Miguel de Unamuno habría disfrutado leyendo las biografías que sobre él han escrito Jean-Claude y Collete Rabaté, dos grandes y apasionados “unamunólogos” que publicaron en 2009 Miguel de Unamuno. Biografía (Taurus). En 2016 se estrenó La isla del viento, de Manuel Menchón, la primera película sobre Unamuno, con una magistral interpretación de José Luis Gómez encarnando al escritor en dos momentos trascendentales de su vida: el destierro en Fuerteventura, por su oposición a la dictadura de Miguel Primo de Rivera; y, doce años después, en octubre del 36, su famosa intervención en el paraninfo de la Universidad de Salamanca.
Manuel Menchón, que se había documentado en esta obra de Jean Claude y Collete Rabaté, creó, con bajo presupuesto, una hermosa película cuyo protagonista hacía tiempo que debía haber salido de los moldes académicos para ser conocido en su dimensión humana e histórica.
Tres años después, la película Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar, con mayores medios, ha contribuido a que el gran público conozca una visión de los últimos meses de la vida de Unamuno, que coincidieron con el golpe militar del 18 de julio del 36 y con el inicio de la guerra civil.
Ese episodio de la vida de Unamuno nos da una idea de la importancia de su figura en la España del primer tercio del siglo XX. Pero solo conociendo su trayectoria vital podemos comprender en toda su dimensión lo que significaron esos meses de verano y otoño de 1936.
Convencer hasta la muerte
Miguel de Unamuno (1864-1936). Convencer hasta la muerte (Galaxia Gutenberg, 2019), de Jean Claude y Collete Rabaté, es una biografía con un carácter más divulgativo, en la que se recogen nuevos datos e investigaciones de la vida y la personalidad de su biografiado.
La figura de Unamuno –con sus contradicciones, su vitalidad desbordante y su anhelo de eternidad– convierte esta biografía en una lectura apasionante, en la que se nos presenta a un intelectual a través de sus testimonios: diarios, artículos, correspondencia e intervenciones públicas.
La narración de Jean Claude y Collete Rabaté sobre los primeros años de Unamuno en Bilbao recuerda el estilo del propio escritor cuando rememoraba con nostalgia aquella parte de su vida. Los bombardeos carlistas de Bilbao en 1874 significaron tanto para él que aparecen a menudo en sus escritos autobiográficos. En esa época empieza a entretenerse confeccionando pajaritas de papel, una afición que no le abandonará nunca.
Sus aspiraciones religiosas lucharán contra las tentaciones carnales en un largo y casto noviazgo con Concha de Lizárraga, a la que conoce desde que eran unos niños. Con dieciséis años comienza sus estudios en Madrid. Al acabar la carrera regresa a Bilbao. Sueña con vivir allí, conseguir una plaza de catedrático y casarse con Concha, pero se da cuenta de que no es capaz de adaptarse a la ciudad. Sus polémicas conferencias y artículos sobre el nacionalismo o la lengua vasca no son bien acogidas por sus conciudadanos.
Quiero tener quien oiga mis discursos
“En los hijos se perpetúa el padre y continúa su vida en la vida de estos”, por eso para Unamuno el estado ideal era el matrimonio y deseaba fundar una familia. Y, como hombre de su tiempo, quería una mujer a su medida, lo que hallará en Concha, “su costumbre”, su “verdadera madre” y la madre de sus ocho hijos:
Quiero tener quien oiga mis discursos y mueva la cabeza en señal de asentimiento, alguien a quien acariciar cuando tenga buen humor, a quien reñir si le tengo malo, con quien comer en la mesa y pasear en el paseo y dormir en la cama, y me parece que nadie mejor para todo esto que una mujer. Quiero echarla de menos si no la tengo delante, desear se marche si se me presenta.
Tras un largo calvario de oposiciones a distintas cátedras de instituto, Unamuno obtiene en 1891 la plaza de catedrático de Griego en la Universidad de Salamanca. Pronto inicia sus colaboraciones en prensa española. Y, gracias a Rubén Darío, comienza a escribir artículos para La Nación de Buenos Aires. También aumentará los ingresos familiares con numerosas traducciones.
