Aliento de vida, Espíritu creador, en Denis Edwards

El teólogo australiano hace una interpretación cristiana del proceso evolutivo descrito por la ciencia


‘Aliento de vida. Una teología del Espíritu creador’, del teólogo australiano Denis Edwards (Editorial Verbo Divino, 2008), es un libro de teología escrito con sensibilidad científica. En él, Edwards describe cómo actúa la acción divina del Espíritu creador en el universo, colaborando con la naturaleza. El libro, escrito desde la doble perspectiva de la tradición teológica cristiana y de la cultura científica actual, es una visión o interpretación cristiana del proceso evolutivo descrito por la ciencia. Por Javier Leach.


Javier Leach
05/06/2013

Para la teología cristiana, Dios es creador del universo. Ahora bien, la forma de la creación es la que describe la ciencia como proceso evolutivo. Una de las grandes cuestiones que se planteó siempre la teología cristiana, ya desde la misma teología inicial de los santos padres, fue la de entender cómo Dios creó el universo, desde su propia ontología o modo de ser divino, que era en último término la esencia de la Trinidad.

Para la idea cristiana de Dios como Trinidad de Personas divinas, el Padre el creador y fundamento del universo, el Verbo o Sabiduría divina establecía el logos o forma de la creación, y el Espíritu Santo creaba la unidad y vinculación de todo en el Amor trinitario. Esta imagen de la Trinidad fue vista en la teología de los santos padres como agente de la creación de un universo que no sólo nace en un instante creador sino que se mantiene en la creación y en el ser por una creación continua que muestra la presencia de la Trinidad en todo tiempo y lugar de la historia natural y humana del universo.

La obra del teólogo australiano Denis Edwards describe cómo la teología cristiana entiende esta presencia continua de Dios, del aliento de vida divina, desde los comienzos naturales del universo físico hasta la culminación de la historia humana en la persona de Cristo. Es una visión desde la fe, pero que lee la imagen de la historia del universo descrita por la ciencia moderna.

La acción del Espíritu, en un universo plural, evolutivo y unitario a la vez

Edwards describe al universo como una realidad una y plural a la vez. No se trata de una unidad y pluralidad de entes abstractos arbitrarios sino de realidades concretas detalladas por los procesos objetivos que describe la ciencia. El ‘Aliento de vida’ es una manifestación del Espíritu y la creación realiza la comunión interna dentro de la multiplicidad plural de entes que componen el universo.

La emergencia de la progresiva complejidad de la naturaleza, a través de procesos evolutivos cada vez más complejos descritos por la ciencia, desvela a la vez la pluralidad y la unidad interna que hay entre los distintos niveles de organización de los entes que componen el universo. Ya desde el principio, la ontología del universo es una ontología en que flota la presencia divina que le confiere el ser y la vida que emerge.

El ‘Aliento de vida’ es, pues, una reflexión teológica sobre la acción del Espíritu en un mundo cuya evolución conocemos cada vez mejor gracias a la aportación de la ciencia. El libro recorre la historia del Espíritu en cuatro círculos concéntricos.

En la primera parte del libro Denis Edwards recorre el primer círculo construyendo la base de su teología del Espíritu sobre dos pilares: La historia científica del universo y teología de los Padres de la Iglesia, y en particular la teología de San Basilio. En la segunda parte narra la historia del universo desde la acción del Espíritu. En la tercera parte desarrolla algunos conceptos teológicos que ayudan a explicar la acción del Espíritu creador.

Edwards usa los epítetos de comadrona y compañera para describir con viveza la acción del Espíritu acompañando la creación del universo en todas sus dimensiones. La cuarta parte, y última, del libro comienza incorporando las tradiciones católicas y ortodoxas en el estudio de la relación del Espíritu con la Palabra. Termina con una visión actual y viva del discernimiento en la vida cristiana como pedagogía del seguimiento de la Palabra de Dios en nuestras acciones.

En esta última parte hace también una referencia especial a las reglas de discernimiento de los ejercicios ignacianos. A continuación recorreré con unas cuantas pinceladas que describen estos círculos del relato de Denis Edwards.

