La escritora Alice Ann Munro. Imagen: © Derek Shapton 2013. Fuente: Wikipedia.
El jurado del Premio Nobel de Literatura ha decidido conceder este galardón en su edición de 2013 a la escritora canadiense Alice Munro, considerada una de las escritoras más importantes de la literatura anglosajona.
Munro (Wingham, Canadá, 10 de julio de 1931), informa SINC, comenzó sus estudios de periodismo e inglés en la Universidad de Western (Ontario), pero los interrumpió al casarse en 1951.
Posteriormente, se instaló en Victoria, capital de la provincia canadiense de Columbia Británica, donde abrió con su marido una librería. Munro había comenzado a escribir cuentos en su adolescencia, pero no fue hasta 1968 cuando publicó su primer libro de historias cortas, Dance of the Happy Shades, que obtuvo un éxito considerable en Canadá.
En 1971 publica una novela titulada Las vidas de las mujeres (Lumen). Es conocida por sus relatos, como la serie Something I’ve Been Meaning to Tell You (1974), The Beggar Maid (1978), Las lunas de Júpiter (1982), The Progress of Love (1986), Amistad de juventud y Secretos a voces (1994). La colección Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (2001) fue la base para la película Lejos de ella, dirigida en 2006 por Sarah Polley. Su obra más reciente es Dear Life (Mi vida querida, de 2012).
Munro (Wingham, Canadá, 10 de julio de 1931), informa SINC, comenzó sus estudios de periodismo e inglés en la Universidad de Western (Ontario), pero los interrumpió al casarse en 1951.
Posteriormente, se instaló en Victoria, capital de la provincia canadiense de Columbia Británica, donde abrió con su marido una librería. Munro había comenzado a escribir cuentos en su adolescencia, pero no fue hasta 1968 cuando publicó su primer libro de historias cortas, Dance of the Happy Shades, que obtuvo un éxito considerable en Canadá.
En 1971 publica una novela titulada Las vidas de las mujeres (Lumen). Es conocida por sus relatos, como la serie Something I’ve Been Meaning to Tell You (1974), The Beggar Maid (1978), Las lunas de Júpiter (1982), The Progress of Love (1986), Amistad de juventud y Secretos a voces (1994). La colección Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (2001) fue la base para la película Lejos de ella, dirigida en 2006 por Sarah Polley. Su obra más reciente es Dear Life (Mi vida querida, de 2012).
Pequeñas ciudades
Munro es aclamada por la narración de sus historias, que se caracteriza por la claridad y el realismo psicológico. Sus historias se centran a menudo en ambientes de pequeñas ciudades, donde la lucha por una vida socialmente aceptable a menudo da lugar a relaciones tensas y conflictos morales.
Sus textos están repletos de representaciones de acontecimientos cotidianos, pero decisivos. Reside actualmente en Clinton, cerca de su casa natal en el suroeste de Ontario (Canadá).
En total, desde 1901, se han entregado 106 Premios Nobel de Literatura. No se otorgó el premio en siete ocasiones. Esto se debe a que los estatutos de la Fundación Nobel reflejan que si ninguna de las obras objeto de examen tienen la importancia suficiente, el dinero del premio se reservará hasta el año siguiente, y si aun así, el premio no se concede, el importe se añadirá a los fondos de la Fundación.
Munro es aclamada por la narración de sus historias, que se caracteriza por la claridad y el realismo psicológico. Sus historias se centran a menudo en ambientes de pequeñas ciudades, donde la lucha por una vida socialmente aceptable a menudo da lugar a relaciones tensas y conflictos morales.
Sus textos están repletos de representaciones de acontecimientos cotidianos, pero decisivos. Reside actualmente en Clinton, cerca de su casa natal en el suroeste de Ontario (Canadá).
En total, desde 1901, se han entregado 106 Premios Nobel de Literatura. No se otorgó el premio en siete ocasiones. Esto se debe a que los estatutos de la Fundación Nobel reflejan que si ninguna de las obras objeto de examen tienen la importancia suficiente, el dinero del premio se reservará hasta el año siguiente, y si aun así, el premio no se concede, el importe se añadirá a los fondos de la Fundación.