En 1894 Unamuno se afilia a la Agrupación Socialista de Bilbao, lo que provocará en Salamanca una campaña contra él, encabezada por la prensa integrista que pretende advertir a los padres del peligro de un catedrático que “puede arrastrar juveniles inteligencias al error, aprisionándolas en las redes del Marxismo”. Pero Unamuno no tarda mucho en sentirse desencantado con el dogmatismo del partido, difícil de congeniar con sus ideas morales y su concepción de la Historia.
En la famosa noche del 21 al 22 de marzo de 1897 le sobreviene una violenta crisis. Le angustia el porvenir, siente un miedo terrible ante la muerte. Concha lo tranquiliza, lo abraza y acaricia diciéndole: “¡Hijo mío!”. Pero sus crisis de fe no le impiden que reaccione ante la política española, y que critique el despropósito del colonialismo y la guerra de Cuba.
El caballero andante de la palabra
En 1900 es nombrado rector de la Universidad de Salamanca y comienza sus giras como “caballero andante de la palabra”, “sembrador de ideas” y “agitador profesional” impartiendo sus “sermones laicos” en conferencias y juegos florales. En febrero de 1905 afirma que España necesita de él: “Estoy satisfecho de haber nacido, y más convencido que nunca de la gran falta que hago en el mundo”. Sin embargo, en 1906, la conferencia fallida en el Teatro de la Zarzuela, con un tono moderado que matiza sus opiniones y su antimilitarismo, decepcionará a sus numerosos seguidores.
Es entonces cuando escribe: “Yo me voy sintiendo antieuropeo. ¿Que ellos inventan cosas? ¡Invéntenlas!”; y hace famosa su idea de que España tiene que imponerse “en el orden espiritual a Europa”; hay que “españolizar a Europa”.
En octubre de 1909 es fusilado Francisco Ferrer, pedagogo anarquista, a quien acusaron de ser el instigador de las revueltas de la Semana Trágica de Barcelona. Todo ello levantó protestas en Europa, América y España. Unamuno calló. En diciembre escribió un duro artículo para La Nación en el que criticaba la labor de Ferrer; y señalaba que no había que ceder a “la golfería europea –anarquistas, masones, judíos, científicos, y majaderos–“ porque “habían declarado a priori inocente a Ferrer”.
Pero en 1917 Unamuno escribe “Confesión de culpa”, un artículo para “descargar su conciencia” en el caso Ferrer. Le sigue repugnando “la obra de incultura (…) de aquel frío energúmeno”; pero reconoce que fue injusto e inquisidor: “Sí, hace años pequé y pequé gravemente contra la santidad de la justicia”.
El cese de Miguel de Unamuno como rector se llega a convertir en un asunto nacional. Ello coincide con el inicio de la Gran Guerra que le permitirá consagrarse como gran intelectual europeo y primer opositor a la monarquía. En 1920 decide presentarse a las elecciones por Bilbao, pero no logra obtener escaño. Por entonces escribe:
Habría de formarse uno, un partido, en torno a mi nombre, y disentiría de él. Por espíritu de herejía. Hereje aun dentro de la herejía. Todo menos el dogma. ¿Y partido? ¡Partido, no, nunca! Siempre entero. ¿Y hay mejor modo de estar entero que quedarse solo?
Manuel Menchón, que se había documentado en esta obra de Jean Claude y Collete Rabaté, creó, con bajo presupuesto, una hermosa película cuyo protagonista hacía tiempo que debía haber salido de los moldes académicos para ser conocido en su dimensión humana e histórica.
Tres años después, la película Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar, con mayores medios, ha contribuido a que el gran público conozca una visión de los últimos meses de la vida de Unamuno, que coincidieron con el golpe militar del 18 de julio del 36 y con el inicio de la guerra civil.
Ese episodio de la vida de Unamuno nos da una idea de la importancia de su figura en la España del primer tercio del siglo XX. Pero solo conociendo su trayectoria vital podemos comprender en toda su dimensión lo que significaron esos meses de verano y otoño de 1936.
