Alegoría de las relaciones de poder en “El jardinero”, de Alejandro Hermosilla

La editorial Jekyll & Jill publica la tercera novela del autor cartaginés, en la que se despliega una narrativa a seguir


El escritor cartaginés Alejandro Hermosilla ha publicado con la editorial Jekyll & Jill su tercera novela, “El jardinero”, en la que se desarrolla una eficiente alegoría de las relaciones humanas de poder. Interesante, de ambiente onírico, la obra viene cargada de voluntad de hacer literatura. Por tanto está lejos de los relatos cercanos al lenguaje publicitario tan en boga en la narrativa actual. Por Pilar Fraile Amador.




En El jardinero (Jekyll & Jill, 2018), tercera novela de Alejandro Hermosilla (Cartagena, 1974), se presenta una alegoría de las relaciones de poder que, como buena alegoría, sirve de espejo en distintos momentos de la historia a las relaciones humanas, tanto del ámbito público como del privado. 

Para dibujar el fresco de los abusos, la corrupción y la miseria moral que devienen del abuso de unos seres humanos sobre otros, Hermosilla recurre a la construcción de un territorio imaginario, un condado en el que un joven conde heredero y un despojado jardinero libran un duelo que pone de manifiesto la podredumbre de las relaciones de dependencia entre amo y esclavo. 

Como en la dialéctica hegeliana, ambos buscan aniquilar al otro sin ser conscientes de su dependencia mutua y de que con esa destrucción nada solucionan porque su inconsciencia impide el paso evolutivo que tendría que surgir de esa confrontación. 

Como en los cuentos de hadas, de los que la novela de Hermosilla tiene también ciertos tintes, la ambientación de la historia, desde la naturaleza, los edificios, los objetos, la misma comida a los personajes y animales, sirven para apoyar y hacer visible el entorno de asfixia y violencia en el que se desenvuelven este tipo de relaciones tan incardinadas en nuestra historia social y privada.

Explicación simbólica 
 
Mucho hay de destacable en el libro de Hermosilla, pero lo más valioso es, sin duda, su voluntad de hacer literatura, es decir, de construir símbolos que sirvan al lector para comprender lo que le rodea y su propia interioridad, en vez de ofrecer un relato complaciente con sus convicciones cercano al lenguaje publicitario, tan en boga en el panorama de la narrativa actual.
 
Para alcanzar este objetivo Hermosilla recurre a un estilo brillante, curtido en las lecturas de grandes maestros de la literatura europea, como Bernhard o el propio Kafka, con el que consigue construir un ambiente onírico en el que muchas de las leyes tradicionales del relato quedan en suspenso.
 
Es esta tendencia del autor a bascular hacia el estilo lo que presenta, sin embargo, el máximo escollo, ya que la brillantez de la prosa no es suficiente para solventar la sensación de repetición y cierto estancamiento en un relato que ha desplazado la trama quizá a un ángulo demasiado apartado.
 
El planteamiento de que quizá podríamos encontrarnos en un sueño del protagonista no es suficiente tampoco para justificar la descomposición temporal que produce, sobre todo hacia el final de la novela, cierta sensación de inverosimilitud.
 
Estos elementos no demasiado conseguidos no empañan, sin embargo, el conjunto de la novela, de muy recomendable e interesante lectura. Estaremos atentos a los trabajos posteriores del autor.
 


Miércoles, 20 de Marzo 2019
Pilar Fraile Amador
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