Alice Munro, felicidad compartida
Por Jesús Ortega (*)
Pero qué alegría nos ha dado: cada vez que premian a un escritor al que admiramos es como si nos premiaran también un poco a nosotros. Y es que llevábamos mucho tiempo regalando a los amigos por su cumpleaños los hermosos cuentos de Alice Munro, o repitiendo aquí y allá, a la gente querida y a quien nos quisiera escuchar: léete Secretos a voces o Las lunas de Júpiter, no te pierdas El amor de una mujer generosa, qué maravilla "Dimensiones", el primer cuento de Demasiada felicidad; cosas así. Estábamos ya un poco pesados con tanta Alice Munro (ahora no hará falta). Gracias, señores de la academia sueca, por la parte que nos toca.
Y si encima somos de los que escribimos cuentos, si amamos las historias que se deciden en un puñado de páginas, entonces más aún estamos de enhorabuena, porque Alice Munro es, precisamente y sobre todo, una escritora de cuentos. Qué bien le va a venir este premio Nobel a nuestro maltratado género, aunque solo sea por una temporada, lo que dure la breve moda que se avecina.
Desde que los señores académicos premiaron a Isaac Bashevis Singer (1978) no se veía una oportunidad semejante. En realidad aquello no fue exactamente lo mismo, como tampoco lo de García Márquez (1982), Bellow (1976), Kawabata (1968), Hemingway (1954) o Bunin (1933).
Habría que remontarse, quizá, hasta el mismísimo Kipling (1907) para encontrar entre los premios Nobel a un narrador que se expresara fundamentalmente mediante la forma del cuento. Pero cien años son demasiados. Me pregunto (con mucha esperanza y algo de melancolía) si este premio significará que se inaugura un emporio de posibilidades, o simplemente Alice Munro es una excepción, la última gran representante de una especie que se extingue.
Como si, premiándola a ella, hubieran premiado también a Carver, Cheever, O'Connor, Aldecoa, Rulfo, Chéjov, Mansfield. Lo que es seguro es que sus cuentos correrán este otoño de boca en boca y harán cundir por todos lados un maravilloso deseo mimético. Surgirán nuevos lectores, prestarán atención los suplementos literarios, en las mesas de novedades se les hará un hueco junto a los best sellers, y puede incluso que haya entrevistadores que dejen de reclamar a los cuentistas el famoso salto a la novela.
Mientras todo esto sucede, sigamos disfrutando de Alice Munro. Todos y cada uno de sus relatos contienen alguna clase de lección técnica: el manejo de los tiempos del cuento, por ejemplo, o la difícil gradación de las proporciones entre lo importante y lo accesorio, los mil engarces que forman esa caja de resonancias y sutilezas que es un cuento. Pero no es una escritora para escritores.
Todas sus historias se construyen sobre la noción de epifanía, y en este sentido contienen alguna clase de verdad humana. Sus personajes, sus seres corrientes como tú y como yo, sus mujeres inolvidables, alcanzan siempre una suerte de revelación sobre sí mismos, por grave o modesta que sea, o la revelación permanece escondida para ellos y son los lectores los que la encuentran.
Las epifanías, los descubrimientos íntimos surgen a menudo de la dialéctica entre la realidad y el deseo, entre la cobardía y el atrevimiento, entre la sinceridad soñada y la hipocresía de las decisiones, entre la libertad personal y la constricción comunitaria, o de la amplísima gama de heridas y rasguños que produce el amor, cualquier clase de amor. A Alice Munro le interesa la vida, le apasionan los seres humanos.
En sus cuentos hay siempre emoción verdadera. Lo que no hay son discursos ni lecciones. No hay alegorías. No se hace la lista, no se exhibe retóricamente ni se pone estupenda o cínica. Nunca se coloca por encima de sus personajes, pero tampoco es complaciente con el interminable catálogo de debilidades que atesoran sus personajes: Alice Munro se limita a ser, como pedía Isak Dinesen –aquella otra contadora de cuentos a la que no dieron el Nobel–, inquebrantablemente fiel a cada historia.
(*) Jesús Ortega, escritor español, autor de los libros de cuentos "El clavo en la pared" (Cuadernos del Vigía, 2007) y "Calle Aristóteles" (Cuadernos del Vigía, 2011). En 2012 fue finalista del Premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en España. Mantiene el blog El clavo en la pared dedicado al relato. En enero de 2012 lanzó el Proyecto Escritorio, un mapa de poéticas del espacio de autores contemporáneos en lengua castellana.