Convencer hasta la muerte
Miguel de Unamuno (1864-1936). Convencer hasta la muerte (Galaxia Gutenberg, 2019), de Jean Claude y Collete Rabaté, es una biografía con un carácter más divulgativo, en la que se recogen nuevos datos e investigaciones de la vida y la personalidad de su biografiado.
La figura de Unamuno –con sus contradicciones, su vitalidad desbordante y su anhelo de eternidad– convierte esta biografía en una lectura apasionante, en la que se nos presenta a un intelectual a través de sus testimonios: diarios, artículos, correspondencia e intervenciones públicas.
La narración de Jean Claude y Collete Rabaté sobre los primeros años de Unamuno en Bilbao recuerda el estilo del propio escritor cuando rememoraba con nostalgia aquella parte de su vida. Los bombardeos carlistas de Bilbao en 1874 significaron tanto para él que aparecen a menudo en sus escritos autobiográficos. En esa época empieza a entretenerse confeccionando pajaritas de papel, una afición que no le abandonará nunca.
Sus aspiraciones religiosas lucharán contra las tentaciones carnales en un largo y casto noviazgo con Concha de Lizárraga, a la que conoce desde que eran unos niños. Con dieciséis años comienza sus estudios en Madrid. Al acabar la carrera regresa a Bilbao. Sueña con vivir allí, conseguir una plaza de catedrático y casarse con Concha, pero se da cuenta de que no es capaz de adaptarse a la ciudad. Sus polémicas conferencias y artículos sobre el nacionalismo o la lengua vasca no son bien acogidas por sus conciudadanos.
Quiero tener quien oiga mis discursos
“En los hijos se perpetúa el padre y continúa su vida en la vida de estos”, por eso para Unamuno el estado ideal era el matrimonio y deseaba fundar una familia. Y, como hombre de su tiempo, quería una mujer a su medida, lo que hallará en Concha, “su costumbre”, su “verdadera madre” y la madre de sus ocho hijos:
Quiero tener quien oiga mis discursos y mueva la cabeza en señal de asentimiento, alguien a quien acariciar cuando tenga buen humor, a quien reñir si le tengo malo, con quien comer en la mesa y pasear en el paseo y dormir en la cama, y me parece que nadie mejor para todo esto que una mujer. Quiero echarla de menos si no la tengo delante, desear se marche si se me presenta.
Tras un largo calvario de oposiciones a distintas cátedras de instituto, Unamuno obtiene en 1891 la plaza de catedrático de Griego en la Universidad de Salamanca. Pronto inicia sus colaboraciones en prensa española. Y, gracias a Rubén Darío, comienza a escribir artículos para La Nación de Buenos Aires. También aumentará los ingresos familiares con numerosas traducciones.
En 1894 Unamuno se afilia a la Agrupación Socialista de Bilbao, lo que provocará en Salamanca una campaña contra él, encabezada por la prensa integrista que pretende advertir a los padres del peligro de un catedrático que “puede arrastrar juveniles inteligencias al error, aprisionándolas en las redes del Marxismo”. Pero Unamuno no tarda mucho en sentirse desencantado con el dogmatismo del partido, difícil de congeniar con sus ideas morales y su concepción de la Historia.
En la famosa noche del 21 al 22 de marzo de 1897 le sobreviene una violenta crisis. Le angustia el porvenir, siente un miedo terrible ante la muerte. Concha lo tranquiliza, lo abraza y acaricia diciéndole: “¡Hijo mío!”. Pero sus crisis de fe no le impiden que reaccione ante la política española, y que critique el despropósito del colonialismo y la guerra de Cuba.
El caballero andante de la palabra
En 1900 es nombrado rector de la Universidad de Salamanca y comienza sus giras como “caballero andante de la palabra”, “sembrador de ideas” y “agitador profesional” impartiendo sus “sermones laicos” en conferencias y juegos florales. En febrero de 1905 afirma que España necesita de él: “Estoy satisfecho de haber nacido, y más convencido que nunca de la gran falta que hago en el mundo”. Sin embargo, en 1906, la conferencia fallida en el Teatro de la Zarzuela, con un tono moderado que matiza sus opiniones y su antimilitarismo, decepcionará a sus numerosos seguidores.