Primera Parte: La evolución científica del universo y la doctrina del Espíritu

Los seres humanos son hijos del universo. Rastreando la evolución científica del universo, Edwards muestra de un modo sorprendentemente inspirado las interconexiones que hay entre elementos distintos de la realidad global tal como está descrita actualmente por la ciencia.

Los seres vivientes y nosotros, los seres humanos, estamos directamente conectados con el origen mismo del universo a través, por ejemplo, de los átomos de hidrógeno presentes en todas las células de nuestro cuerpo. En este sentido concreto, de la presencia universal de los mismos elementos materiales, Edwards afirma que todos nosotros somos hijos del universo.

El Espíritu creador y la cosmología contemporánea

El teólogo Denis Edwards narra la acción del Espíritu creador desde el primer segundo de existencia del universo observable. Edwards ofrece una visión de la creación en la que las perspectivas que aportan la ciencia contemporánea y la fe se retroalimentan. Por una parte, la ciencia evolutiva contemporánea le ayuda a Edwards a describir la acción del Espíritu creador. Al mismo tiempo, y por otra parte, la fe en el Espíritu creador aporta unidad ecológica a la globalidad de la naturaleza y unidad de sentido a la comunidad humana.

La astrofísica, la biología, la genética evolutiva… contribuyen actualmente a la creación de una imagen cada vez más completa y concreta del proceso de la evolución del universo, iniciado hace ya 14.000 millones de años. Cada vez conocemos con mayor precisión y con más detalle lo que ocurrió en las distintas etapas de ese proceso en el que sucesivamente aparecieron las galaxias, las estrellas, los planetas, la vida y los seres humanos.

La historia evolutiva del universo, descrita de un modo concreto y positivo por la ciencia, es la gran trama sobre la que se manifiesta el proceso espiritual descrito por el teólogo Denis Edwards. Los datos científicos no son ajenos a este proceso. Cuando el universo contaba sólo con 300.000 años se formaron los primeros átomos estables de hidrógeno y helio. Actualmente, los astrónomos observan galaxias que están a 12.000 millones de años luz y que nos envían valiosa información generada en las primeras etapas de la evolución del universo.

Hace unos 4.600 millones de años nació nuestro sol en la galaxia Vía Láctea. Más tarde, hace 3.800 millones de años apareció la vida en la tierra. Hace sólo unos 2.700 millones de años aparecieron las primeras células eucariotas, que se caracterizan por poseer un núcleo rodeado por una membrana que contiene cromosomas individuales. Hace unos dos millones de años aparecieron el Homo rudolfensis y el Homo erectus. Datados hace unos 150.000 años tenemos los primeros restos del Homo sapiens, que apareció en África como una evolución del Homo erectus.

Pero la presencia del Espíritu no empieza en Pentecostés, podemos rastrearla ya desde el origen del universo. Denis Edwards es teólogo y científico creyente y el libro Aliento de Vida, responde a su necesidad de elaborar, desde su fe en la presencia del Espíritu, una nueva visión evolutiva del cosmos y de la naturaleza. Denis desarrolla una nueva teología holística del Espíritu que no comienza en el Pentecostés cristiano, sino en el origen del universo hace 14.000 millones de años. Dios, la Trinidad de Peronas divinas, han estado presentes en todos y cada uno de los momentos de la historia del cosmos.

La teología del Espíritu en los Padres de la Iglesia

El libro de Denis Edwards, Aliento de Vida, retrotrae el punto de partida de la teología del Espíritu, a los escritos de los Padres, y, entre ellos especialmente a los escritos de San Basilio de Cesarea (330-379 d.C.), antes de la milenaria división entre las Iglesias de Oriente y Occidente.

El Espíritu es la unidad en comunión de la realidad trinitaria de Dios. Dios nace de la ontología divina y esta unidad trinitaria se manifiesta en toda la creación desde su mismo origen. En su explicación teológica Denis Edwards parte de las controversias a través de las cuales el cristianismo primitivo inició el desarrollo de la doctrina del Espíritu. A partir de la obra de San Basilio, Edwards plantea una teología actual del Espíritu como unidad en comunión.

