“Antes de desaparecer”, de Laura Giordani: una manera de ampararse

La autora argentina publica su último poemario con la editorial Tigres de Papel


Laura Giordani (Argentina, 1965) ha publicado recientemente con la editorial Tigres de Papel “Antes de desaparecer”, un poemario que constituye un entramado; en el que hay relato y está lo que sub-vive debajo de lo escrito. En este libro hay memoria, pero también se da cuenta del presente. Y se concibe la poesía como necesitada de los otros; como una de las “maneras de ampararse”. Por Luz Pichel.




Conocí personalmente a Laura Giordani en noviembre de 2013, en el Festival de poesía para náufragos que se celebra cada año en la ciudad de Cuenca. Que esta ciudad hace poesía lo sabemos, que hace frío en noviembre también.

Hacía frío, mucho frío, paseamos, quisimos visitar museos, conversamos como si se tratara de un encuentro entre viejas conocidas. Quizás lo éramos, lo somos. Luego me pasó su nuevo libro, Antes de desaparecer (Tigres de papel, 2014), y me pidió que la acompañara en su presentación en Madrid.

La recepción de un libro aún no editado es un regalo envuelto en confianza y su lectura tiene un algo de cosa clandestina. Así lo leí yo, con esa conciencia íntima de casi clandestinidad y calorcito. Me puedo equivocar, la cercanía puede dar error pero es muy reconfortante leer un libro así, tan de cerca, desde la nostalgia del frío compartido.

Sé desde el frío de Cuenca que hay hilos invisibles que conectan a algunas personas como los hilos que conectan el tejido de un libro. Esto es al revés de lo que pasa con el hacha que tronza en dos

La poesía de Laura Giordani es generosa como ella, genera poesía, la convoca, la cita, la provoca, la atrae. No es fácil conocer el secreto del encantamiento. No es fácil la poesía de Laura, pero es fácil. Es dulce –y alimenta- esa manera dulce suya de ser dura y guerrera, los caminos que abre, lo que alumbra, lo que regala, lo que asombra.

Tiro de alguno de los hilos:

Memoria: del pasado, pero también del presente o de lo por venir.
Infancia: no sólo infancia niña, pero inocencia de las edades.
Naturaleza: sauce, caracol o niña.
Lenguaje y poesía: la voz, el género, la imagen, la razón de ser/el sentido.

Historia (inseparable de memoria, de infancia, de Naturaleza; condicionando la razón, el sentido y la elección de la voz). Y aquí el peso, la carga, el monstruo y lo ángel, lo local y el camino. El pensamiento.

Las cinco partes del libro seleccionan el color pero se dejan atravesar por los otros hilos Todo se muestra entramado y en-trama, como resultado y como proceso. Hay relato a la vista y está lo que sub-vive debajo de lo escrito (nada muerto, nada sub-yace).

Está lo que el poema dice y lo que el poema hace en la autora y en el lector. Aquí pasan cosas. Y entre todo ello, coherencia, la de la honestidad del que se propone antes de desaparecer decirlo. Necesidad de contar. Es esa necesidad o incluso inevitabilidad lo que explica ese uso sintáctico del infinitivo que llama la atención por la insistencia.

La savia del poema
circula
por nervaduras invisibles:
en lo sumergido,
su fuerza.
Enterrar palabras,
sepultura sin tregua
para decir lo que nunca
puede decirse del todo.
Luego
desenterrarlas,
profanar esas tumbas,
ver qué hizo "el barro"
con ellas.


Son importantes los contornos, es importante la materia. También la materialidad de la lengua que se usa, y la de los poemas, sus cuerpos. A la memoria, a la infancia, a los espacios desde donde se quiere decir, desde donde se siente el deber de decir y hasta denunciar, se llega con las manos, a través del tacto, hurgando en las fotos arrugadas, en el fondo de los cajones y hasta en su doble fondo.