Es entonces cuando escribe: “Yo me voy sintiendo antieuropeo. ¿Que ellos inventan cosas? ¡Invéntenlas!”; y hace famosa su idea de que España tiene que imponerse “en el orden espiritual a Europa”; hay que “españolizar a Europa”.
En octubre de 1909 es fusilado Francisco Ferrer, pedagogo anarquista, a quien acusaron de ser el instigador de las revueltas de la Semana Trágica de Barcelona. Todo ello levantó protestas en Europa, América y España. Unamuno calló. En diciembre escribió un duro artículo para La Nación en el que criticaba la labor de Ferrer; y señalaba que no había que ceder a “la golfería europea –anarquistas, masones, judíos, científicos, y majaderos–“ porque “habían declarado a priori inocente a Ferrer”.
Pero en 1917 Unamuno escribe “Confesión de culpa”, un artículo para “descargar su conciencia” en el caso Ferrer. Le sigue repugnando “la obra de incultura (…) de aquel frío energúmeno”; pero reconoce que fue injusto e inquisidor: “Sí, hace años pequé y pequé gravemente contra la santidad de la justicia”.
El cese de Miguel de Unamuno como rector se llega a convertir en un asunto nacional. Ello coincide con el inicio de la Gran Guerra que le permitirá consagrarse como gran intelectual europeo y primer opositor a la monarquía. En 1920 decide presentarse a las elecciones por Bilbao, pero no logra obtener escaño. Por entonces escribe:
Habría de formarse uno, un partido, en torno a mi nombre, y disentiría de él. Por espíritu de herejía. Hereje aun dentro de la herejía. Todo menos el dogma. ¿Y partido? ¡Partido, no, nunca! Siempre entero. ¿Y hay mejor modo de estar entero que quedarse solo?
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Destierro y “autoexilio”
En febrero de 1924 es desterrado a Fuerteventura por Primo de Rivera. Allí permanecerá durante cuatro meses en la “fuerteventurosa isla” donde traba amistad con Ramón Castañeyra y otros vecinos. El recuerdo de la isla lo acompañará siempre. Cuando es rescatado el nueve de julio, Unamuno ya sabía que había sido amnistiado. En Fuerteventura recibe varias visitas como la de Mr. Flitch, su traductor al inglés, y la de una gran admiradora suya, Delfina Molina, que, acompañada de su hija, viaja desde Argentina para conocerlo.
En 1907 Unamuno había recibido la primera de las 65 cartas que Delfina le envió, cada vez en un tono más familiar y amoroso. Muchas de esas cartas quedaron sin abrir. Cuando Delfina Molina lee el relato que Unamuno hace de su visita en Cómo se hace una novela, ella le pide entristecida que no vuelva a mencionarla nunca más. Entre otras cosas, Unamuno había escrito:
¿Pero es que esa pobre mujer de letras, preocupada de su nombre y queriendo acaso unirlo al mío, me quiere más que mi Concha, la madre de mis ocho hijos y mi verdadera madre? (…) Es por lo que me dejó solo en mi isla mientras que la otra, la mujer de letras, la de su novela y no la mía, fue a buscar a mi lado emociones y hasta películas de cine.
Después de un tiempo en París, Unamuno continúa su “autoexilio” en Hendaya. No colabora con la prensa española; solo envía un poema al grupo de poetas del 27 que le habían pedido algún texto para la conmemoración del centenario de Góngora. E insiste en que no volverá a España hasta que no estén “restablecidas por entero todas las garantías constitucionales y suprimida la previa censura”.
Su regreso a España, ya desde que cruza la frontera, será todo un acontecimiento. Y el 13 de febrero de 1930, tiene al fin su entrada triunfal en Salamanca con una muchedumbre que lo espera emocionada. Unamuno se había convertido en el primer opositor a la dictadura y más tarde se enorgullecerá de ser “uno de los que más han contribuido a traer al pueblo español la República, tan mentada y comentada”.