El ‘Aliento de vida’ que mora en cada creatura, la capacita para compartir la existencia y la vida que provienen del Espíritu, y que en último término provienen de la comunidad divina. Esa comunión es personal pero de un modo que trasciende lo humano, como el viento que sopla donde quiere.

La unidad física del cosmos, que es en el fondo la unidad divina trinitaria, se extiende a la comunión humana sociológica y a la comunión global ecológica. La teología del Espíritu de Basilio tiene efectos prácticos que van en dos direcciones. En una dirección lleva a una visión social de la humanidad auténticamente comunitaria y en la otra dirección lleva a una visión ecológica de la creación como unión diferenciada de creaturas interrelacionadas. La visión ecológica de la creación lleva a Edwards a extender el ‘Aliento de vida’ del Espíritu hasta el mismo origen del universo.

Segunda parte: La Historia del Espíritu

A partir del planteamiento inicial del libro del Espíritu como fuerza impulsora de la vida del universo, Edwards narra la historia del Espíritu en cuatro capítulos. Es una historia del Espíritu narrada desde abajo, desde lo creado y particularmente desde el ser humano. La presencia del Espíritu en Cristo es el momento central de esta historia.

La manifestación de la relación entre Cristo (la Palabra) y el Espíritu es el hecho central del proceso de evolución del universo. Proceso que comienza con la creación, sigue con la acción del Espíritu en la historia de los hombres, continúa con la acción del Espíritu en Jesucristo y termina con la acción del Espíritu en la vida de la Iglesia.

La creación

Edwards se hace la pregunta: ¿Se puede ser científico y creer en la acción del Espíritu en la creación? Esta pregunta le recuerda otra pregunta que formula Stephen Hawking al final de su libro ‘Historia del Tiempo’. Hawking se pregunta, ¿qué es lo que insufla fuego a las ecuaciones y crea un universo que pueda ser descrito por ellas? Con esta pregunta de Hawking se enfrenta todo científico que reflexiona seriamente sobre su actividad como científico.

Para Edwards es el Espíritu creador quien insufla el fuego. Edwards entiende la acción del Espíritu como actividad creativa de un mundo en proceso. Mundo que por su parte tiene identidad y autonomía propias. No debe de entenderse que la acción del Espíritu en la creación se realiza siguiendo un proceso predeterminado o ‘de diseño’ cerrado sino mediante procesos abiertos y dinámicos. El Espíritu sopla donde quiere (Jn 3,8). La Biblia pone ante nuestros ojos la imagen del Espíritu como el Aliento de Dios que insufla vida en el polvo de la Tierra para que se transforme en un ser vivo (Gen 2,7)

Puede hablarse, pues, de una historia de la teología del Espíritu en la creación. Las comunidades neotestamentarias ya comprendieron que este Espíritu, que en el Génesis y los profetas insuflaba vida en las creaturas, era el mismo Espíritu que cubrió a María en la concepción de Jesús (Mt 1,18, Lc 1,35), que ungió a Jesús en el bautismo (Mc 1,10) y que se derramó sobre la comunidad cristiana en Pentecostés (Hch 2,4).
Pero la elaboración de la teología de la acción del Espíritu en la creación tuvo un comienzo muy lento. Durante los siglos segundo y tercero hubo pocos intentos de desarrollar una teología explícita del Espíritu, y se ponía todavía menos énfasis en la obra del Espíritu en la creación.

Ireneo de Lyon, uno de los padres de la Iglesia del siglo II, pone los cimientos de una teología más equilibrada sobre la acción conjunto de la Palabra (Cristo) y del Espíritu en la creación. Desafortunadamente el gran teólogo alejandrino Orígenes (ca.185-254) nos ayuda menos a comprender la acción del Espíritu desde una perspectiva global que incluya toda la creación.

