empírico, S.  (1993). Esbozos Pirrónicos. Ed. Gredos. Madrid.
Goleman, D. (1995, ec. 1996) Inteligencia emocional. Ed. Kairós. Barcelona.
Hearn, I. F. y Madrona, S. (2015). The Unity of Body-Mind and Culture.
Cultural Mannerisms as Introject Processes
. British Gestalt Journal,
Vol. 24-1, pp. 25-31. Edición castellana.
Jung, C. G. (1947, 3ª ec. 1991). Psicología y religión. Ed. Paidós. Barcelona. 
Jung, C. G. (1951, ec. 1992). Aion. Ed. Paidós. Barcelona.
Jung, C. G. y otros, (1991, ec. 1992). Encuentro con la sombra. Ed. Kairós. Barcelona.
Robine, J. M. (2004, ec. 2006). Manifestarse gracias al otro. Ed. S. de C. Valle-Inclán. Los libros del CTP. Madrid.
Taylor, S. (2005, ec. 2008). La caída. Ed. la llave. Vitoria-Gasteiz.
Tolle, E. (1997-1999, ec. 2007). El poder del ahora. Ed. Gaia. Madrid.
Wheeler, G. (1991, ec. 2002). La gestalt reconsiderada. Ed. S. de C. Valle-Inclán. Los libros del CTP. Madrid.
 
Notas
 
[1] 2 de Junio 2015, Luis Garagalza ; 23 de Junio 2015, Pedro Leiva Béjar ; 21 de Julio 2015, Luis Garagalza.
[2] En mi opinión, la esterilidad radica en que la solución que se pretende nunca se va a encontrar porque está más allá de los opuestos o versiones de la realidad puestos en juego. Pero la discusión en sí misma no es estéril, pues al hilo de la cual se pueden hallar soluciones que antes no podían concebirse. Para mí ésa es la razón de la discusión, de la misma emergen nuevos conceptos e interpretaciones que amplían la consciencia y la visión de la realidad. Pero en esta emergencia participan ambos polos, es un efecto del campo, por mucho que en un momento u otro parezca que ‘gana’ un polo a expensas del otro.
[3] Todos somos, en mayor o menor medida, como individuos y como cultura, esquizoides o bipolares, aunque según Wikipedia, como trastorno de la personalidad se dé sólo en un 1% de la población. Vivimos en una cultura esquizoide y somos construidos, consecuentemente, como personalidades esquizoides a niveles más profundos y amplios que los de un trastorno de la personalidad. El hecho de que socialmente los comportamientos esquizoides comunes se consideren ‘normales’, sólo nos habla de la inconmensurable sombra que preside nuestra civilización humana.
[4] Luis Garagalza habla asimismo de la sombra en el último de los artículos mencionados en la nota “1”.
[5] Hay que añadir que aunque la sombra se evoca casi siempre como un arquetipo del mal, también hay una ‘sombra positiva’ por la que proyectamos nuestras cualidades positivas que no nos sentimos capaces de desarrollar (a veces por pura pereza o comodidad, o bien porque no nos creemos capaces) en personas o personajes con los que nos identificamos (Jung, 1951).
[6] La sombra es más sombra cuanto más ignorados son los rasgos opuestos de la psique principal (persona la llama Jung). A veces un altruista conoce su egoísmo; pero como es ‘malo’ lo combate. Y lo mismo sucede con el egoísta: ser altruista es mostrarse ‘débil’ e igualmente rechaza o persigue esa manifestación de su ser. En este sentido Jung describe dos tipos de sombra: la personal, más fácil de conocer, y la arquetípica, muy difícil de reconocer y concienciar (Jung, 1951, p. 24).
[7] Un ejemplo bastante típico es el abandono de los afectos familiares por el trabajo o por una causa, más típico de los hombres. También se puede dar el abandono de una vocación o ideal por el afecto de los hijos y familia, con lo cual la mujer se queda sin referente inmediato y cotidiano de lo que es ‘lidiar en el mundo’ y desarrolla después rasgos sobrecompensadores de poder para sustentar una posición que no ha visto ejercer desde la feminidad. En el caso del hombre el desarrollo de sus rasgos femeninos tropieza con una dificultad análoga. En ambos casos las personas se quedan muy sorprendidas cuando se dan cuenta de que ‘todo lo que han hecho por la familia’ no se les tiene en cuenta porque los hijos e hijas esperaban otra cosa de los padres. El ‘seguir los dictados de tu corazón’ a la hora de ‘ayudar a los demás’ significa ante todo que estás haciendo algo para ti mismo (‘tu corazón’) y sólo secundariamente por los demás, por muy vinculado que te sientas a esas otras personas en tu deseo de ayudarles. Lo malo de todo esto no es el hecho en sí, que es perfectamente natural y humano, sino que no tengamos consciencia de ello y creamos que estamos haciendo una cosa cuando, podría decirse, hacemos justo todo lo contrario. Es la consecuencia de tener el yo divido y contemplar sólo una parte de la realidad. Todas estas situaciones tienen un apoyo social y cultural considerable. Y no se puede decir que estos comportamiento sean ‘patológicos’, al contrario son perfectamente normales para el yo dividido. La respuesta está más allá del yo dividido.
[8] Pero incluso esta experiencia tiene su aspecto negativo. Si no desarrollamos la consciencia concomitante a ella, nos quedamos enganchados en la experiencia misma e intentamos una y otra vez crear las circunstancias o los métodos que nos llevaron a ella. Es una fijación como otra cualquiera por muy místico que sea el nivel de la misma. En un terreno emocional más cotidiano es como ese amor auténtico que hemos experimentado y que luego hemos perdido, nos quedamos enganchados a él de por vida. Esa experiencia no es un fin en sí misma, nos indica un camino a seguir, uno de cuyos pasos es ‘la noche obscura del alma’ (Assagioli, 1988): un reconocimiento exhaustivo de  nuestra ‘maldad’ interior a la que ahora somos mucho más sensibles y que sufrimos, por ello, con más intensidad. Así la meditación oriental (y la práctica espiritual en general) puede ser una manera eficaz  de regular nuestra energía para el desarrollo cotidiano o una obsesión por conseguir un estado ‘perfecto’ que nos libre de todo ‘mal’ y nos aparte de las responsabilidades personales que tenemos; una huída, al fin y al cabo, orquestada por nuestro yo inflado.
[9] La ‘racionalidad concreta’, la que se dedica a medir, contar y pesar, y trabaja con las manos, es otra cuestión, no se desapega de la realidad.


Sinesio Madrona es licenciado en psicología. Formado en terapia psicoanalítica, rogeriana y gestáltica. Autor de una teoría que describe el desarrollo de la consciencia como un proceso de autoorganización de creciente complejidad.  



Sinesio Madrona
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