Sin embargo, ya como diputado en las Cortes constituyentes, nunca lo abandona la polémica. La República no es lo que esperaba; reprueba los actos como la quema de los conventos o la disolución de la Compañía de Jesús. Critica el autonomismo, que solo traerá más gastos, más políticos y más funcionariado.
El escritor se siente cansado y triste tras la muerte de su hija Salomé y de Concha. Ya no da conferencias, solo quiere escribir, en su cama: “¡Si pudiera declararme en huelga como monumento nacional!”. Es nombrado rector vitalicio de la Universidad de Salamanca y se crea una cátedra con su nombre.
En 1935, con motivo de la Fiesta de la Raza se lamentará de que el antisemitismo se esté contagiando a España y que se considere a los judíos y a los masones como antiespañoles. Fue sonado también en Salamanca el mitin de José Antonio Primo de Rivera al que Unamuno asistió, después de que aquel lo hubiera visitado en su casa.
Vencer y convencer
Cuando el 19 de julio los sublevados declararon el estado de guerra en Salamanca, Miguel de Unamuno se mostró de acuerdo con la causa de los rebeldes. Pero no podemos juzgar desde nuestra perspectiva los hechos que sucedieron en esos primeros días. No se sabía en qué iba a derivar el golpe de estado, que en un principio, y conforme a las declaraciones de los sublevados, tenía como objetivos restaurar el orden y defender la República.
Unamuno es nombrado concejal del nuevo Ayuntamiento. El reconocido intelectual se convierte en “botín de guerra” para los sublevados y en un traidor para los republicanos. Según las listas que se publicaban para publicitar la causa, Unamuno había contribuido con 5.000 pesetas para subvencionar la guerra de los nacionales. Algo dudoso si se tiene en cuenta que esa cantidad equivalía a seis meses del sueldo de un catedrático y que la situación económica familiar no era buena.
El 22 de agosto, la República destituye a Unamuno como rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, lo que aprovechan los sublevados para nombrarlo rector, con todo lo que conlleva de seguir la tarea de depuración emprendida por la Junta de Defensa Nacional.
A Unamuno le empiezan a llegar enseguida peticiones de ayuda de mujeres que tienen a sus familiares en la cárcel. Probablemente conocía ya la noticia de la muerte de Lorca; y el asesinato del alcalde de Salamanca, Casto Prieto, le dejó impresionado, al igual que la carta que le escribe la esposa de Atilano Coco, pastor de la Iglesia Española Reformada Episcopal.
La celebración del 12 de octubre, día de la Raza, era la primera conmemoración que el bando nacional organizaba. Unamuno, rector de la Universidad presidirá en el paraninfo el acto literario. Como señalan Jean Claude y Collete Rabaté es difícil reconstruir a través de testimonios orales lo que Unamuno dijo realmente. Lo que sí es cierto que en el reverso de la carta de la mujer de Atilano Coco está escrito “vencer y convencer” y que pronunció estas palabras. Los investigadores han tenido acceso a un testimonio escrito de un catedrático de la Universidad de Salamanca y que recogen en su edición crítica de El resentimiento trágico de la vida: notas sobre la revolución y la guerra civil españolas (Pre-Textos, 2019). Millán Astray pronunciaría un “¡Viva la muerte!”, grito habitual en la Legión; se alzó contra los intelectuales pero no es seguro que dijera “¡Muera la inteligencia!”.
Sin embargo lo más significativo de todo fueron los silencios en la prensa, la expulsión de Unamuno de su cargo de concejal, la anulación de su nombramiento como alcalde honorario y su cese como rector. Después de estos acontecimientos apenas sale, vive confinado en su casa, vigilado por un guardia. En sus últimas cartas y en El resentimiento, expresa su horror ante la guerra: “Entre los hunos y los hotros están descuartizando a España”.