Orígenes habla de las obras del Espíritu en la santificación humana, pero excluye un tratamiento explícito de la acción del Espíritu Santo en la creación de los seres no humanos. Atanasio (ca. 296-377) es un testimonio importante de una teología más fuerte del Espíritu.

Basilio de Cesarea (ca. 330-379) habla directamente de la acción del espíritu en la creación. Nos dice que las personas divinas actúan en comunión o koinonía cuando crean. Basilio asume una antigua cosmovisión, según la cual tanto los ángeles como los humanos aparecen al principio de la historia de la creación. Actualmente debemos preguntarnos de nuevo, desde nuestro nuevo conocimientos cosmológicos: Hace 14.000 millones de años, antes de la aparición de los humanos, ¿cuál fue el papel del Espíritu en la creación del universo?

La Palabra (Cristo) y el Espíritu actúan conjuntamente en la creación. Edwards considera, inspirado en Ireneo, que la Palabra y el Espíritu, son las dos manos de Dios recíprocamente interrelacionadas en el gran acto único de la creación continua, con Atanasio, piensa en Dios como el creador por medio de la Palabra y del Espíritu. Con Basilio ve al Espíritu siempre en comunión con la Trinidad, morando en todas las creaturas del universo y capacitándolas para existir desde la comunión divina.

La auto-trascendencia activa de Rahner

Edwards cita al teólogo Karl Rahner que, con su teoría de la auto-trascendencia activa, ha aportado una contribución importante a una teología de la creación revisada desde la ciencia actual. Rahner concibe al Dios bíblico como el Futuro Absoluto. Cuando Rahner habla del Futuro Absoluto se refiere no sólo al futuro de los seres humanos sino a toda la creación.

En el proceso de la evolución podemos encontrar momentos en los que emerge algo que llega a ser radicalmente nuevo. Rahner llama ’autotrascendencia activa’ al proceso por el cual Dios da a la misma creación la potencia para producir algo radicalmente nuevo. Es una propiedad que posee la propia naturaleza, por eso la naturaleza posee su propia autonomía y su propia explicación a nivel científico. A un nivel teológico, más profundo, es Dios quien capacita y potencia a ese ser para llegar a ser más.

Dios actúa, pues, desde el interior de las creaturas. En la concepción de Rahner Dios no es pensado como interviniendo desde el exterior. Dios potencia desde dentro el proceso de la creación continua, dándole constantemente la capacidad de auto-transcenderse a ella misma y llegar a ser más de lo que era.

Sin embargo, para Edwards la formulación de Rahner necesita de una articulación ulterior añadiéndole la dimensión trinitaria. La formulación de Rahner necesita incorporar la teología del Espíritu de Dios. Edwards nos recuerda que es el Espíritu, que habita en las criaturas, quien las capacita no solamente para existir sino también para llegar a ser algo nuevo.

El Espíritu, en términos bíblicos, insufla vida en un universo de creaturas. El Espíritu actúa junto con la Palabra como fuente de lo nuevo en un universo emergente. De este modo Edwards entiende la creación como una comunión entre el creador y las creaturas.

La acción del Espíritu en la historia humana

El segundo capítulo de la historia de la acción del Espíritu está dedicado a la acción del Espíritu en la historia humana. Para muchos cristianos la tarea salvífica del Espíritu comienza con la venida de Cristo. Edwards muestra que podemos concebir la tarea del Espíritu Santo en y por Cristo, previa a la venida histórica de Cristo.

La historia del Espíritu, que empieza con la creación, continúa en la historia humana con la historia de la gracia cristiana, del don cristiano. Aunque, junto con esta historia de gracia, también existe una historia de rechazo de la misma gracia por los humanos.
En esta acción del Espíritu en la historia humana Edwards pone especial atención en la presencia del Espíritu en las religiones no cristianas y en la importancia que tiene esta presencia para el diálogo interreligioso.