Así es como se cocina bien, teniendo todo a mano, los relatos ya casi antiguos, tan vivos, hacerlos regresar. Recordar en este libro es revivir. De aquel espacio-tiempo no se podría una ir más que cerrando la casa y emigrándose. Afectos, infancia, pérdidas, palabras que pesan como pesa desaparecer.

La bandera es ese trapo
que no se sabe por qué duele.

El cuerpo en la memoria

El cuerpo en la memoria es una niña asomada a los ojos de los mayores, de las mayores que cambian flores, madres que visitan ritualmente cementerios o que esperan regresos imposibles, que resisten. Madres que fueron hijas y que en un después pasan a ser abuelas, o libros, relatan con ternura y balbuceo, desde una segunda infancia, desde la infancia futura a la que también se llega por la memoria y por el tacto.

Porque este canto a la memoria no se queda en el pasado, le importa también dar cuenta del presente; la mirada se conserva, es la misma; la mirada, en un más tarde, seguirá siendo la misma. El lugar desde el que se mira, en cierto modo, también será el mismo. Y sin embargo desde ahí, desde esa luz, recibir lo que desconozco. No pararse, no quedarse en el pasado, la memoria no es para eso, revivir es nutrirse.

Laura Giordani quiere que su poesía comunique, es la consecuencia lógica de la necesidad o imposición vital, ética y hasta política de contar. Por eso la autora es muy consciente de que ha de tomar decisiones relativas al cómo del relato. Nos cuenta esas decisiones, y no son nunca banales. Estamos ante una poesía clara. Clara y difícil, aquel frío en el cielo clarísimo de Cuenca no era fácil; cuestas, empedrados, arquitectura. Hay toda una preceptiva en este libro, los consejos que una poética exigente le da a la autora.

La mujer que mira desde los ojos de la niña conoció muy bien las voces del silencio, la importancia de lo que se dice en voz baja, la importancia de lo que se dice temblando, de lo que se vive temblando, de lo que se quiere que diga el péndulo temblando sobre una fotografía (la imagen es de Laura Giordani).

La importancia de lo que las lenguas se dejan en los márgenes, o entre líneas, de lo que es invisible y nos sostiene, de lo que es pequeñito y nos sostiene, un café, un tango, un cuenquito de caldo en la barra de un bar de Cuenca. Balbuceo, silencio, im/propiedad en todos sus sentidos, lengua del común, de lo común, lengua crecida en las cunetas del lenguaje, como el espacio que se cuenta, vida en los estribos de la ciudad, barrio de las latas, allí donde termina el pavimento. Poema en prosa, poema-relato a veces, poema-poema.

La claridad es engañosa. A saber qué oscuros cielos se ocultan detrás de aquel azul del cielo de Cuenca. Pero en este libro no existe la más mínima trampa, la dificultad procede del misterio. No hay engaño en la voz de la niña, ni en la voz del sauce que reza, ni en la del algarrobo que atraía a los suicidas, ni en el llanto de la perrita collie, madre de mayo que vio como ahogaban a sus cachorros de raza impura.

Estoy recogiendo imágenes de Laura. Una hoja de árbol es una mano y podemos leer su nervios; es la fragilidad pero soporta el verano. La fragilidad como soporte, lo blando, lo diminuto, hierbita, caracol o infancia.

Fragilidad de todo.
Cuidarlo.


Y para ser así, para escribir así y desde ahí, y desde allá, bajar al corazón de los que van con una. El yo no dice yo, mira, toca, escucha y entiende poquitito, intuye. Quizás cuando sea mayor. El yo no está sino en ese nosotros siempre compañero, derrotado de antemano, desterrado siempre. Los pronombres viajan con el tiempo, La poesía es altricial, dice, necesita ser alimentada por los otros. Hay un verso en un poema de Laura que lo resume casi todo. Es un versofinal, versopalabra, un versoprograma, poema, postdata. Quiero terminar estas palabras con ese verso. Dice así : Ampararnos.



Martes, 18 de Marzo 2014
Luz Pichel
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