Su antiguo alumno, el salmantino Salvador Vila, será trasladado a Granada, de donde era rector de la Universidad, y será fusilado el 23 de octubre; y en diciembre asesinan a Atilano Coco. Unamuno llega a reconocer que son peores las atrocidades de los rebeldes: “Peores los Hotros que los Hunos”. Ahora sabe que Franco “se engañó y nos engañó”. Y escribe con rabia: “Que vengan acá a asesinarme”. Unamuno murió el último día de 1936 y los sublevados se apropiaron de sus honras fúnebres, organizando un entierro falangista.
A lo largo de su vida Unamuno había escrito acerca de todo, había tomado partido en más de una ocasión, y también se había equivocado y había reconocido sus errores. No quería ser un hombre de ideas, de ideas fijas y preconcebidas, que coartan la libertad de pensar. Se vio a sí mismo como el mejor objeto de estudio y de conocimiento. Se considerba un ejemplo de ser humano, donde otros seres humanos podemos contemplarnos como en un espejo que nos devuelve la evidencia de que estamos llenos de contradicciones. Solo que él –solía afirmar– no era un hipócrita, y sabía que el yo es cambiante; porque, como decía Montaigne, somos muchos yoes a lo largo de nuestra vida.
En febrero de 1924 es desterrado a Fuerteventura por Primo de Rivera. Allí permanecerá durante cuatro meses en la “fuerteventurosa isla” donde traba amistad con Ramón Castañeyra y otros vecinos. El recuerdo de la isla lo acompañará siempre. Cuando es rescatado el nueve de julio, Unamuno ya sabía que había sido amnistiado. En Fuerteventura recibe varias visitas como la de Mr. Flitch, su traductor al inglés, y la de una gran admiradora suya, Delfina Molina, que, acompañada de su hija, viaja desde Argentina para conocerlo.
En 1907 Unamuno había recibido la primera de las 65 cartas que Delfina le envió, cada vez en un tono más familiar y amoroso. Muchas de esas cartas quedaron sin abrir. Cuando Delfina Molina lee el relato que Unamuno hace de su visita en Cómo se hace una novela, ella le pide entristecida que no vuelva a mencionarla nunca más. Entre otras cosas, Unamuno había escrito:
¿Pero es que esa pobre mujer de letras, preocupada de su nombre y queriendo acaso unirlo al mío, me quiere más que mi Concha, la madre de mis ocho hijos y mi verdadera madre? (…) Es por lo que me dejó solo en mi isla mientras que la otra, la mujer de letras, la de su novela y no la mía, fue a buscar a mi lado emociones y hasta películas de cine.
Después de un tiempo en París, Unamuno continúa su “autoexilio” en Hendaya. No colabora con la prensa española; solo envía un poema al grupo de poetas del 27 que le habían pedido algún texto para la conmemoración del centenario de Góngora. E insiste en que no volverá a España hasta que no estén “restablecidas por entero todas las garantías constitucionales y suprimida la previa censura”.
Su regreso a España, ya desde que cruza la frontera, será todo un acontecimiento. Y el 13 de febrero de 1930, tiene al fin su entrada triunfal en Salamanca con una muchedumbre que lo espera emocionada. Unamuno se había convertido en el primer opositor a la dictadura y más tarde se enorgullecerá de ser “uno de los que más han contribuido a traer al pueblo español la República, tan mentada y comentada”.
Sin embargo, ya como diputado en las Cortes constituyentes, nunca lo abandona la polémica. La República no es lo que esperaba; reprueba los actos como la quema de los conventos o la disolución de la Compañía de Jesús. Critica el autonomismo, que solo traerá más gastos, más políticos y más funcionariado.
El escritor se siente cansado y triste tras la muerte de su hija Salomé y de Concha. Ya no da conferencias, solo quiere escribir, en su cama: “¡Si pudiera declararme en huelga como monumento nacional!”. Es nombrado rector vitalicio de la Universidad de Salamanca y se crea una cátedra con su nombre.
En 1935, con motivo de la Fiesta de la Raza se lamentará de que el antisemitismo se esté contagiando a España y que se considere a los judíos y a los masones como antiespañoles. Fue sonado también en Salamanca el mitin de José Antonio Primo de Rivera al que Unamuno asistió, después de que aquel lo hubiera visitado en su casa.