Edwards entiende que el diálogo interreligioso debería de respetar la alteridad e integridad de los interlocutores. Debido a la presencia y la acción del Espíritu Santo, el cristianismo está comprometido con la posibilidad real de que el Espíritu de Dios actúe por un nuevo camino, desde la alteridad de otra tradición religiosa. Para Edwards, si Jesús es entendido como la Sabiduría de Dios, otras personas, textos y tradiciones religiosas también pueden ser entendidas como expresiones auténticas de esa misma Sabiduría.

¿Cómo se hace el Espíritu presente en el mundo? Edwards, siguiendo a Karl Rahner, integra la experiencia del Espíritu con la experiencia del mundo. Podemos decir que experimentar el Espíritu es concomitante con un modo de experimentar el mundo. No podemos separar la experiencia del Espíritu de nuestra experiencia del mundo.

¿Cómo sabemos que estamos experimentando el Espíritu? ¿Cómo sabemos que no nos estamos engañando? Como veremos más adelante el penúltimo capítulo del libro está dedicado al discernimiento de los engaños y a la búsqueda discernida del Espíritu.

La acción del Espíritu en Jesucristo

La presencia del Espíritu en Jesús está constantemente presente en los escritos del Nuevo Testamento. Los relatos del Nuevo Testamento Edwards narran la acción del Espíritu por la que Jesús de Nazaret es constituido Hijo de Dios y eterna Sabiduría de Dios. Edwards recorre los evangelios y muestra cómo en cada uno de ellos la acción del Espíritu en Jesús de Nazaret se manifiesta de un modo especial.

Marcos resalta el hecho de que Jesús es la persona sobre la que desciende el Espíritu Santo. Mateo nos trasmite Anunciación de María en la que se realiza la concepción de Jesús del Espíritu. Por otra parte, mientras que Lucas y los Hechos resaltan el hecho de Jesús como el ungido con el Espíritu Santo, para Juan Jesús es aquel en quien el Espíritu descansa

Jesús es ungido como Sabiduría de Dios. Sabiduría de Dios es el nombre preferido por Edwards para designar la identidad divina de Jesús. Edwards recorre varios enunciados o tesis fundamentales sobre las que gira su propia teología trinitaria. Es, la de Edwards, una cristología que procede desde abajo, desde la realidad histórica de Jesús de Nazaret, ungido por el Espíritu.

El mismo Espíritu que es ‘Aliento de vida’ que propicia la emergencia del universo, y que abraza a los seres humanos a través de a historia, unge a Jesús de Nazaret y descansa en Él. Edwards describe la vida, muerte y exaltación de Jesús como una historia del Espíritu. Es el Espíritu el que transforma la negatividad de la cruz en un acontecimiento de liberación.

La acción del Espíritu en la Iglesia

Edwards propone en su libro que la Iglesia occidental necesita una reorientación radical hacia el Espíritu, en la teoría y en la práctica. Esta reorientación la busca Edwards desde la comunión entre sus miembros que se sigue de la reciprocidad entre la Palabra (Cristo) y el Espíritu. Como frutos concretos y prácticos de esa reciprocidad Edwards propone la comunión entre las Iglesias locales y la Iglesia universal y la comunión entre los sínodos eclesiales y el ministerio ordenado.

Debe darse, por tanto, una comunión entre Iglesia local e Iglesia universal. Edwards es un teólogo católico y entiende que la comunión entre las iglesias locales y la Iglesia universal se sigue del hecho de que la unión entre las iglesias es un fruto del Espíritu.

De esta comunión en el Espíritu saca Edwards consecuencias para la actividad ecuménica de las Iglesias. Citando a Walter Kasper, Edwards dice que ‘los compañeros ecuménicos solamente pueden contemplar la comunión plena con la Iglesia Católica Romana si queda claro que la unidad en comunión no significa suprimir las iglesias individuales con sus tradiciones particulares, sino garantizarles un espacio de libertad legítima’.

Debe darse también una comunión entre los sínodos eclesiales y el ministerio ordenado. Esta es la segunda consecuencia práctica que Edwards saca del equilibrio entre la Palabra y el Espíritu. El término sínodo proviene del griego y significa ‘camino común’.