Por Jesús Ortega (*)
Pero qué alegría nos ha dado: cada vez que premian a un escritor al que admiramos es como si nos premiaran también un poco a nosotros. Y es que llevábamos mucho tiempo regalando a los amigos por su cumpleaños los hermosos cuentos de Alice Munro, o repitiendo aquí y allá, a la gente querida y a quien nos quisiera escuchar: léete Secretos a voces o Las lunas de Júpiter, no te pierdas El amor de una mujer generosa, qué maravilla "Dimensiones", el primer cuento de Demasiada felicidad; cosas así. Estábamos ya un poco pesados con tanta Alice Munro (ahora no hará falta). Gracias, señores de la academia sueca, por la parte que nos toca.
Y si encima somos de los que escribimos cuentos, si amamos las historias que se deciden en un puñado de páginas, entonces más aún estamos de enhorabuena, porque Alice Munro es, precisamente y sobre todo, una escritora de cuentos. Qué bien le va a venir este premio Nobel a nuestro maltratado género, aunque solo sea por una temporada, lo que dure la breve moda que se avecina.
Desde que los señores académicos premiaron a Isaac Bashevis Singer (1978) no se veía una oportunidad semejante. En realidad aquello no fue exactamente lo mismo, como tampoco lo de García Márquez (1982), Bellow (1976), Kawabata (1968), Hemingway (1954) o Bunin (1933).
Habría que remontarse, quizá, hasta el mismísimo Kipling (1907) para encontrar entre los premios Nobel a un narrador que se expresara fundamentalmente mediante la forma del cuento. Pero cien años son demasiados. Me pregunto (con mucha esperanza y algo de melancolía) si este premio significará que se inaugura un emporio de posibilidades, o simplemente Alice Munro es una excepción, la última gran representante de una especie que se extingue.
Como si, premiándola a ella, hubieran premiado también a Carver, Cheever, O'Connor, Aldecoa, Rulfo, Chéjov, Mansfield. Lo que es seguro es que sus cuentos correrán este otoño de boca en boca y harán cundir por todos lados un maravilloso deseo mimético. Surgirán nuevos lectores, prestarán atención los suplementos literarios, en las mesas de novedades se les hará un hueco junto a los best sellers, y puede incluso que haya entrevistadores que dejen de reclamar a los cuentistas el famoso salto a la novela.
Mientras todo esto sucede, sigamos disfrutando de Alice Munro. Todos y cada uno de sus relatos contienen alguna clase de lección técnica: el manejo de los tiempos del cuento, por ejemplo, o la difícil gradación de las proporciones entre lo importante y lo accesorio, los mil engarces que forman esa caja de resonancias y sutilezas que es un cuento. Pero no es una escritora para escritores.
Todas sus historias se construyen sobre la noción de epifanía, y en este sentido contienen alguna clase de verdad humana. Sus personajes, sus seres corrientes como tú y como yo, sus mujeres inolvidables, alcanzan siempre una suerte de revelación sobre sí mismos, por grave o modesta que sea, o la revelación permanece escondida para ellos y son los lectores los que la encuentran.
Las epifanías, los descubrimientos íntimos surgen a menudo de la dialéctica entre la realidad y el deseo, entre la cobardía y el atrevimiento, entre la sinceridad soñada y la hipocresía de las decisiones, entre la libertad personal y la constricción comunitaria, o de la amplísima gama de heridas y rasguños que produce el amor, cualquier clase de amor. A Alice Munro le interesa la vida, le apasionan los seres humanos.
En sus cuentos hay siempre emoción verdadera. Lo que no hay son discursos ni lecciones. No hay alegorías. No se hace la lista, no se exhibe retóricamente ni se pone estupenda o cínica. Nunca se coloca por encima de sus personajes, pero tampoco es complaciente con el interminable catálogo de debilidades que atesoran sus personajes: Alice Munro se limita a ser, como pedía Isak Dinesen –aquella otra contadora de cuentos a la que no dieron el Nobel–, inquebrantablemente fiel a cada historia.
(*) Jesús Ortega, escritor español, autor de los libros de cuentos "El clavo en la pared" (Cuadernos del Vigía, 2007) y "Calle Aristóteles" (Cuadernos del Vigía, 2011). En 2012 fue finalista del Premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en España. Mantiene el blog El clavo en la pared dedicado al relato. En enero de 2012 lanzó el Proyecto Escritorio, un mapa de poéticas del espacio de autores contemporáneos en lengua castellana.