Vencer y convencer
Cuando el 19 de julio los sublevados declararon el estado de guerra en Salamanca, Miguel de Unamuno se mostró de acuerdo con la causa de los rebeldes. Pero no podemos juzgar desde nuestra perspectiva los hechos que sucedieron en esos primeros días. No se sabía en qué iba a derivar el golpe de estado, que en un principio, y conforme a las declaraciones de los sublevados, tenía como objetivos restaurar el orden y defender la República.
Unamuno es nombrado concejal del nuevo Ayuntamiento. El reconocido intelectual se convierte en “botín de guerra” para los sublevados y en un traidor para los republicanos. Según las listas que se publicaban para publicitar la causa, Unamuno había contribuido con 5.000 pesetas para subvencionar la guerra de los nacionales. Algo dudoso si se tiene en cuenta que esa cantidad equivalía a seis meses del sueldo de un catedrático y que la situación económica familiar no era buena.
El 22 de agosto, la República destituye a Unamuno como rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, lo que aprovechan los sublevados para nombrarlo rector, con todo lo que conlleva de seguir la tarea de depuración emprendida por la Junta de Defensa Nacional.
A Unamuno le empiezan a llegar enseguida peticiones de ayuda de mujeres que tienen a sus familiares en la cárcel. Probablemente conocía ya la noticia de la muerte de Lorca; y el asesinato del alcalde de Salamanca, Casto Prieto, le dejó impresionado, al igual que la carta que le escribe la esposa de Atilano Coco, pastor de la Iglesia Española Reformada Episcopal.
La celebración del 12 de octubre, día de la Raza, era la primera conmemoración que el bando nacional organizaba. Unamuno, rector de la Universidad presidirá en el paraninfo el acto literario. Como señalan Jean Claude y Collete Rabaté es difícil reconstruir a través de testimonios orales lo que Unamuno dijo realmente. Lo que sí es cierto que en el reverso de la carta de la mujer de Atilano Coco está escrito “vencer y convencer” y que pronunció estas palabras. Los investigadores han tenido acceso a un testimonio escrito de un catedrático de la Universidad de Salamanca y que recogen en su edición crítica de El resentimiento trágico de la vida: notas sobre la revolución y la guerra civil españolas (Pre-Textos, 2019). Millán Astray pronunciaría un “¡Viva la muerte!”, grito habitual en la Legión; se alzó contra los intelectuales pero no es seguro que dijera “¡Muera la inteligencia!”.
Sin embargo lo más significativo de todo fueron los silencios en la prensa, la expulsión de Unamuno de su cargo de concejal, la anulación de su nombramiento como alcalde honorario y su cese como rector. Después de estos acontecimientos apenas sale, vive confinado en su casa, vigilado por un guardia. En sus últimas cartas y en El resentimiento, expresa su horror ante la guerra: “Entre los hunos y los hotros están descuartizando a España”.
Su antiguo alumno, el salmantino Salvador Vila, será trasladado a Granada, de donde era rector de la Universidad, y será fusilado el 23 de octubre; y en diciembre asesinan a Atilano Coco. Unamuno llega a reconocer que son peores las atrocidades de los rebeldes: “Peores los Hotros que los Hunos”. Ahora sabe que Franco “se engañó y nos engañó”. Y escribe con rabia: “Que vengan acá a asesinarme”. Unamuno murió el último día de 1936 y los sublevados se apropiaron de sus honras fúnebres, organizando un entierro falangista.
A lo largo de su vida Unamuno había escrito acerca de todo, había tomado partido en más de una ocasión, y también se había equivocado y había reconocido sus errores. No quería ser un hombre de ideas, de ideas fijas y preconcebidas, que coartan la libertad de pensar. Se vio a sí mismo como el mejor objeto de estudio y de conocimiento. Se considerba un ejemplo de ser humano, donde otros seres humanos podemos contemplarnos como en un espejo que nos devuelve la evidencia de que estamos llenos de contradicciones. Solo que él –solía afirmar– no era un hipócrita, y sabía que el yo es cambiante; porque, como decía Montaigne, somos muchos yoes a lo largo de nuestra vida.