Se refiere a toda la comunidad de discípulos que sigue el camino de Jesús. La teología de la Iglesia, entendida como comunión, no se opone al ministerio ordenado, sino que está íntimamente relacionado con él. El obispo está llamado a ser un agente y un signo de unión dentro de la iglesia local y a representarla ante las otras iglesias locales.

Tercera parte: Teología del Espíritu creador

En la tercera parte del libro Edwards desarrolla algunos conceptos teológicos propios para describir la teología del Espíritu creador. Entre esos conceptos cabe destacar el carácter personal y entrañable del Espíritu, que actúa junto con las otras personas de la Trinidad, como “comadrona” que acompaña el acto de la creación, entendido ese acto de creación como la aparición emergente de un Universo que evoluciona en el tiempo en relación con su creador.

El Espíritu comadrona y compañera

El universo es un proceso inacabado. Edwards desarrolla una teología actual del Espíritu desde la imagen del universo aportada por la ciencia actual. El Universo en evolución tiene la característica de estar inacabado. No es todavía lo que puede llegar a ser. La ciencia describe un Universo en la mitad de un proceso.

¿Tenemos una idea de su totalidad? Edwards cita al teólogo Ted Peters cuando dice que ‘en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo vislumbramos el propósito de Dios para la creación inacabada. En Cristo vemos algo de la finalidad de Dios para la creación inacabada’.

El Espíritu aparece así como comadrona del Universo. Edwards compara el Espíritu con la comadrona que ayuda a la creación en sus penalidades de dar a luz lo nuevo. Pero el Espíritu Santo es, para Edwards, más que una comadrona que ayuda desde fuera, ‘porque el Espíritu también otorga potencia a la creación desde dentro, de forma misteriosa. El Espíritu trabaja paciente y amorosamente en cada aspecto de la naturaleza como potencia de futuro, capacitando a la creación para alumbrar un futuro que está más allá de la imaginación humana’.

El Espíritu es también compañero del Universo. El Espíritu no es una potencia impersonal que garantiza el futuro. El Espíritu es la misma presencia personal de Dios. No es una mera comadrona que ayuda a dar a luz. Es también fiel compañera de todas las creaturas, que acompaña a cada una de ellas con amor, se deleita en cada una, sufre con cada una, y promete a cada una su futuro en Dios.

El papel del Espíritu en la creación

La Trinidad actúa en la creación como unidad indivisa, aunque esta unidad indivisa puede comportar un papel propio del Espíritu en la creación. Un punto de partida para una teología del papel propio de Espíritu en la creación puede hallarse en teologías recientes que defienden papeles propios de las personas divinas en la encarnación y en Pentecostés (Rahner y Congar).

La creación es una relación entre cada creatura y la Trinidad. Es una relación única y plural a la vez, en la que lo que es propio de cada persona divina entra en juego en la terea única de la creación divina. Lo propio del Espíritu de Dios es la inefable cercanía de Dios. El papel del Espíritu es acercar a Dios a la creación.

El universo evoluciona en su relación con Dios. Edwards nos presenta una forma particular de panenteísmo. Es en un panenteísmo trinitario y es también un panenteísmo que insiste en entender a Dios como totalmente diferente de las creaturas y, precisamente por serlo, como radicalmente interior a ellas. El panenteísmo de Edwards entiende la imagen espacial de-todas-las-cosas-en-Dios como una analogía apropiada aunque limitada.

Edwards concibe al Creador capacitando a las creaturas para que tengan autonomía e integridad propia. Ve a la creación como un acto libre de autolimitación divina, como una relación que tiene un impacto no sólo sobre las creaturas sino también sobre el Creador. El panenteísmo de Edwards recoge el holismo de la ciencia actual y la teología de la omnipresencia divina.

Cuarta Parte: La procesión del Espíritu y el Discernimiento

En la cuarta parte Edwards concreta su visión de la acción del Espíritu desde la teología y desde la vida interna de los cristianos. Desde la teología nos describe su visión de la procesión trinitaria del Espíritu. Desde la vida interna de los cristianos nos da su visión del discernimiento basándose en la tradición cristiana.

La procesión del Espíritu

La teología oriental contiene una fuerte tradición de relaciones recíprocas entre Palabra y Espíritu. Edwards recuerda la teología del Espíritu de Basilio y mismo tiempo incorpora lo que considera las ideas centrales de Agustín. La Palabra es divina por completo y está implicada por completo en el proceso del Espíritu al mismo tiempo que la acción del Espíritu necesita ser distinguida de la Palabra.

Dios, Madre y Padre a la vez, es fuente de la Palabra y de Espíritu en una comunión de igualdad y mutualidad radicales. Esta unión entre la Palabra y el Espíritu se manifiesta en el hecho de que la Palabra está plenamente implicada en la procesión del Espíritu, ya que el Espíritu procede de la Fuente de Todo a través de la Palabra. La Palabra y el Espíritu coexisten eternamente y están recíprocamente relacionados en la vida eterna de Dios. Apoyado en estas mutuas interrelaciones de Dios, Madre y Padre, con la Palabra y le Espíritu, Edwards afirma que las relaciones trinitarias no legitiman el patriarcado, sino que apoyan la diversidad en comunión.

Discernimiento del Espíritu

Por último nos habla Edwards del discernimiento del Espíritu como la actividad concreta por la que el cristiano orienta su vida en el seguimiento de Jesús. Según la tradición cristiana, el discernimiento tiene una dimensión cognitiva de la acción del Espíritu realizada a través de movimientos interiores.

Comentando las reglas del discernimiento del libro de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, nos habla Edwards del discernimiento como descubrimiento de la dirección hacia la que conducen los movimientos interiores de consolación y desolación. Nos recuerda la regla clásica de que en tiempo de desolación no conviene hacer mudanza, aunque también recuerda que la desolación puede ser momento de gracia mientras que la consolación puede ser obra del mal.

Comenta también Edwards que cuando estamos atraídos hacia Dios los movimientos que son de Dios se integran en esa dirección mientras que cuando nos alejamos de Dios los movimientos del mal se integran en esta otra dirección. Por último nos habla de la consolación sin causa precedente que Rahner interpreta como una experiencia pre-conceptual de Dios. Así como las reglas de la lógica regulan el pensamiento, las reglas del discernimiento de la tradición cristiana regulan la toma cristiana de decisiones.

Conclusión

El libro “Aliento de Vida. Una teología del Espíritu Creador” de Denis Edwards termina con un capítulo en el que a modo de conclusión nos recuerda las afirmaciones principales del libro. En ellos se ha ido afirmando la tesis central del libro: Espíritu creador hace nuevas todas las cosas

Entre estas afirmaciones están las siguientes: la Historia del Espíritu no empieza en Pentecostés pues el Espíritu está ya presente en el primer instante de la existencia del universo, en el big-bang. Esto hace que los seres humanos emerjan en un universo lleno del Espíritu, lleno de gracia. Un universo cuya ontología profunda es el Espíritu, es el Dios trinitario.

El momento central de la acción del Espíritu es la presencia de Cristo en la historia, originada por el Espíritu. Después de la presencia histórica de Cristo, la Palabra y Espíritu constituyen la vida de la Iglesia. El Espíritu llena toda la creación y la historia humana. Esta es la cosmovisión cristiana que hoy creemos que es armónica con el universo que nos describen las ciencias.

Actualmente podemos decir que el Espíritu es la “comadrona” del nacimiento de lo nuevo mientras la creación gime con dolores de parto (Rom 8, 22). El Espíritu sigue siendo impetuoso e incontrolable. El viento que sopla donde quiere (Jn 3,8). El Espíritu y la Palabra están recíprocamente relacionados en la economía salvífica y en la vida eterna de Dios.

Artículo elaborado por Javier Leach, Universidad Complutense de Madrid, miembro de la Cátedra CTR y colaborador de Tendencias21.



Javier Leach
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